La relación militar de un hombre sin alma: Alonso de Contreras frente al proceso civilizador

En el prefacio a On the Process of Civilisation (1939), Norbert Elias parte de una sugestiva conjetura según la cual, si los miembros de cualquier sociedad civilizada de Occidente fuesen transportados a una época pasada de su propia historia, en concreto, la medieval, la tildarían sin lugar a dudas como incivilizada. Este supuesto da pie al sociólogo alemán para analizar en qué consiste y cuáles son las causas del proceso civilizador, o cómo una comunidad pasa de un estado incivilizado a otro civilizado. En su libro, Elias señala a la francesa como paradigma de las sociedades europeas y foco central del proceso civilizador que tiene lugar entre la Baja Edad Media y la Primera Modernidad. Se trata de transformaciones que operan fundamentalmente en dos niveles interdependientes: cambios socio-políticos que modifican la estructura organizativa del territorio y las relaciones de poder que lo controlan, y cambios psicológicos que modifican la estructura de la personalidad. Estos últimos son los que de manera más clara evidencian la contradicción que afecta al colectivo militar en particular. Si todo cambio acarrea desajustes de por sí, las fricciones internas que operan en la estructura de la personalidad de los soldados de la Monarquía Hispánica son incontestables. Debe tenerse en cuenta que la función social de la milicia se ve justificada a través del uso de una violencia que, al mismo tiempo, se pretende erradicar de la vida en comunidad. Este es el dilema que se pretende dilucidar a partir del Discurso de mi vida (1630) de Alonso de Contreras, sin duda la relación o vida de soldado que mejor refleja la incapacidad para asimilar las premisas del proceso civilizador.¹

Como prueba del estrecho vínculo que Elias señala entre lo psicológico y lo socio-político dentro de dicho proceso, hay que retroceder a la etapa previa a la formación del Estado, esto es, la fase de asentamiento de las cortes. Residir en la corte abre un abanico de oportunidades, pero al mismo tiempo reduce la libertad y condiciona las acciones de cada persona a una observación constante. Los cambios psicológicos que Elias examina a partir de numerosos ejemplos textuales de la época, consisten, en esencia, en una serie de transformaciones de las relaciones sociales que terminan por interiorizarse de manera involuntaria en la conducta de los individuos. Aunque estas transformaciones son paulatinas y se expanden sin ningún tipo de presión externa específica, la existencia de libros de etiqueta y buenas maneras desde fechas tempranas demuestra el interés entre los miembros de la nobleza, el grupo más afectado por este nuevo escrutinio recíproco, por ajustarse a las nuevas convenciones. Acciones rutinarias como las relacionadas con la conducta a la mesa, las funciones corporales o la exhibición de un carácter violento, pasan ahora una evaluación interna que resuelve qué está y qué no está permitido. Se extrema, por lo tanto, un mecanismo de autocontrol por el cual el cuerpo humano interioriza unos patrones de actividad que sirven para hacer frente a esta nueva tesitura social. Dicho mecanismo rechaza no ya el recurso a la violencia individual, sino incluso su insinuación, lo cual está estrechamente relacionado con otro de los aspectos que configuran la reciente alteración de la estructura social.

En el paso de la nobleza feudal a la nobleza cortesana se pierde el atributo social que caracteriza al bellator, lo que lo distingue como guerrero en contraste con el clero que reza y el pueblo llano que trabaja. El acto de civilizarse equivale a desentenderse de su rasgo esencial: el uso de la violencia.² Al renunciar a esta, no solo pacifican su existencia, sino la de la comunidad entera, puesto que las consecuencias de sus acciones afectan a todos por igual: "The life of the warriors themselves, but also of all others living in a society with a warrior upper class, was threatened continually and directly by acts of...