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  • Todo por el agua
  • María Sergia Steen

Llamaban a la puerta y atisbé por el cristal de la ventana de mi 'living'. Creo que conocía al sujeto. Abrí.

—Soy Don, su vecino. Me parece que tiene un problema con el agua del patio. Hace siete años o así, que no hablo con él. Su terreno tocando mi jardín está lleno de toda clase de artefactos. Desde maderas viejas y nuevas a gallinas, hierros, toboganes, un pequeño huerto con verduras que aparece en el verano y me deja en el otoño las enredaderas de sus judías verdes, secas, penetrando mi valla.

—Pase—le dije.

—Estaba al otro lado de la valla cuando he oído ruido de agua; creo que es de su patio.

Salimos y en efecto, no sé cómo, por la boquilla de la manguera salía el agua a borbotones porque el grifo estaba abierto. Lo miré: le habían crecido canas. Le noté unas cuantas arrugas y se veía más fuerte o tenía unos kilos de sobra. ¡Lo que hace el tiempo! me dije. ¡Habían pasado casi siete años!

Aunque mi cocina da al patio, no me hubiera dado cuenta del incidente por los ruidos. La tele que vociferaba, el teléfono que emitía estridencias y además yo, que no ando muy fina de oído.

—Que amable Don—le dije—Posiblemente me ha evitado un accidente de tubería, una ruptura. Un día del verano pasado me dejé enfrente el grifo abierto toda la noche. Cuando vi la cuenta me asusté.

Don continuó sin escucharme:

—Andaba recogiendo los pocos huevos que ponen las gallinas y me dije "se oye ruido de agua". No era en mi jardín, sino de su lado.

—La verdad que casi no me lo puedo creer, usted aquí.

Me mostró la manguera, diciendo:

—Tenía usted el agua prendida y por el frío explotó. El frío; es todo.

—¿Y los muchachos?—Le pregunté.

¡Siete años! Vive al lado y yo había estado en mi propio mundo, sin haber cruzado una palabra con él por todo ese tiempo. A esos chicos los había visto crecer. De los 6 a los 14 y luego llegó el pequeño. Lo anunciaron con una bandera que llevaba una cigüeña de pico largo y oscuro que portaba un hatillo. "Es un niño", decía. [End Page 192]

Por mi parte llevaba tiempo odiando todo lo que hacían porque tiraban pelotas al techo. Incluso treparon por el tejado del porche para recoger una y casi lo hunden. Don continuó:

—Mire, los muchachos bien. Uno ya conduce.

Hoy día es como haber llegado a la meta. No sé si esa meta es para todos igual, si supone estar en forma para confrontar la vida o qué. El padre parecía "muy orgulloso". En mis adentros creí escuchar la voz interior de Don que decía: "Lo de los pelotazos a su tejado y los dardos a la valla, son cosas del pasado. Mis hijos han superado la pubertad". Y me dije "me alegro porque hasta hace bien poco, han ido a lo suyo". Para Don el hecho de que uno ya condujera constituía el espaldarazo hacia el misterio de esa vida óptima a la que sus hijos tenían derecho.

Y siguió:

—El pequeño se lastimó la espalda en la escuela y anda en terapia. Ya ve.

Continué mirándolo. Tenía una sonrisa en los labios y llevaba su acostumbrada coleta. El hecho de que yo hubiera ignorado a su familia por casi siete años, no había sido problema para que él se presentara a mi puerta por la salida impetuosa del agua, para advertirme. ¡Era como si volviéramos a los tiempos en que me ofrecía una coliflor del huerto por encima de su valla!

Me dí cuenta de que Don no estaba estancado en un agujero de resentimientos a mi estilo. Lo importante para él, era que el agua se escapaba. Sin considerar si yo le había dirigido la palabra o no en...

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