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  • El Madrid de Zúñiga
  • Manuel Longares

Toda la obra de Juan Eduardo Zúñiga, salvo Misterios de las noches y los días, se desarrolla en Madrid y en varias épocas – y no sólo la más conocida de la guerra civil de 1936 y su inmediata posguerra: está el Madrid contemporáneo que recorre en moto una vendedora de pizza, el Madrid cosmopolita de los felices años veinte, el Madrid de un siglo antes, cuando se mata Larra en la calle de Santa Clara, y otro Madrid histórico más antiguo, en el que todavía no están las calles por las que pasearán Mesonero Romanos o Galdós y cuya población vive asustada por fenómenos sobrenaturales. Es el Madrid de los augurios, según Zúñiga, donde las incidencias derivadas de los fuegos que brotan en el campanario de San Ginés – en el cuento titulado "La mujer del chalán" – , dejan al barrio, como dice Zúñiga, "desasoseído". Por este páramo rústico y milagrero que se extiende desde Carabanchel al quemadero de Fuencarral, los ciegos transmiten recados de amor y los gitanos hacen su vida en la parcela delimitada por sus carros, esos carros de la itinerancia que les dan aires de libertad.

El escrupuloso realismo literario de Juan Eduardo Zúñiga se atiene al callejero de la época. El molino de Santa Bárbara de su relato homónimo se sitúa en el postigo de Santa Bárbara, que es la actual plaza de Alonso Martínez. Ahí arranca el camino de Hortaleza y bajando se toma agua en la Fuente Castellana. En otro cuento, "Interminable noche de los miedos", los personajes viven bajo la influencia de las campanadas de las iglesias de San Nicolás y Santa María, es decir en la confluencia de las calles Bailén y Mayor, un espacio aprovechado por un escritor más joven que Zúñiga y también madrileño, Javier Marías, para ubicar a su personaje Custardoy. "Custardoy – conjetura el protagonista de Tu rostro mañana – podía venir del Viaducto o pasar bajo mis ojos, pegado a la Catedral o pegado al muro, podía llegar desde el Instituto Italiano o subir por la Cuesta de la Vega desde el Parque de Atenas" (Marías 457). Marías remite al lector a lugares concretos del callejero matritense que el lector contemporáneo conoce. Pero Zúñiga, que elige el mismo paisaje para su cuento "Conjuro de marzo", al aludir a un tiempo en el que [End Page 65] no existían esas referencias, se atiene al momento histórico de su narración, cuando servía de indicativo citar las Parras o la cochera de los Demetrios.

En época posterior, exactamente el 13 de febrero de 1837, lunes de Carnaval, sopla el viento por los baldíos de Santo Domingo y Leganitos cuando Mariano José de Larra emboca la calle Angosta de San Bernardo – junto a la actual Montera – para reunirse con Mesonero Romanos. El narrador de este encuentro alude a dos barrios, entonces de mala fama, el Avapies y las Ventas del Espíritu Santo, y a dos lugares próximos a la Puerta del Sol, que ya no existen: el café de Venecia, lóbrego y con olor a humedad, donde se le enfría el chocolate al nuevo galán de Dolores Armijo, y el mentidero del atrio de San Felipe, ya renombrado por los escritores del siglo de Oro. Ellos perfilan este Madrid en el que por los arcos de Platerías y Capellanes se llega a Celenque y, más allá, anuncia Zúñiga, a la calle de los Hermanos Preciados, que hoy conocemos sólo por el apellido. "Doblan las campanas de Santiago", la iglesia más próxima al domicilio de Larra, es el título de ese relato en el que un fandango marca época: la camisa vendo / quién la quié compra / si el que merca es majo / no ha de pagar ná.

Cuenta Zúñiga en Flores de plomo que para recuperar unas cartas de amor, la amante de Larra, Dolores...

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