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  • La novela como colección de datos. Una historia entre mil caras
  • Ignacio Bajter
Carlos Fonseca. Coronel Lágrimas. Barcelona: Anagrama, 2015, 170 pp.

Los escritores crecen en las universidades como antes lo hacían en el periodismo. El modelo de cronista estilo Hemingway, influyente en toda América durante décadas, fue arrinconado por el modelo Fitzgerald, el novelista scholar. Donde sea, el ámbito académico ampara a los jóvenes que preparan exámenes y tesis mientras cumplen, en secreto, con propósitos que los maestros no exigen. Este fue el caso del puertorriqueño Carlos Fonseca, que empezó este libro antes de cumplir 25 años. Es una “novela de campus” no porque represente la vida universitaria sino porque fue escrita en los alrededores de la Universidad de Princeton, entre bibliotecas y laboratorios donde es posible crear cualquier juego complejo.

En el cuadro general, Coronel Lágrimas es una investigación aplicada a un personaje, una novela que explora con calma, cautela y claridad cómo hacer literatura en los tiempos que corren, cómo construir una ficción delante de la pantalla. La primera audacia de Fonseca es haber creado un coronel después de García Márquez, y este antecedente –pesado al principio– se olvida en las primeras páginas. Aquí el personaje no se enfrenta a su destino sino a una voz, la del observador que intenta descifrarlo a puro olfato e intuición. Entre el coronel y quien lo escribe se interpone una distancia, fría, pixelada, cuyo modo de funcionar es conocido por los lectores. Coronel Lágrimas trabaja las posibilidades de la ficción en pleno dominio de Facebook y Wikipedia, de “filtros transparentes” y de saberes bajo sospecha. La clave del presente, dicho al pasar, es que una persona se distingue con 150 puntos (ya ni siquiera con un nombre, con una cualidad), y esa es la partida de la “pasión moderna”.

Así planteada, la novela es una comedia sobre la vida de todos los días con sus redes, su velocidad y sus leyes ópticas, con sus colecciones de lo que sea, con sus abundantes y vertiginosas “vidas paralelas” que ocultan más de lo que muestran. Cualquiera puede hacer una novela, entre comillas, si observa la suma de obsesiones de otro, a quien puede espiar sin esfuerzo. El narrador de Fonseca se enfrenta a un coronel retirado en los Pirineos, retirado del mundo como Simón en el desierto, alguien (un anacoreta, un solitario) que con sus impresiones y nimiedades le da perspectiva a la historia del siglo XX entre Europa y América. Escritor, [End Page 208] matemático, perdedor un poco amnésico, autor de aforismos, el coronel Lágrimas es un ejemplo de cómo hacer trabajos concentrados y lentos, biografías ajenas, en tiempos dispersos y ultrarrápidos y lleno de caras que reclaman biografías. Mientras es creado por una “relación virtual” entre fotos y postales, entre signos puestos a la vista, el personaje inventa a otros usando el mismo método de investigación que el narrador de la novela. A medida que Fonseca hace el catálogo de manías del coronel (inspirado en el matemático Alexander Grothendieck), y con ello elabora un retrato parcial, este avanza en “un alocado proyecto autobiográfico mediante la escritura de un catálogo megalomaníaco de vidas ajenas” en el que conviven la alquimia, el esoterismo y el ajedrez con la imaginación de trama barroca, enredada y erudita.

Las preguntas que enfrenta el escritor de ficción son las mismas que puede tener cualquiera de sus lectores. Qué es la intimidad, por ejemplo, cuando el ojo de dios es Google: “Se nos podría acusar de invasión en la privacidad, de ser molestos e irritantes. En fin: de estar posicionados demasiado cerca”, dice el narrador frente el coronel, y anota –entre otras paradojas de la tecnología– que estar más cerca también significa estar más lejos. Por sus temas y contenidos Coronel Lágrimas cabe en las discusiones sobre “estéticas precarias”, desborda a los departamentos de literatura y puede analizarse en los de cognici...

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