Abstract

En este artículo pretendemos indagar en el papel institucional de la reina María de Portugal tal como lo describen las crónicas y la documentación de su época, que permiten perfilar una figura con un poder mucho más extenso del que se le ha adjudicado hasta ahora. La reina desempeñó un papel de primer orden en la puesta en marcha de las diferentes reformas políticas que Alfonso XI fue desarrollando a lo largo de su reinado. Igualmente, y también después del ascenso al trono de su hijo Pedro I, la reina amplió su radio de acción en las relaciones que estableció con la siguiente generación de mujeres reales: Blanca de Francia, María de Padilla y Juana Manuel. Como veremos, la protección de la reina se extendió a varias de ellas en momentos de peligro, y fue contemplada como un posible refugio por los lados contendientes del conflicto dinástico que siguió a la muerte de Alfonso XI. Esta aceptación por ambas partes pone en cuestión su participación en la muerte de la favorita, Leonor de Guzmán. [End Page 165]

Pocas reinas castellanas han sido víctimas de una leyenda negra tan poderosa como la que ha rodeado a María de Portugal, ensombrecida por la archiconocida historia de amor entre su marido, Alfonso XI de Castilla (1311–1350), y Leonor de Guzmán, y por su papel en la primera etapa del reinado de su hijo Pedro I (Estow 21–24 para la versión tradicional). Y, sin embargo, a la luz de sus fuentes contemporáneas y de aquellas redactadas durante el periodo del rescate de la memoria de Pedro I por sus descendientes directas, Constanza de Castilla y Catalina de Lancaster, la imagen que se nos ofrece de la reina es muy diferente, y la perspectiva de cronistas y propagandistas políticos del primer periodo trastámara queda en cuestión. Las descendientes de María se enfrentaban al problema planteado por las luchas dinásticas del siglo XIV en Castilla visto desde el punto de vista femenino: la falta de un modelo de reina al que referirse. Cuando Constanza de Castilla reclamó el trono a través de su marido Juan de Gante, las controvertidas figuras de Blanca de Borbón y María de Padilla no podían utilizarse como modelo de actuación de las reinas, debido a las diferentes circunstancias vitales de ambas. Por otra parte, la reina Juana Manuel, perteneciente a la misma generación que las anteriores, no podía presentarse como modelo a los ojos de los partidarios de Pedro I. Así pues, la reina madre María de Portugal era la única figura, aunque sujeta a crítica, que invocaba legítimamente la categoría de reina indiscutida por ambas partes del conflicto.

La figura de la reina en las fuentes medievales

Hasta este momento, la figura de María de Portugal ha sido estudiada principalmente a partir de las crónicas reales, y siempre de forma tangencial. En este trabajo pretendemos añadir otra serie de fuentes a este perfil, a pesar de la pérdida de la documentación real castellana. En primer lugar, contamos con las fuentes narrativas en prosa y verso del reinado de Alfonso XI, que comprenderían el Poema de Alfonso XI, contemporáneo y fragmentado, y la primera versión perdida e inconclusa de la Crónica de Alfonso XI por Fernán Sánchez de Valladolid, que llegaba hasta el año 1344. En la colección diplomática de Alfonso XI (González Crespo, Colección 387–89, 404–05), de sus 340 documentos, 31 citan o son emitidos por la propia reina; entre ellos todos los privilegios rodados sin excepción se intitulan a nombre de la pareja [End Page 166] real, como viene siendo habitual en la cancillería real castellanoleonesa (luego castellana) desde el reinado conjunto de Sancha y Fernando I, y para Portugal desde la documentación condal de Enrique y Teresa, simbolizando en la fórmula "una cum coniuge mea" la sujeción de la mujer al varón, incluso en los casos en los que la reina lo era por derecho propio (Sirantoine 150, 237, 274). El que esta costumbre no cese en periodos de enfrentamiento entre la pareja regia habla de la institucionalización absoluta del papel de la reina para el siglo XIV. Además, se pueden añadir otros documentos que se van encontrando lentamente en los archivos locales, hasta sumar un 10% aproximado del total de la documentación emitida durante el reinado de Alfonso XI, frente a ningún documento en el que aparece el rey junto a Leonor de Guzmán. Las intitulaciones se pueden dividir en dos periodos:

A) Entre 1329 y 1334: "Queremos que sepan por este nuestro priuillegio, todos los omes que agora son e seran daqui adelante, como nos don Alfonso, por la graçia de Dios rey de Castiella, de Toledo, de Leon, de Gallisia, de Seuilla, de Cordoua, de Murçia, de Jahen, del Algarbe, e señor de Viscaya e de Molina, en vno con la reyna doña Maria mi muger…".

B) Posteriores a 1334: "Queremos que sepan por este nuestro priuillegio, todos los omes que agora son e seran daqui adelante, como nos don Alfonso, por la graçia de Dios rey de Castiella, de Toledo, de Leon, de Gallisia, de Seuilla, de Cordoua, de Murçia, de Jahen, del Algarbe, e señor de Viscaya e de Molina, en vno con la reyna doña Maria, mi muger, e con nuestro fijo el infante don Pedro, primero e heredero…"

Hasta 1348 se observa también la presencia de la reina en documentos confirmados por los hijos de Leonor de Guzmán, como esta sobrecarta:

E nos el sobredicho rey don Alfonso, regnante en uno con la reyna doña Maria mi muger, e con nuestro fijo el infante don Pedro primero heredero en Castiella e en Leon, en Gallisia, en Seuilla, en Cordoua, en Jahen, en Baeça, en Badaios, en el Algarbe, en Algesira e en Molina, otorgamos este priuiyegio e confirmamoslo.

En las crónicas de este periodo, lo mismo que en las portuguesas, la reina aparece como una buena esposa, sin hacerse mención alguna a ataques de celos u otras reacciones ante el comportamiento del rey, y como la consorte fiel que obedece sus órdenes por el bien del reino. Ella concibe a los hijos del [End Page 167] rey –los nacimientos de todos ellos, tanto los legítimos como los bastardos, son mencionados en la Crónica, pero su diferente importancia se matiza en ella– educa al heredero y aparece en los documentos concediendo privilegios junto con el rey, o en lugar de él cuando se encuentra en el campo de batalla. Ninguna de las crónicas, encomendadas por el círculo real, presta más atención a Leonor de Guzmán de la que en otras crónicas de otros periodos se presta a las otras amantes reales. El Poema, por su parte, concebido en un ambiente caballeresco en el que Leonor debía relumbrar como la dama del amor cortés del rey, sí le dedica un elogio sentido (Yáñez 115–18), aunque luego se extienda sobre la acción política de la reina (Yáñez 121, 251–56, 258–61, 264–67). Pero en el contexto de la corte alfonsí en el siglo XIV, lo mismo que en la portuguesa ¿no podían ser ambos papeles compatibles?

