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EL AUTORRETRATO EN LA POESÍA DE CATALINA CLARA RAMÍREZ DE GUZMÁN (1618-post 1684?) Aránzazu Borrachero Mendíbil Queensborough Community College Apoyado en la tierra, contempla [Narciso] el doble astro, sus ojos, y sus cabellos dignos de Baco y también dignos de Apolo y las lampiñas mejillas y el marfileño cuello y la belleza de la boca, y el rubor mezclado con nívea blancura y admira todas las cosas por las que él mismo merece admiración. (Ovidio 296) A quienes, como yo, se acercan a la literatura teniendo en cuenta el papel que en ella juega el género sexual, no se les escapará que el reflejo acuático de Narciso, descrito unas líneas más arriba por Ovidio, podría fácilmente confundirse con la imagen femenina que dibuja la retórica lírica del Renacimiento y del Barroco. Esta coincidencia—la del ideal poético de belleza femenina de los Siglos de Oro con la faz de Narciso—es más rica en matices interpretativos de lo que a primera vista pareciera, pues la crítica contemporánea de la poesía amorosa barroca hace uso frecuente del fenómeno especular para explicar cómo el autor, su genio y su grandeza se proyectan y contemplan en la sublime amada a la que dan vida poética. Así pues, tanto el joven de sonrosadas mejillas que Narciso contempla arrobado frente al río como las exquisitas damas de la poesía de Lope de Vega, de Góngora o de Quevedo serían una y la misma cosa: la propia imagen de quien las crea1 . El valor de las figuras femeninas de la poesía de los Siglos de Oro reside, por lo tanto, en su condición de elementos imprescindibles de un quehacer literario que quiso pasar a la historia por la exaltación poética del amor. En esta empresa retórica, la inmutabilidad del icono femenino es condición esencial y es, al mismo tiempo, un imposible, pues todo objeto narcisista lleva en sí una carga más o menos latente de fragilidad y de ambivalencia. Su misma perfección revela su precariedad, su potencial para decepcionar a quien en él se proyecta (McCaffrey 180). El duro control que ejercen las instituciones del siglo XVII sobre el acceso de las mujeres a las esferas de la cultura y en particular de la escritura2 CALÍOPE Vol. 12, Number 1 (2006): pages 79-97 80 Aránzazu Borrachero D D D D D puede muy bien interpretarse bajo esta luz. Habiéndosele asignado a la mujer la perfección en la que se proyecta la grandeza del varón, sobre ella caerá, también, la responsabilidad de mantener incólume la imagen, a modo de lienzo sobre el que sólo los hombres pueden escribir. El que una mujer ejerza de poeta, entonces, encierra graves peligros: la amenaza—y aquí apelo a otro mito esclarecedor—de que se rebele la imagen esculpida por Pigmalión. Una poeta puede romper la ilusión de que la imagen retórica femenina sea, en verdad, posible. En cuanto a las propias escritoras del siglo XVII, otros son los problemas que se les plantean al empuñar la pluma. El modelo lírico del que disponen, creado por la imaginación masculina, presenta un retrato femenino literariamente sobredeterminado y rígido. En la medida en que dicho retrato sea atribuible a sí mismas en cuanto grupo marcado por el mismo género sexual que el de la imagen representada, el acto de escribir será también un momento de toma de decisiones poéticas: ¿Qué hacer con ese cuadro que dice retratarlas? ¿Remedarlo sin más? ¿Enfrentar los códigos, más allá del enfrentamiento que supone escribir siendo mujer, e introducir cambios? En este trabajo, me propongo explorar las tensiones poéticas que producen estos interrogantes en la poesía de Catalina Clara Ramírez de Guzmán y, específicamente, en los poemas que escribe como autorretratos, precisamente porque éstos facilitan la observación de la respuesta literaria que la autora adopta frente a la imagen poética...

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