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  • Elizabeth I en clave argentina
  • Paula Varsavsky

En el marco de las conmemoraciones a William Shakespeare al cumplirse 400 años de su muerte, algo que —según admiten sin un dejo de ironía los ingleses— ha tenido más repercusión en el exterior que en el Reino Unido, en la Argentina han surgido distintas formas de homenajear al gran poeta y dramaturgo de todos los tiempos. Este monólogo del dramaturgo argentino Matías Catopodis, quien escribió el texto especialmente para esta oportunidad, funciona a la perfección en castellano rioplatense contemporáneo, cuya naturalidad es tan sorprendente como agradable. La impecable dicción de la intérprete Lucía Ballefin Benites, junto con la dirección de Alejandro Zucco, logra resaltar el texto.

Al comienzo de la obra, que dura menos de una hora, vemos a Elizabeth en ropa interior. En un clima de intimidad con el espectador, nos cuenta acerca de su infancia, de la frustración de su padre al tener una niña en vez de un hijo varón y de las dificultades durante su crecimiento. Confiesa su imposibilidad de ser realmente una mujer y de sentirse más bien un hombre afeminado.

La escenografía austera va cobrando vida y colores a medida que Elizabeth se va vistiendo de reina y ocupa su lugar en el trono. Acompañada de música original compuesta e interpretada en vivo por Ernesto Vidal, los tonos de la secuencia que narra Elizabeth tienen su apropiado correlato en guitarra y sonidos de voz.

Mientras pasa de ser una chica en ropa interior con los pechos apretados para disimular su existencia a la reina del poderoso imperio británico, Elizabeth clama tanto por ella misma como por Inglaterra. Nos cuenta que su país no tiene enemigos y que al contrario ama a todos. Es de aquel amor por la humanidad de donde surgen sus ansias de conquistas, como si se tratara de derramar afecto por todos los rincones del planeta. En este caso, el amor justifica los medios. Luego se va poniendo lentamente un salto de cama blanco, [End Page 259]


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Foto de Soledad Castro Lazaroff

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Foto de Soledad Castro Lazaroff

inmaculado, que llega hasta el piso. Sus movimientos se vuelven certeros y camina con elegancia y resolución. Elizabeth habla de su madre muerta y la reclama. Los gritos salen de sus entrañas, desde donde expresa su alma dolida. Sin embargo, el poder es más importante que los afectos, como se ve cuando ella misma le corta la cabeza a su prima.

Los gestos se vuelven grandilocuentes, mientras que el dúctil manejo de los tonos de voz de la actriz permite que el espectador se incluya en cada palabra que emite. Elizabeth es víctima de sus padres y a la vez victimaria. La doble función se justifica a través de la necesidad de sostener el reino que es tanto más importante que los individuos. Las laberínticas intrigas palaciegas que relata tanto con amor como con odio nos llevan a compadecernos de aquella niña asustada que fue y a atemorizarnos de esta reina implacable en la que se transformó. Al final, ya en su trono, se consagra definitivamente a su tarea de reinar. [End Page 261]

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