El hecho de que la pareja real no se encuentre junta en un mismo lugar pasa desapercibido, pues sigue una costumbre castellana por la cual la reina queda al frente del consejo real en la retaguardia mientras el rey está en campaña, tanto para garantizar la salvaguarda del reino y del heredero como para proporcionar los suministros necesarios. Esta práctica ya era habitual durante los periodos de regencia de María de Molina, que tanto influyeron en la configuración de la ideología política de Alfonso XI. Evidentemente, en otros reinados, esta división de las tareas de la pareja real –o de la regente y otros miembros de la familia real que formaban parte del consejo– no tuvo que ver con las preferencias amorosas o privadas del rey, que en este caso simplemente se añaden, cuando comprobamos que la mayor presencia de la amante real en las fuentes coincide precisamente con los periodos de campaña y de la presencia del rey en Andalucía (lo mismo que el nacimiento de varios de sus hijos), siguiendo un modelo que recuerda mucho la literatura caballeresca de la época, en la que Leonor de Guzmán representaría el papel de la amada del caballero. Aunque en un principio parece que la situación fue causa de enfrentamiento entre la pareja real y con la familia política –es decir, la familia real portuguesa–, conduciendo a la guerra, en la década de 1340 las fuentes traslucen un acomodamiento de todos los protagonistas a la situación establecida, con unos papeles bastante definidos.

Por otra parte, la reina aparece en todas las grandes ceremonias del reino: [End Page 168] matrimonios reales, coronación, negociaciones diplomáticas, y nunca se la menciona como distanciada de los acontecimientos principales de la corte. Nada en las fuentes corrobora esa imagen de mujer humillada, celosa y retirada de la corte que tanto gustó a los autores decimonónicos, atraídos por el triángulo amoroso que vivió la corte más que por los aspectos reales del poder político.

El ciclo de crónicas del canciller Pero López de Ayala (1332–1407), que escribió ya en el periodo trastámara, así como las elaboraciones posteriores de la Crónica de Alfonso XI, hasta plasmarse en la Gran Crónica de Alfonso XI, retocada bajo Enrique II hacia 1376, con varios manuscritos conservados a partir de esa fecha, no pueden considerarse una visión objetiva de María y su hijo Pedro I ya que tienen que justificar el fratricidio de Montiel.1 De ellas, la Crónica de Pedro I de Pero López de Ayala, presenta importantes problemas internos debido a la personalidad y trayectoria del autor.2 En ambos casos, Leonor aparece con mucha mayor profusión, y con una categoría superior, por razones evidentes (Gran Crónica de Alfonso XI I: 498–502).3 Durante la guerra civil entre Enrique de Trastámara y Pedro I, la propaganda antipetrista acusó a María de Portugal de haber mantenido relaciones ilícitas con un judío, de nombre Pero Gil, de las que habría sido fruto Pedro I. Por ello, se llamó despectivamente emperegilados a los partidarios del rey legítimo. También fue acusada de haber mantenido una larga relación adúltera con su principal colaborador político, Juan Alfonso de Alburquerque. Pero fuera de esta literatura propagandística, en lo que podría definirse como una versión más oficialista, la figura de la reina no aparece pintada con tintes tan negativos. [End Page 169]

Por último, contamos con las crónicas y genealogías portuguesas: por orden de redacción, la Crónica de D. Pedro I, de Fernão Lopes (h. 1418–1459), y la Crónica de Afonso IV, de Rui de Pina (1440–1521). Los dos últimos grupos de crónicas anteriores coinciden en una perspectiva de representación dinástica para la reina, y se esfuerzan en destacar los derechos reales por vía femenina, especialmente cuando tratan de las posibilidades de sucesión ante la enfermedad de Pedro I de Castilla, coincidiendo con los primeros momentos del reinado. Se menciona como solución posible el matrimonio de un candidato al trono con María de Portugal, descendiente directa de Fernando III, Alfonso X y Sancho IV, además de considerarse los derechos de la línea dinástica que desciende de los infantes de la Cerda (López de Ayala 409; Estow 129). No se mencionan los vínculos con ninguna otra casa real, ni posibilidad alguna de ascenso de los hijos de Leonor de Guzmán, insistiéndose así en esa visión de la monarquía "panibérica" o "peninsular" tan característica del siglo XIV (Echevarría y Jaspert 12). Esa representación y conservación de la memoria dinástica aparece también en la donación por parte de Alfonso XI a María del priorato de San Mancio, en Sahagún, lugar de enterramiento de su madre Constanza de Portugal (González Crespo, Colección 387–89, 404–05), que la reina devolvió al monasterio de San Facundo un año después junto con las rentas para mantenerlo dignamente.

El ejercicio del poder por parte de María de Portugal

Para redimensionar la imagen de la reina podríamos plantear la pregunta que María Jesús Fuente propusiera en uno de sus artículos: "¿Reina la reina?" (Fuente). Evitando caer en un modelo retrospectivo de la historia, es decir, sin tener en cuenta el desastroso reinado de Pedro I y el cambio de dinastía, considerando a la reina en su propio tiempo, ¿podríamos decir que, como reina consorte, pudo ejercer su poder e influencia en los asuntos del reino y en materias de gobierno, tanto durante el reinado de su marido como después, durante los primeros años del reinado de su hijo? Y, más allá de eso, ¿qué tipo de redes familiares y de otro tipo pudo establecer con este fin?

