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  • Fernando Vallejo:Delirio de un Calvario Urbano
  • Pepa Novell

“–¿Quién tiene la verga más grande en este bar de maricas?—pregunté al entrar todo borracho y me trajeron a un muchacho” (Vallejo 2010, 9). Así comienza Fernando Vallejo su novela El don de la vida. Esta es la actitud provocadora y transgresora que ha presentado siempre, desde sus inicios, y que ha caracterizado su narrativa con un sello inconfundible.1

¿Qué reacción provoca este inicio en el lector? Es posible que a algunos robe una sonrisa en incluso una carcajada. Y seguro que a otros –algunos muchos– les causa indignación. En una sola frase Vallejo es capaz de aglutinar una serie de elementos que incomoda: sexo, sexo entre hombres, prostitución y alcohol. Y a este hecho se le suma que sus novelas presentan un narrador llamado Fernando, a quien es posible interpretar como un alter ego del autor. Es decir, un hombre maduro colombiano blanco gramático que además de beber hasta emborracharse y alternar en bares “poco recomendables,” resulta que es homosexual, se acuesta con muchachos que se prostituyen y encima lo divulga. Este tipo de excentricidades resultan lícitas en otros autores, sin embargo parecen inapropiadas en el contexto de la literatura colombiana contemporánea.2

En su estudio sobre la narrativa colombiana de finales del siglo XX, Luz Mery Giraldo afirma:

[…] en nuestro país [Colombia] ha sido común valorar las obras literarias desde la concepción o tradición poética. Se ha considerado—desde antaño—que nuestra más destacada novelística viene de la poesía o se alimenta de ella. Así, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, autores arquetipales o modelos, son valorados en nuestro medio sobre todo por su cercanía con lo poético, por su visión del mundo o por determinados y sugestivos recursos estilísticos

(1995, 10-11).3

Vallejo no parece ser muy poético, entendido, claro está, en términos de idealidad, espiritualidad y belleza de figuras retóricas, imágenes bucólicas y visiones líricas. Su poética cabe entenderla más bien como un modo de “escenificar la contradicción, [y] hacer de ella [de la contradicción] un arte” (Hoyos 119). Esta contradicción se conforma en la mezcla de esos elementos incómodos, que no [End Page 191] encaja con el arquetipo y modelo que se ha vendido de literatura colombiana, pero que no obstante existe y está presente aunque no sea (o no resulte) exportable, en apariencia. A diferencia de algunos de sus compatriotas novelistas, Vallejo ofrece un universo narrativo poco edulcorado, y convierte aquello innombrable en materia novelable, lo inenarrable por incómodo deviene literatura.

Con su actitud desobediente y elevando la contradicción a la categoría de arte, Vallejo aboga por un espíritu crítico como única vía posible en el crecimiento del individuo, y a posteriori en el de la sociedad, aunque esta actitud moleste, se conciba como una provocación y suponga además un enfrentamiento a ciertos colectivos. Su propuesta narrativa, desde la realidad cotidiana colombiana, y más allá de la provocación o el escándalo, se plantea como una especie de delirio prosaico que en un constante vía crucis físico y mental por su ciudad natal busca desesperadamente una salida lícita. Para ello pone sobre el tablero todos los valores que la sociedad ha conformado como preceptos para cuestionarlos. Se trata de un conjunto de valores que cabe entender en términos de moralidad, y una moralidad concreta:

Morality, in its fundamental meaning, is a condition upon practical reasoning. It is constraint upon reasons for action, which is felt by most rational beings and which is, furthermore, a normal consequence of the possession of a first-person perspective. Morality must be understood, therefore, in first-person terms: in terms of the reasoning that leads to action

(Scruton 70),

es decir, una moralidad en primera persona, individual, y no colectiva, porque como alega el narrador de El fuego secreto, su segunda novela: “Yo no creo en ideologías. Creo en los hombres...

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