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  • Otra pérdida para el Teatro Nacional de Chile: Egon Wolff
  • Pedro Bravo-Elizondo

Cuando tuve que determinar un campo de especialización durante mi doctorado en la Universidad de Iowa, escogí el teatro latinoamericano. Razón: mi padre y su hermano Nazario fueron actores del conjunto anarquista Ateneo Obrero, de Iquique. En 1963 tuve ocasión de ver Los invasores de Egon Wolff bajo la dirección de Víctor Jara. Todo esto a cuenta del fallecimiento a los noventa años de uno de los dramaturgos más sólidos de la escena nacional chilena. El interés por su teatro me llevó a una recolección de lo que estimé los mejores artículos sobre su producción dramática, tanto chilenos como norteamericanos, La dramaturgia de Egon Wolff. Interpretaciones críticas (1971–1981). En mi primer regreso a Chile en 1980, fui a ver la representación de José. Una llamada telefónica me pone en contacto con él, y accede a brindar parte de su tiempo para una conversación que se realizó en el Café Colonia en Mac lver con Agustinas. Físicamente recuerda a Curt Jurgens, pero su chilenidad brota de su lenguaje y manerasv —espontáneo, abierto, no trepida en mencionar casos y nombres para ilustrar su argumentación. La conversación se enfoca en José, su última obra estrenada en el Teatro Municipal por la Compañía Teatro de Cámara.

Al preguntarle el por qué del largo silencio, menciona que Flores de papel (1970) le produjo una experiencia traumática con su público, que no reaccionó, no comprendió, sino la consideró una obra hermética. Agrega que, sin embargo, en Europa, atrajo la atención de diversos productores, siendo representada en Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia y Grecia. Rodeado de una cierta actitud sospechosa por el público y su medio ambiente, Wolff se recluyó autoralmente, pero para un hombre cuyo trabajo real es la literatura y no la ingeniería química, esto era un imposible. Precisaba seguir adelante en su producción y optó por lo que él denomina “obras cordiales”, no conflictivas, simples estudios de la vida, cosas humanas, de donde surgieron Kindergarten [End Page 231] (1977) y Espejismos (1978). En declaraciones periodísticas, justificó este tipo de drama, comentando respecto a Espejismos que “[a]ntes había en mis obras una intención de crítica social que se sobreponía al conflicto y al desarrollo del tema; ahora he dejado que la situación surja de los personajes mismos y que ellos la resuelvan”. En 1970 expresó que “[d]espués de todo uno escribe porque hay cosas que lo inquietan, lo angustian terriblemente y hay necesidad de comunicarlas. De ahí a convencerse que las cosas salen bien, hay un gran paso”.

Conversamos sobre José. El protagonista ha vivido en Estados Unidos, de donde retorna después de varios años. Su familia —su abuelo, su madre y su hermana— vive en la casa de su cuñado, un poderoso industrial que ejerce un control total sobre la familia. El abuelo vive relegado en un asilo de monjas. José llega a este medio y trata de despertar lo que está dormido en su familia, el cariño y amor hacia el abuelo, además de salvar a su hermana menor de un casamiento por conveniencia y renovar en su madre la alegría por la existencia y el amor. En su vida en Chicago, en un medio enajenado, José rompe con el esquema y se refugia en una filosofía humanista y cristiana. Regala su apartamento a unos necesitados y vive con unos “hermanos”, quienes le dan el calor, el ímpetu para seguir viviendo. Agrega Wolff: “Es un poco el personaje de Jack Kerouac en On the Road”. Wolff insiste en que José debe tener algo de personaje bíblico. Lo dramático, lo terrible para Wolff es que en el momento actual, en la mente de los burgueses y semi-burgueses que existen en Chile, ya no cabe la posibilidad de que el amor sea el idioma entre los hombres.

Anochece en Santiago y Egon Wolff tiene sus compromisos. Yo soy sólo un...

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