En primer lugar, podemos considerar la vinculación con su familia de origen (Woodacre), que tanto tuvo que ver con su papel institucional, pues [End Page 170] los repetidos toques de atención de Alfonso IV de Portugal (1325–1357) y de la infanta Beatriz de Castilla, hija de Sancho IV y María de Molina, a su yerno Alfonso XI de Castilla serían decisivos para equilibrar el poder institucional de su hija y para la política internacional del reino castellano. Los estrechos vínculos familiares que habían unido a las familias reales castellana y portuguesa eran fruto de la política matrimonial entre Castilla y Aragón que siguió al Tratado de Alcañices en 1297 (García Fernández 923–25, 928, 931–33, 938–42). Los círculos femeninos eran muy estrechos, muchos infantes se habían educado juntos, y así, durante doce años, la reina Beatriz tuvo en su casa a Blanca de Castilla, la teórica futura primera esposa de su hijo Pedro, hija del infante Pedro de Castilla y prima de Alfonso XI (Rodrigues 139). Desde su niñez, el padre de María proyectó casarla con Alfonso XI, a pesar del estrecho parentesco que unía a ambos príncipes, por ser doblemente primos hermanos. A través del privado Alvar Núñez Osorio, Alfonso IV presionó al rey castellano para que rompiera su compromiso con doña Constanza, hija del infante D. Juan Manuel, y se casara con su hija María, lo que reforzaría la alianza militar entre ambas coronas. Tanto la crónica de Ruy de Pina como la del rey Alfonso XI prestan atención a los encuentros entre los contrayentes y la familia de María en Alfayates, entre Ciudad Rodrigo y Sabugal, donde se encontraban acampados los reyes portugueses que la habían acompañado hasta la frontera, así como a los acuerdos y la negociación de la dispensa eclesiástica, necesaria por ser los contrayentes primos hermanos, pero también porque el rey castellano ya estaba prometido, lo que hacía que el matrimonio pudiera considerarse ilegítimo (Gran Crónica de Alfonso XI 1:416–19, 436–42, 455–56, 468, casi un año hubo que esperar para la dispensa; Menino 116–22; Pina 8–13; Yáñez 94–96, 106). Los acuerdos se firmaron en Escalona. Entre 1328 y 1332, las crónicas se refieren a la reina sólo en el contexto familiar, para hablar de sus maternidades: en primer lugar, Fernando, que mantiene el nombre del abuelo paterno, y fallecería el mismo año de 1332, dejando como descendencia del rey sólo a los hijos de Leonor de Guzmán. Dos años más tarde, entre guerras varias, nace Pedro, el 30 de agosto de 1334 en Burgos, donde fue bautizado en la catedral por el obispo García Torres de Sotoscuevas, designándose a Teresa [End Page 171] Vázquez como su nodriza (Ballesteros Gallardo 16).4 En todos los casos de nacimientos de hijos de la reina, la Crónica de Alfonso XI señala el contento del reino, lo mismo que el Poema, pues son los únicos herederos legítimos: por Fernando, "mando hazer muchas alegrias por la nasçençia de su hijo primero heredero, y mandolo batear e pusole nonbre don Fernando, e diole casa e vasallos, e pusole luego su tierra çierta apartada". Por el nacimiento de Pedro "plugo mucho al rey y eso mesmo a todos los de sus rreynos" (Gran Crónica de Alfonso XI 2:32, 93). En esto se diferencian de los bastardos, cuyo nacimiento se consigna sin mayor comentario, aunque sabemos que para su madre supusieron invariablemente un aumento de su patrimonio y de su poder sobre el rey, hasta el punto de que Estow (128) considera que era equivalente al de la reina. En estos años la reina acompaña al rey en sus desplazamientos, pero también lo hace Leonor de Guzmán. Si bien esta última pudo haber acaparado un poder de gran magnitud por su fertilidad y su grado de intimidad con Alfonso XI, se trata de una relación que, al igual que ocurre con la privanza, carece de una cimentación institucional. Por el contrario, se trata de una relación basada en la "gracia real", esto es, que la otorga el rey a su merced, según sus querencias y necesidades, a diferencia de lo que ocurre con la posición de la reina, institucionalizada a través de su matrimonio y reconocida como tal, de una manera muy similar a como funcionaba la privanza real, pero siempre matizada por la condición femenina de la favorita (Foronda 73–88).

Al tiempo que la reina, se estableció en Castilla un personaje que estaba llamado a desempeñar un papel principal en la vida de la pareja real y sus sucesores: Juan Alfonso de Alburquerque, descendiente por vía ilegítima tanto del linaje real castellano como del portugués, y por lo tanto primo de ambos reyes se prolongaban así los vínculos portugueses, pero también estamos ante un ejemplo personificado de hasta dónde podía llegar un hijo ilegítimo de un príncipe (Alfonso Sánchez, primogénito bastardo de Dionís I). Entre otros cargos, fue alférez del rey Alfonso XI (1333–1336), [End Page 172] mayordomo mayor del heredero, Pedro, y canciller mayor de Castilla entre 1350 y 1353.

El otro momento cumbre de esta etapa tiene lugar en Las Huelgas de Burgos en 1332, con la coronación de la pareja real (Cronicas de los Reyes 1:1332–35; Gran Crónica de Alfonso XI 1:509–14; Yáñez 119–24), en el primer acto de este tipo que cuenta con un ceremonial propio en el reino de Castilla (1328–1331), el conocido como Libro de la coronación (Escorial, &.III.3). La participación de la reina en los fastos de la coronación es de primer orden, y manifiesta una voluntad explícita por parte de los compiladores e ilustradores del manuscrito, el obispo Raymundo Ebrard II de Coimbra y el taller sevillano (Rodríguez Porto 1:14) o simplemente como resultado de la compilación de un ordo imperial por el obispo de Compostela en tiempos de María de Molina (Carrero; Jaspert 81–83; Föβel 17–49). La finalidad de una ceremonia sin precedentes marca el fin de la minoría del rey pero realza también la condición de la reina, pues su participación en ella es tanto descrita en el ceremonial, como pintada en las miniaturas. De la misma manera, aparece mencionada repetidas veces en el capítulo CXXI de la Gran Crónica de Alfonso XI (1:509):

