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  • Siempre Nos Quedará Madrid [fragmentos]
  • Enrique Del Risco Arrocha (bio)

CRUZANDO LA FRONTERA SUIZA

El boleto era para Alemania, pero el plan era quedarnos en Madrid, durante la escala. Un vuelo de Iberia, sección de fumadores, en esa época tan remota en la que fumar en los aviones era una opción y no un atentado al sistema mundial de seguridad. A nuestro lado se sentó una pareja de españoles a los que les contamos nuestra versión oficial: íbamos para Alemania. Pudimos decirles simplemente que viajábamos a Madrid, pero actuamos como si nos fueran a revisar los billetes y descubrir que el destino de estos era Frankfurt y no Madrid. Era una lástima que no pudiéramos ver la ciudad en esa época del año, nos dijeron. Nosotros nos reíamos por dentro. Veríamos Madrid en otoño, en invierno, en primavera, en verano tantas veces como quisiéramos y nadie lo iba a impedir. Atravesaríamos todos los cordones de aduaneros y policías que se interpusieran entre nosotros y el otoño madrileño. Si nos detenían nos declararíamos en huelga de hambre hasta que nos dejaran salir a conocer la ciudad. Algo nos distrajo de nuestro devaneo heroico: el menú de la comida en el avión.

En el menú aparecían tres palabras perturbadoras. Las palabras eran “camarones de Batabanó”. Los camarones los conocía. Eran unos animalitos que alguna vez había comprado de contrabando, a dólar la libra. Una libra de camarones: la cuarta parte de mi salario en el cementerio. Al que agarraran vendiendo o comprando camarones iba sin remedio a la cárcel. Los mariscos eran un producto de exportación con cuyos ingresos el gobierno compraba leche en polvo para los niños y dejar a los niños sin leche merecía el peor de los castigos. Batabanó era un pueblo en la costa sur de la provincia de La Habana. Había estado allí varias veces e incluso había visitado su estación de policía para intentar sacar a un amigo preso por llevar el pelo demasiado largo para el gusto de los policías. Años de pasar por ese pueblo carcomido por el salitre y nunca lo había asociado con ese fruto prohibido que eran los camarones. Y ahora veía “camarones” y “Batabanó” insidiosamente reunidos por una preposición en medio del menú de un avión de Iberia. Por supuesto que no contemplamos las otras alternativas. Pedimos los camarones y los devoramos con fruición y la conciencia tranquila de que no estábamos dejando a ningún niño cubano sin su ración de leche. Iberia corría con los gastos.

En el vuelo dormí como nunca he vuelto a dormir en un avión. Cuando desperté era de día y ya entrábamos en cielo español. La pareja sentada al lado de nosotros empezó a despedirse. Nos deseaban un buen viaje a Alemania y ya era demasiado tarde para explicarles nuestro destino real. Cuando salimos del avión, en lugar de encaminarnos a tomar el vuelo de conexión nos dirigimos a la aduana. De pronto nuestros vecinos de vuelo aparecieron a nuestro lado para advertirnos que habíamos tomado la dirección equivocada. Para el vuelo hacia Frankfurt debíamos tomar el pasillo de la izquierda. Les dimos las gracias y de inmediato decidimos esquivarlos. No queríamos que su amabilidad terminara obligándonos a ir hasta Alemania.

Uno de los destinos más comunes del arte es crear patrones que uno luego puede reconocer y aplicar en ciertas secciones de la vida. Ese salón inmenso del aeropuerto de Barajas fue en ese momento nuestro cabaret de Casablanca. Rodeados de gente amable y distendida, sentíamos que el peligro podía venir de una sonrisa. Que apenas descubrieran nuestras intenciones nos montarían en el avión de regreso a Cuba. El salón inmenso donde la gente hacía la cola para pasar por aduana parecía tan neblinoso y abarrotado como el “Rick’s Café Américain” de la película. Con la...

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