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EL ROMANCE “A DON JUAN DE ESPINA” DE ALONSO DE CASTILLO SOLÓRZANO: MARAVILLA Y SELF-FASHIONING Fernando Rodríguez Mansilla University of North Carolina at Chapel Hill E l caso de Alonso de Castillo Solórzano (1584-circa 1647), auténtico “homme des lettres (y hasta polypgraphe)”, a decir de Francisco Rico (134), es ejemplar en la medida en la que permite observar de cerca cómo se hace una carrera literaria en un periodo, como el barroco, que contempla el nacimiento del “escritor” como categoría moderna (Viala). A diferencia de autores mucho más canónicos como Quevedo (que hace una carrera política a la par) o Cervantes (generacionalmente anterior y que llega al espacio académico ya maduro), Castillo Solórzano tiene el curioso mérito de ser producto exclusivo de las academias literarias que se establecieron en el Madrid de inicios del XVII, con todos los cambios sociales y culturales surgidos por entonces, entre los reinados de Felipe III y Felipe IV: la expansión de la Corte y la progresiva institución de una nobleza urbana alrededor de la misma (Romero-Díaz), el establecimiento de un patronazgo real (Sieber) y la consolidación de la literatura, en particular la poesía, como un capital simbólico de gran demanda (Gutiérrez) tanto para la aristocracia como para la incipiente burguesía ansiosa por ennoblecerse. Castillo Solórzano proviene de una familia de la nobleza provinciana (Tordesillas, provincia de Valladolid) aún vinculada a la tierra, que descubre una vocación literaria algo tardía (no hay rastro de presencia suya en la Corte antes de 1619) y debe despojarse de casi todos sus bienes para establecerse en Madrid (venderá las tierras dejadas en herencia por familiares suyos y, ya en la Corte, hasta un título de nobleza). Llegado a la capital del reino, lleva a cabo su primera toma de posición en el campo literario vigente, que le deparará el éxito a largo plazo: se alinea con Lope de Vega en la defensa de la poesía CALÍOPE Vol. 14, No. 2, 2008: pages 5-26 6 Fernando Rodríguez Mansilla ! ! ! ! ! “llana”, en oposición a la “oscuridad” propugnada por Góngora y sus seguidores. Ingresa al círculo académico, hace carrera dentro de éste y no se detendrá hasta constituirse en secretario de la última academia que sesionó de forma más o menos permanente, la de Francisco de Mendoza. Disuelta la efervescencia académica hacia 1624, publicará todos los textos escritos para dicho medio bajo el título de Donaires del Parnaso en dos partes (1624 y 1625, en Madrid por las prensas de Diego Flamenco). Cabe reflexionar siquiera brevemente sobre la salida al mercado de los Donaires del Parnaso. Hace varias décadas advirtió Rodríguez Moñino la excepcionalidad que suponía la impresión de la obra poética de un autor (24). Muchísimo más excepcional resulta el hecho de que se haya impreso el libro en vida de éste, como es el caso de Castillo Solórzano. Tal vez, consciente de su carácter efímero o circunstancial, nuestro autor haya comprendido que la imprenta podía perennizar sus textos mejor que la circulación manuscrita o que la oral1 .Adiferencia de grandes poetas como Góngora o Quevedo, que mostraron durante buena parte de su vida un aristocrático desdén por dar sus obras a las prensas (aunque el último no dudó en emplearlas para difundir a Fray Luis de León y a Francisco de la Torre), Castillo Solórzano, poeta chico al fin y al cabo, habría consolidado el ansiado patronazgo con esta publicación, además de intentar lucrar eficientemente con ella. En las dos partes de Donaires del Parnaso se incluyen sendos escudos de sus dedicatarios respectivos: en la primera parte, el marqués de Velada y en la segunda, el marqués del Villar. Por cierto, de este último Castillo Solórzano se mienta, en ambos volúmenes, “gentilhombre de su casa”. En este cuidado por la publicación de sus poemas no debe dejarse de observar tal vez el ejemplo de...

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