Estos e todos los rricos omes que ay eran fueron de pie derredor del cauallo del rey fasta que entro dentro en la yglesia de Sancta María la Rreal. E desque llego a la yglesia, los que le avian puesto las espuelas, esos gelas tiraron. E la rreyna doña María su muger fue vn poco rrato después que el rey, e levaua paños vestidos de muy gran prescio; e fueron con ella grandes perlados e otras muy nobles gentes. E desque amos a dos fueron llegados a la yglesia, tenían fechos dos asentamientos / por gradas, y estauan cubiertos de paños muy nobles.Y asentóse el rey en el asentamiento de la mano derecha e la rreyna en el asentamiento de la mano ezquierda. Y era alli el arcobispo de Santiago que llamauan don Joan de Limia e dixo la misa; e oficiaron todas las monjas del monesterio; e todos los obispos estauan rreuestidos, e sus báculos en las manos e sus mitras en las cabeças, e estaban asentados / en sus facistolios, los vnos a la vna parte del altar e los otros a la otra. E desque fue llegado el tienpo del ofresçer, el rey e la rreyna vinieron amos a dos de los estrados do estauan e fincaron los ynojos ante el altar, e ofresçieron al arcobispo ofrendas muy rricas; e después el arcobispo e los otros obispos bendixeron los con muchas oraciones e bendiciones; e descosieron al rey el pellote e la saya del [End Page 173] onbro derecho, e vnjolo el arzobispo en la espalda derecha con olio bendicho quel arcobispo tenia para esto. E desque el rey fue vnjido, tornaron al altar el arçobispo e los obispos, e bendixeron las coronas que estauan en el altar; e desque fueron bendichas, el arcobispo arredróse del altar e fuese asentar a su facistor, e los obispos eso mesmo cada vno se fue asentar en su lugar; e desque el altar fue desenbargado dellos, el rey subió al altar, e tomo su corona de oro con piedras presciosas e de muy gran prescio, e púsola en/la cabeca, e tomo el la otra corona, e puso la a la rreyna, e torno a fincar/los ynojos antel altar segund que de antes estaua; e estouieron ay hasta que alearon el cuerpo de Dios. E después que el cuerpo de Dios fue aleado, el rey e la rreyna fueronse a sentar cada vno en su lugar; e estouieron ansi, las coronas en las cabecas, hasta la misa acabada. E desque fue la misa dicha, el rey partió de la yglesia e fue a su posada encima de su cauallo, e todos los rricos omes e toda la otra gente de pie con el; e la rreyna fuese después a poco rrato.

La consideración que el rey demuestra por su esposa en público en una ceremonia cortesana de esta importancia debería haber bastado para acallar las suspicacias que su comportamiento privado acarreaba. Por su parte, el reconocimiento de las capacidades de gobierno de su esposa debía servir también para definir su papel de consorte en el reino.

El patrimonio de la reina quedó constituido a partir de los documentos de dote y arras, puesto que a estas alturas del siglo XIV no existe un patrón en la selección de los lugares que constituyen el dominio de la reina, aunque sí puede hablarse de ciertas continuidades respecto a miembros femeninos de la familia real (Rodrigues 143–45).5 Las donaciones a la reina como dote provienen de la herencia de Blanca, hija del Infante D. Pedro, antiguo tutor del rey, como forma de recuperar las tierras para la corona castellana, pero se dan a la reina como permuta para que el rey de Portugal conceda territorios de la misma calidad a Blanca en su futuro matrimonio con el infante Pedro de Portugal, que no llegó a celebrarse. En esta época, el señorío de los Cameros había pasado a propiedad de la familia original, y D. Juan Manuel había adquirido Cifuentes, por lo que solo quedaban para la reina las propiedades [End Page 174] sorianas del Infante: Almazán, Berlanga y Monteagudo. Todas ellas pasarían a integrar la dote de María de Portugal (Gran Crónica de Alfonso XI 1:436, 455–56, 475). En cuanto a la carta de arras, se le concede el señorío de las ciudades de Guadalajara, Olmedo, Salamanca y Talavera. Más adelante, la reina incrementaría su patrimonio de otras formas, por ejemplo, recibiendo varios concejos de la zona de Murcia (González Crespo, Colección docs. 573, 787, 801), probablemente de las propiedades de María de Molina,6 como Alguazas y Alcantarilla y heredamientos en Murcia capital. Todos ellos los permuta con el obispado de Cartagena a cambio del castillo de Lubrín. Y a partir de 1351, recibe de su hijo la villa de Villalar (Díaz Martín doc. 121), y también Palenzuela, junto a todos los bienes que habían pertenecido a la favorita:

[E]l rei don Pedro, desque ouo cobrado la villa de Toro e fecho lo que auedes oydo, segunnd que auemos contado, partió luego de Toro e fuesse para Palençuela que estaua aleada. E la villa de Palençuela dierala el rey don Alfonso a donna Leonor de Guzman. E el rei don Pedro dio luego que regno la dicha villa de Palençuela a la reyna donna Maria su madre, e assi le dio todos los bienes que fueron de donna Leonor de Guzman. E la reyna donna Maria, quando el conde don Enrrique era en esta demanda de la reyna donna Blanca, segunnd auemos contado, dio la villa de Palençuela al dicho conde don Enrrique. E el conde enbio poner recabdo en la dicha villa.

Aunque se especifica que María restituyó la villa a Enrique de Trastámara cuando consiguió su apoyo para la causa de Dña. Blanca, no se dice si hizo lo mismo con las demás propiedades de Leonor de Guzmán.

Las referencias a actuaciones de la reina como mediadora o en las ciudades de su señorío son numerosas, y sería imposible enumerarlas aquí todas, por lo que deben quedar para un estudio más amplio. Una etapa de gran actividad se registra en torno a 1330–1332, cuando realiza gestiones a favor del concejo de Murcia para que el rey disminuya los impuestos de moneda forera aplicados a la ciudad para la lucha contra los musulmanes (González Crespo, "Inventario" 296, doc. 277). Por su parte, D. Pedro de Peñaranda, [End Page 175] obispo de Cartagena, mandó constituir una capellanía que se ocupase de rogar por la salud de los reyes D. Alfonso y Dña. María (1332) con el dinero que éstos le habían otorgado (García Díaz 38–42).

Por la misma época, la reina realiza varias donaciones y disposiciones en su ciudad de Talavera, tanto sobre aspectos jurisdiccionales como sobre oficios y policía. Estas últimas funciones eran desempeñadas por la Hermandad de Talavera, constituida a principios del siglo XIV por vecinos colmeneros, primero para contener a los ladrones que hurtaban sus pertenencias en sus tierras, y más tarde contra todos los delitos cometidos en los campos. Además de administrar justicia y asegurar la paz en los caminos, la organización se encargaba de recaudar impuestos, con lo que podía contar con recursos propios. Sus poderes judiciales no se encontraban muy bien definidos y sus componentes gozaban de una amplia impunidad, por lo que la reina obliga a los miembros a ejercer las funciones precisas que otorgaban sus cargos (Guillaume Alonso 26, 29–30). Además, promulgó unas ordenanzas en respuesta a algunas quejas presentadas por sus vasallos, relacionadas con los ataques recibidos contra la propiedad comunal de la villa, o los agravios ocasionados por los oficiales de la reina, sobre todo por cuestiones impositivas (Ballesteros Gallardo 16).7

