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  • Váyase lo ganado por lo perdido
  • Josep Miquel Sobrer (bio)

Una de las palabras más espeluznantes de la lengua inglesa–lengua que, por otra parte, admiro–es la palabra loser. Es insulto corriente, popularísimo; se abusa de él. Lo he oído de la boca de las personas más diversas, desde un albañil a un zapatero, desde un poeta a un político, desde un anciano a un niño. Los chicos de la escuela secundaria se lo echan en cara repetidamente, acompañándolo con un gesto de la mano que avanza hacia el objeto del insulto: alzado el índice, extendido el pulgar a noventa grados de él y encogidos los demás dedos, la mano forma la hiriente L mayúscula del insulto. A veces la formación digital se complica y con la mano sobre la frente el insultante forma primero una V doble y después la ele:

“Whatever, loser!”

No se me ocurre exactamente cómo se pueda decir loser en español. No me viene en mente palabra que capture el profundo desprecio del sobriquete. “Perdedor” no es palabra que se utilice como insulto, como tampoco se usa “ganador” para referirse a una persona sin explicitar las circunstancias. Nosotros decimos “es un pobre diablo,” o “no da pie con bola.” Naturalmente hay un español insultos mayores. No les voy a dar aquí ningún ejemplo porque la Federal Communications Commission me los haría pagar caros. Pero los insultos, digamos, menoreslas increpaciones que no llegan a meterse con los progenitores de uno ni con el comportamento de la esposa de uno-, esos insultos en español no tienen la dureza de corazón que conlleva la palabra loser. Decir de alguien que “no acierta ni una,” que “es un desgraciado,” por condescendiente que sea, mantiene una cierta conmiseración. El loser, en cambio, no da pena, es como si el pobre infeliz se hubiera ganado su mala pata a pulso.

La cosa es cultural. Este país–tan bendito en tantas otras cosas–bebe de la fuente puritana y se pace de la cultura de los timbres. A la que te descuidas, te timbran. Porque parece ser que loser imprime carácter, como un sacramento. Y no es membrete pasajero. No es coincidencia que una de las obras literarias clásicas [End Page 208] de este país sea The Scarlet Letter de Nathaniel Hawthorne. Ya conocen ustedes el cuento: a la pobre Hester Prynne le hacen llevar en la ropa la letra A de “adúltera” por un desliz.

Claro que lo de timbrar no es exclusivo de los gringos. En España–en la España sangrienta e imperial–la Inquisición le colgaba un sambenito al más inocente. Será que esto de timbrar a la gente es cosa de imperios.

Pero insultos y castigos en la picota aparte, ser un loser es lo peor que se puede ser en este país. Los mentirosos hacen carrera, los ladrones no digamos, los hipócritas tienen la sartén por el mango. Incluso los criminales acaban publicando sus memorias a buen precio. Se podría decir que los losers son fracasados incluso en el fracaso, piltrafas humanas que no tienen arreglo. Ya les he dicho que a mí la palabra me pone los pelos de punta.

No basta hacer buenamente lo que uno puede. Hay que competir, hay que ganar. La vida es una pugna y la derrota una humillación.

Pero ¿tan necesario es ganar? Quizá por debajo de la concepción épica de la vida en este país, está el miedo inadmisible. Está el miedo a perder nuestra armadura de winner. Está la sospecha de que, al fin y al cabo, tal armadura es una ilusoriedad más enclenque que el papel de hojalata. [End Page 209]

Josep Miquel Sobrer

Josep Miquel Sobrer (1944–2015) was professor emeritus in Indiana University’s Department of Spanish and Portuguese. He specialized in Catalan and modern Spanish literature, as well as the theory and practice of translation. Sobrer authored numerous publications, including several in the pages of Chiricú, and served as the editor of Catalan Review. This...

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