Más interesante aún resulta la actuación de la reina en el nuevo ámbito jurisdiccional promovido por Alfonso XI, especialmente en la implantación de las medidas aprobadas en las distintas cortes del reino, que culminarían en las Cortes de Alcalá (1348). En este sentido hay que entender los distintos privilegios y diplomas que la reina envió a las ciudades de Guadalajara, Talavera y Ciudad Rodrigo sobre el número de cargos que los concejos debían tener. Entre los poderes que le fueron otorgados por el rey, estaba el de nombrar corregidores, lo que la reina hace para Salamanca en 1342 y para Guadalajara en 1341 y 1346 (Martín Prieto 222–23). Talavera recurre a ella [End Page 176] contra el nombramiento de escribanos forasteros que había hecho Alfonso XI, y la reina concede un privilegio a la ciudad para que sean nombrados doce escribanos, que después serían aumentados a dieciséis (Ballesteros Gallardo 15; Rodríguez-Picavea 35–38). Contamos también con la aprobación de las ordenanzas de la villa de Guadalajara en 1346, después de haber mandado a dos jurados de la reina en 1341, haciéndose eco de las medidas de reforma que venía implantando el rey (López Villalba 67–68; Martín Prieto). Igualmente, la reina estableció en Ciudad Rodrigo (Salamanca) que en el uso de la justicia ordinaria se aplicase la costumbre y que en las querellas que sostuvieran clérigos y judíos fueran juzgados por los jueces legos.8

Esta actuación de María de Portugal en las ciudades de su señorío se vería ampliada con su supervisión de los asuntos generales del reino cuando el rey partía en campaña, tal como muestran varios de los documentos que firma en los años de la guerra del Estrecho.

La corte paralela: los espacios cortesanos de la reina

Los escándalos amorosos de Alfonso XI, no pasaron desapercibidos, siendo reprobados desde Roma y por las autoridades eclesiásticas castellanas. La situación se solventó con el establecimiento de dos casas paralelas, la de la reina y la de Leonor de Guzmán, que a menudo se desplazaba con el rey. La primera tenía como piezas clave a los nobles portugueses afincados en Castilla, como los linajes de Alburquerque y Meneses, o los Pecha de Guadalajara, a través de Elvira Martínez, camarera mayor de la reina, y su marido, Fernán Rodríguez Pecha, quien fue primero camarero mayor del rey y posteriormente del infante Pedro. El entorno de Leonor de Guzmán, como es sabido, estaba formado por sus parientes, conocidos popularmente como "los Guzmanes", establecidos en Andalucía y que eran vitales desde una perspectiva de vínculos vasalláticos para el desarrollo de las acciones guerreras contra los benimerines. Examinada desde un punto de vista político, la coexistencia de estas dos casas no tiene solo un motivo privado, sino también un fin pragmático: asentar las bases del rey en ambas partes del reino durante las campañas. ¿Sería por eso por lo que en sus disculpas [End Page 177] al cardenal Albornoz y al Papa de Aviñón mencionaba que le era imposible mantener la guerra en Andalucía sin el apoyo de Leonor (Beneyto 127–34), y no por una cuestión meramente personal? La imbricación de ambos factores, político y personal, y el hecho de que fuera frecuente tanto en Castilla como en Portugal la convivencia en la corte de la familia real legítima con la rama ilegítima podría explicar los vaivenes de la pareja real y de sus adláteres a partir de un momento dado. Si en un primer momento Alfonso IV, teóricamente molesto por el trato dado a su hija, inició una guerra con Castilla (1336), pese a los intentos de mediación de la reina Beatriz de Portugal (Menino 87–88), en la cual los factores fronterizos tenían una importancia relevante, en 1339 se firmaba un tratado de paz en Sevilla en el que la reina mediaba ante su padre y se ponían en claro las cuestiones familiares y el trato que ésta debía recibir por parte de su marido. La actuación de María es ensalzada tanto por las crónicas castellanas y el Poema, como por las crónicas portuguesas, que hacen de ella parte fundamental en la victoria castellana contra los benimerines:

E como quiera que el no fuese auenido con el rey de Portugal, mas estava en tregua, e porque este rey era mas cercano qu'el auie en aquella comarca, e sabia que la su flota tenie enderezada, quiso acorrerse del; e enbio a rrogar a la reyna doña María su muger, hija deste rey de Portugal, que estaua en Seuilla, que enbiase su mandadero/con sus cartas al rey su padre, con quien le enbiase a dezir de como la su flota se perdiera e los moros mataran al su almirante, e que le enbiase a rrogar que le acorriesse con la su flota en tanto que el mandaua hazer otras galeas o las enbiasse a mercar a alguna parte. […] La rreyna doña Maria de Castilla, desque supo lo que su marido el rey su señor le enbiaua a dezir, mando fazer sus cartas muy afincadas para el rey de Portogal su padre; e enbio por mensagero a Velasco Fernandez deán de / Toledo su chanceller e fue después obispo de Palencia, con quien le enbio a dezir como se perdiera la flota del rey de Castilla e que los moros mataran al almirante, e que le rrogaua e pedia por merced que tuviesse por bien de le enbiar su flota para en ayuda, porque estuviessen en la guarda del estrecho de la mar entre tanto que el rey fazia labrar su flota, e enbiaua a otras partes a conprar algunas galeas; e que no quisiesse en este tienpo catar otro mal talante contra el rey de Castilla, e en esto que faria muy grande ayuda e buena obra al rey de Castilla, e a ella faria mucho bien e mucha onrra.

Las obras cronísticas del reinado de Alfonso XI muestran por la reina un aprecio mucho mayor que por la amante del rey. Esta última es un mal que hay que tolerar; la reina es la reina. Es de observar que María se encontraba en Sevilla por estas fechas, lo mismo que el rey, por lo que las dos casas coexistirían de alguna forma en el espacio de la ciudad, cuando no de los alcázares (Almagro). Leonor de Guzmán desaparece de las crónicas entre 1334 y el comienzo de la guerra del Estrecho, lo cual no quiere decir que disminuyera su influencia, pero sí que su presencia debió, al menos, ser más discreta, pues tampoco tiene hijos del rey durante esos años. Es difícil saber si esto se debió a una reconciliación entre Alfonso y María, o a las presiones externas, pero es muy posible que la favorita residiera en sus casas y palacios propios mientras que la reina ejercía sus funciones en la corte, puesto que es en el propio alcázar de Sevilla donde recibe a su padre.

Aunque la casa de la reina no se menciona como tal, conocemos varios de los nombres de sus personas de confianza. En un primer momento, figura como chanciller de la reina Fernán Rodríguez, prior de la Orden de San Juan del Hospital, miembro de la casa del rey y su consejero, amigo de D. Juan Manuel y apreciado por el padre de la reina, Alfonso IV (Gran Crónica de Alfonso XI 1:501). Con la guerra en pleno apogeo, lo que hace preguntarse si fue necesario desdoblar la cancillería real, figura en este mismo puesto el deán de Toledo, Velasco Fernández, futuro obispo de Palencia (Gran Crónica de Alfonso XI 2:322), y luego D. Bernabé, obispo de Osma, hombre de la casa de la reina, su médico, y preceptor de D. Pedro, para quien encargó a Juan García de Castrojeriz una traducción del Regimiento de príncipes de Egidio Romano (Beneyto 45, 140). Ya se han mencionado también las relaciones de la reina con la familia de Fernán Rodríguez Pecha, camarero mayor del rey y luego del heredero, y Elvira Martínez, camarera mayor de la reina Dña. María, ambos residentes en Guadalajara, ciudad del señorío de la reina (Moxó; Martín Prieto 225–27). El propio Juan Alfonso de Alburquerque, su principal consejero político, fue también nombrado mayordomo mayor del infante Pedro. Las casas del heredero y de la reina formaban, pues, el otro núcleo de poder frente a la creciente influencia de Leonor de Guzmán, que dio al rey hasta cuatro hijos durante la guerra del Estrecho, una de las cuales [End Page 179] se educaría en la casa de la reina María, como veremos.

La necesidad de criar al heredero con su madre, a cierta distancia del frente de batalla y acompañado por una parte del consejo del reino, aboga por la creación de dicha casa de la reina, independiente de la del rey. El lugar más cercano al combate durante los últimos años del reinado es tradicionalmente la retaguardia de Sevilla, donde el rey pasó mucho tiempo, y donde también se encontraban la reina y el príncipe Pedro, manteniendo así al único heredero salvaguardado por si muriese el rey (Gran Crónica de Alfonso XI 2:320–21). Por tanto, la reina no puede viajar con él, lo que sí hace Leonor de Guzmán, quien en cambio va dejando a sus hijos ilegítimos sembrados por las casas nobles del reino, para que los eduquen mientras ella sigue al rey. Eso explica también los contactos nobiliarios de los hermanos, de los que tan buen uso harían en el futuro (Estow).

La participación de la reina María es también activa en la negociación de los matrimonios de su hijo, primero con Juana Plantagenet y, a la muerte de ésta, con princesas francesas como Juana de Navarra y Blanca de Borbón (Daumet 17–23, 158–63; Beneyto 121–24).

La muerte en 1350 de Alfonso XI significó, en gran medida, una liberación para María de Portugal y el comienzo de una etapa de predominio político de la reina, que duraría hasta la fatídica revuelta de 1353. Aunque su hijo Pedro tenía ya dieciséis años al acceder al trono, dado que la edad oficial de su mayoría según la ley castellana aún no había llegado, y teniendo en cuenta la enfermedad que casi acabó con su vida, la reina madre y Alburquerque actuaron durante este tiempo como una verdadera regencia. El primer movimiento era asegurar la fidelidad de la rama ilegítima de la familia, que Alfonso XI había intentado vincular a su heredero a través de la Orden de la Banda como instrumento vasallático, pero que falló estrepitosamente. La negativa de Leonor de Guzmán y sus hijos a acudir a Sevilla a las honras fúnebres de Alfonso XI y al besamanos del joven rey, que hubiera redundado en la confirmación –o no– de sus propiedades y las de sus hijos, dio comienzo a una huida frenética y a la dispersión de la rama ilegítima en busca de apoyos. La situación era grave, y la sumisión obligada [End Page 180] de Leonor de Guzmán, confinada en los alcázares sevillanos, dio lugar al aún más grave matrimonio sin el permiso real de Enrique de Trastámara y Juana Manuel, importante ficha en el tablero matrimonial castellano por su vinculación directa, aunque colateral con la dinastía, al ser hija del infante D. Juan Manuel y hermana de la reina portuguesa. Todas estas acciones, que se sucedieron a gran velocidad, pudieron redundar en una acusación de traición contra la favorita del rey, quien claramente había instigado tanto la resistencia al reconocimiento del rey como la consumación del matrimonio de su hijo. Ello significaba una amenaza para Pedro I, pues este matrimonio reforzaba sustancialmente los derechos de Enrique y de su descendencia al trono castellano, y todo ello había ocurrido bajo la mirada de la reina, en cuya casa se encontraría educándose Juana Manuel, dada su alcurnia. En enero de 1351, la corte salió de Sevilla para visitar las tierras de la Orden de Santiago, llevando consigo a Leonor de Guzmán. Después de esta visita, Alburquerque ordenó que Leonor fuera llevada prisionera a Talavera de la Reina, señorío de María de Portugal. La seguridad que proporcionaba el estar custodiada por los oficiales y tropas fieles a la reina madre no debe descartarse como razón suficiente para que estuviera encerrada en el alcázar de Talavera. ¿Hasta qué punto fue la propia María de Portugal quien dio la orden de ejecutar a la prisionera en su ciudad? El hecho de que todas las crónicas en las que se versiona la ejecución de la favorita se compilaran o retocaran durante el reinado de Enrique, adjudicándose así las culpas directamente a la reina, y no a un juicio sumarísimo por traición al rey, que bien pudo tener lugar, resulta contradictorio respecto a los testimonios que las mismas crónicas dan para los siguientes años.

Mientras tanto, se desarrollaba el segundo drama sentimental de la corte, que repetía el triángulo del reinado anterior, esta vez protagonizado por el joven Pedro I, María de Padilla y Blanca de Borbón, la candidata predilecta de su madre para convertirse en reina de Castilla, con quien Pedro I tuvo que contraer matrimonio en Valladolid, el 3 de junio de 1353. La descripción del cortejo resulta sumamente interesante a la hora de dibujar la compañía de la reina madre en estos momentos del reinado (López de Ayala 41; Estow 136–37). El inmediato abandono de Blanca desataría una encarnizada guerra [End Page 181] civil en el reino de Castilla: por un lado, el bando del rey, apoyado nada menos que por sus hermanos bastardos Enrique y Tello y los infantes de Aragón, bajo la promesa de grandes favores, y por otro, el bando de la reina madre y Albuquerque, opuestos a esta relación adúltera de su hijo, que tanto se asemejaba a la que ella misma había padecido como esposa de Alfonso XI, y al que se unieron numerosos nobles castellanos. En Valladolid, la casa de la reina madre daba albergue a la desposeída Dña. Blanca, y a Leonor de Aragón, tía del rey, instalada también en Castilla (López de Ayala 42–43). Ello no resulta extraño, pero sí en cambio el que, según avanzan las alianzas y Pedro I va incumpliendo sus promesas a los que le apoyan, encontremos que la casa de la reina madre se convierte en el refugio de otra serie de damas relacionadas con los Trastámara.

Las relaciones entre el rey y su favorito Alburquerque se fueron deteriorando, debido tanto al apoyo de éste a la alianza con Francia en un momento en que el rey empezaba a tomar en consideración un acercamiento a Inglaterra, como a su excesivo peso en los asuntos de la corte. Alburquerque se retiró a sus tierras en Extremadura y después a Portugal, mientras sus seguidores eran sustituidos por parientes de María de Padilla (Valdaliso). La reina madre, desprovista de apoyos, se unió entonces a la liga de nobles y tomó parte activa en la sublevación contra su hijo de 1353, que finalmente el rey pudo controlar. Dña. Blanca, separada de su suegra y en permanente huida, intenta convencer a los toledanos de que el rey busca su muerte, temor acrecentado por las negociaciones matrimoniales del rey con Juana de Castro. Mientras, Alburquerque llegó a una coalición con Enrique de Trastámara, su hermano el Maestre Fadrique y otros nobles, dirigiéndose con éxito por Badajoz, a Ciudad Rodrigo y Medina del Campo. Tomada la ciudad, Juan Alfonso de Alburquerque fallecía (28 de septiembre de 1354), al parecer envenenado por orden del Pedro I (López de Ayala 62–64; Valdeón 61–71, 120; Fernandes).

A la muerte de Alburquerque, que sin duda debió afectar profundamente a María por la estrecha relación personal y política que habían tenido durante veinte años, la reina madre decidió retirarse a su villa de Toro, en la que el rey le visitó en varias ocasiones, y desde donde partió para entrevistarse en [End Page 182] Tordesillas con su cuñada la reina Leonor de Aragón, que también viviría en la ciudad junto con sus hijos. En el convento dominico de Santo Domingo (posteriormente llamado San Ildefonso), fundado por María de Molina en 1285, existía una habitación real que las reinas utilizaron varias veces para sus partos. Desde allí María intenta en todo momento actuar como mediadora, según la crónica. En torno a ella se concentran todas las damas de alta alcurnia que eran partidarias de que el rey volviera con Dña. Blanca y se tranquilizaran las aguas, entre ellas, Leonor de Aragón con sus hijos. Pero, además, al hilo de la situación política, la reina madre acogería en Toro a los hermanos y hermanas ilegítimos del rey: Juana, "la qual estaua en el palaçio del rey e alli se criara", que contraería matrimonio en el mismo Toro con Fernando de Castro y a la condesa de Villena, Juana Manuel, mujer de D. Enrique, que recibía sus visitas allí mismo (López de Ayala 65–81). ¿Cómo puede explicarse, si la reina María había mandado ejecutar a Leonor de Guzmán, que mostrase estos cuidados por los bastardos de Alfonso XI, perseguidos por su propio hijo Pedro? La Crónica de Pedro I no menciona en ningún momento que las jóvenes estuvieran con la reina madre en calidad de rehenes, sino que más bien enfatiza las antiguas relaciones establecidas en la casa de la reina durante su infancia. Y las entradas y salidas del conde de Trastámara de Toro parecen indicar efectivamente que allí se reunía una corte femenina que suponía una protección, aunque endeble, frente a los caprichos del rey.

En 1355, María volvió a unirse a los rebeldes y, junto a Juana Manuel, esposa de Enrique de Trastámara, y a su hermana Leonor, antigua reina de Aragón, siguió de cerca los primeros acontecimientos de la guerra civil castellana. Cuando decidieron entregar la plaza y el maestre de Santiago D. Fadrique se pasó a D. Pedro, María se refugió en el castillo de Toro junto a un puñado de partidarios. El 26 de enero de 1356, se rindieron, confiando en la clemencia del monarca por encontrarse su madre entre los vencidos y tener un salvoconducto con seguros firmado por él. La trágica escena que se desarrolla a la entrega del alcázar por el mayordomo mayor de la reina, Martín Alfonso Tello de Meneses, antiguo vasallo de Alburquerque,9 es uno [End Page 183] de los capítulos maestros de López de Ayala a la hora de mostrar la crueldad del rey para con los partidarios de su madre. El tema de la honra, que encontramos repetidamente en la crónica refiriéndose a los últimos años de la reina y a su relación con Martín Alfonso Tello, se hace aquí presente en la saña con la que el rey acaba con el caballero, ordenando la matanza del alcázar de Toro. Eso explicaría la terrible escena del desmayo que transmite la crónica, y que decidiera inmediatamente poner tierra de por medio:

Otro Escudero llegó e mató a Martin Alfonso Tello […] E la Reyna Doña María, madre del Rey, quando vió matar asi á estos Caballeros, cayó en tierra sin ningun sentido como muerta […] é después levantarla, é vió los Caballeros muertes enderredor de sí, é desnudos, é comenzó á dar grandes voces maldiciendo al Rey su fijo, é diciendo que la deshonrára e lastimára para siempre, é que ya más quería morir que non vivir.

Durante el ataque, Pedro hizo prender también a Juana Manuel, una prueba de que la protección de su madre hacia la familia Trastámara había sido eficaz hasta entonces. María quiso irse del reino, lo que Pedro I autorizó, y se le retiró el pleito-homenaje de sus ciudades, al menos de Salamanca (Díaz Martín doc. 972) y Talavera, si bien no se conoce ninguna represalia directa tomada por el soberano cuando las ciudades pasaron a formar parte de la jurisdicción real (Rodríguez-Picavea 44). María se instaló en un convento de Évora (Portugal), donde moriría el 18 de enero de 1357, a la edad de cuarenta y cuatro años. La crónica es lacónica al decir que:

en este tienpo llegaron nueuas al rey don Pedro commo la reyna donna Maria su madre, era finada, e que moriera en el regno de Portogal. E segunnd fue la fama, dixeron que el rey don Alfonso de Portogal, su padre della, le fiziera dar yeruas con que moriesse, por quanto non se pagaua de la fama que oya della

Sabemos que los rumores de envenenamiento eran algo común en esta época, pero resulta extraño que un padre que llegó a hacer la guerra por su [End Page 184] hija, y que la acogió en el exilio, la mandara envenenar. Lo que sí podemos barajar es la hipótesis de una muerte de sobreparto, a lo que aludiría ese ataque contra la fama de la soberana. Apoya esta hipótesis el enterramiento de María de Portugal, que tiene una historia cuando menos curiosa. La reina había otorgado testamento en Valladolid el día 8 de noviembre de 1351, y en él dispuso que su cadáver, revestido con el hábito de Santa Clara, fuese enterrado en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla donde estaba sepultado su esposo, Alfonso XI, y que, si a éste último lo trasladasen, hiciesen lo propio con sus restos mortales. Después de su defunción, recibió sepultura inmediata en Évora. Respetando sus deseos, a fines de 1357, con motivo de las embajadas intercambiadas para tratar el casamiento de los infantes portugueses con las hijas de Pedro I y María de Padilla, el arzobispo de Sevilla y otros prelados van a recibir el cuerpo de Doña María. La carta del rey dice a su tío:

Otrosí enviamos para traer el cuerpo de la Reina nuestra madre para enterrarla aquí en Sevilla, al Arzobispo de esta ciudad, y a otros prelados de nuestros reinos, y os rogamos que esas joyas que ella dejó, que las mandéis dar al dicho Juan Fernández [de Melgarejo, canciller del sello de la poridad del rey], e nos vos lo agradeceremos. El rey Don Pedro hizo otorgar el cuerpo de su hermana al embajador del rey, y según la crónica le fue hecha gran honra, así por el rey como por los prelados que venían a por ella y así, muy acompañada hasta la frontera, y desde allí hasta Sevilla, donde la salió a recibir el rey con muchos clérigos y señores, y celebradas sus exequias, su cuerpo fue depositado en la capilla de los reyes, cerca del rey don Alfonso su marido, donde ahora reposa.

Sin embargo, en 1371 el rey Enrique II quiso enterrar a Alfonso XI junto a su padre, Fernando IV, en la Real Colegiata del monasterio de San Hipólito en Córdoba, fundado como panteón real en 1343 tras la batalla del Salado. El monasterio quedó inacabado a la muerte de Pedro I, por lo que los reyes quedaron en la capilla real de la mezquita de Córdoba, preparada como capilla mudéjar. Quizá con motivo de dicho traslado la reina María fuese enterrada en la iglesia del Monasterio de San Clemente en Sevilla, en un sepulcro de madera decorado con escudos heráldicos y cobijado por un arco en el lado del Evangelio. El epitafio de la reina, en una lápida de azulejos [End Page 185] sencillos, reza: "Doña María de Portugal/viuda de el señor rey don Alonso XIº/madre de el señor rey don Pedro./con dos tiernos infantes de Castilla sus hijos" (Borrero 69).10 El primer niño podía ser Fernando de Castilla, pero del segundo infante nada sabemos. Si es cierto que su reputación había quedado manchada por una relación con Martín Alfonso Tello de Meneses, es posible que el niño fuera fruto de dicha unión, aunque improbable, dada la edad de la reina.

Conclusiones

Es evidente que incluso las crónicas redactadas o revisadas durante el reinado de Enrique II no podían ignorar a la reina. María de Portugal se muestra como una reina consorte a todos los efectos, tanto en el ejercicio del poder político y su jurisdicción como en la mediación, tanto ante su marido como ante otros personajes. Su participación en la muerte de su competidora no queda clara, tal como muestra Estow al revisar la sucesión documental que lleva a la muerte de la favorita de Alfonso XI (126–27). La presencia en su entorno de las mujeres que se criaron en su casa, sin tener en cuenta si éstas eran de ascendencia legítima o ilegítima, o si habían contraído matrimonio con los bastardos de su marido, recuerda las prácticas de la corte portuguesa, donde las diferentes ramas legítimas e ilegítimas de la dinastía coexistían con cierta naturalidad en la misma corte. Hasta qué punto las redes creadas por María se mantuvieron ante la presión de los acontecimientos del reinado de Pedro I, y ante la imposición de nuevos vínculos y prioridades con el ascenso de los Trastámara, es un tema que todavía queda por estudiar. [End Page 186]

Ana Echevarría Arsuaga
Universidad Nacional de Educación a Distancia

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Footnotes

1. Véase el artículo de Brett Rodriguez en este volumen sobre la producción cronística asociada a Pedro I de Castilla.

2. Aquí hemos utilizado la edición de C. L. Wilkins y H.M. Wilkins, Madison, 1985.

3. Puede servir como ejemplo la narración de las maniobras de D. Juan Manuel para intentar promocionar a su hija al trono de Portugal y a Leonor de Guzmán al de Castilla a cambio de su apoyo, y la teórica respuesta negativa de Leonor, que difícilmente sería conocida por el cronista si las negociaciones habían sido tan secretas como se presumían. Es evidente que este episodio debió escribirse con bastante posterioridad a los hechos.

4. En 1339 la reina concede a Teresa Vázquez, que había sido nodriza de Pedro I, las tiendas del hierro y de la harina en Talavera, tiendas que después adquirió el Concejo por 12.000 maravedíes.

5. El sistema para definir el patrimonio de la reina es similar al portugués, aunque es difícil consolidar las propiedades reginales debido a la superposición permanente de varias consortes, reinas madres, infantas y viudas hermanas de reyes a lo largo de los siglos XIV y XV, que van recibiendo propiedades según van quedando disponibles.

6. La relación con su abuela no se limita a las propiedades, sino que también tiene que ver con el mecenazgo, tal como ha estudiado Rodríguez Porto (1:64–69).

7. Ballesteros cita varios documentos sin mencionar el archivo del que provienen (Municipal de Talavera de la Reina, suponemos), entre 1331 y 1348, concesiones al alguacil de la ciudad, a los caballeros de la misma, una autorización al concejo para que nombrara un físico, un cirujano, frenero, sillero y un oficial por cada uno de los oficios, exentos de tributos, etc. Agradezco a la Dra. Yolanda Moreno las referencias sobre Talavera de la Reina que aparecen en este artículo.

8. Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Luque, c.516, doc. 191.

9. Hijo de un vasallo del rey de Portugal y tienente en nombre de Juan Alfonso de Alburquerque, es decir, procedente de los círculos portugueses de la corte castellana, su nombre aparece vinculado por primera vez con la reina en 1354, cuando le lleva la brida del caballo, lo que, según la crónica de Pedro I, "le dio la mala fama que en adelante llevaría". Después sería nombrado mayordomo-mayor de la reina María de Portugal, y la acompañaría en su refugio en Toro, donde supieron de la muerte de Juan Alfonso.

10. La referencia a otro infante fallecido se conoce por la lápida sepulcral y por unos pergaminos que se descubrieron dentro de la sepultura en 1813 cuando se exhumaron los cadáveres sepultados en la iglesia del monasterio. Estos pergaminos mencionan a dos niños que fueron enterrados con su madre.

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