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  • Los poetas y el gobierno de la palabra:Apuntes sobre la inmortalidad
  • Juana Iris Goergen (bio)

A todos los poetas vivos y a todos los poetas muertos

En los anales del Archivo de Indias, se habla de personas con el poder de “empuñar y blandir” la pluma, refiriéndose a ellos como “gobernadores de la palabra”. En las Indias del siglo XVI, gobernar1 la palabra no era un acto inocente, estos “gobernadores” estaban muy vigilados y como ha sucedido a lo largo de la historia, la palabra escrita era escrutada minuciosamente. Se puede deducir que la Inquisición entendía la escritura como un método o mejor aún, como la afirmación contundente del proceso mismo del conocimiento. De allí que fuera la condición de los poetas “gobernadores de la palabra”2, la más reprimida3.

Esto continúa siendo en muchos lugares, la realidad vigente. Tal vez porque por encima de ese invento de la modernidad: el celo ideológico, los verdaderos “gobernadores de la palabra” se apoyan justamente en la inquietud por permanecer propia del utopista. “Gobernar la palabra” es gobernar un espacio ideal y este ‘gobernar’ no es lo mismo que ejecutar en el tiempo. La condición temporal es signo de la Historia, define la vida de los seres humanos y es escollera de las mejores intenciones. Es a la par necesaria definición de la topía4, y esto no es el verdadero ‘gobernar’. La topía, para un poeta como Juan Gelman o como José Emilio, o como Julia de Burgos o tantos otros, no es el reverso de la utopía meramente por encontrarse en el espacio imperfecto de la humanidad; más que nada es su contrafigura, por la aceptación misma del tiempo, es decir por esa radical inserción en toda historia abocada a la muerte que sólo puede ser salvada por la inserción en la memoria colectiva.

Así gobiernan los poetas la palabra, buscando con afán un buen poema, porque los buenos poemas destacan el misterio de su factura, agregando una dimensión atemporal y profunda a su existencia. Hace exactamente noventa años, en marzo de 1924, Pablo Neruda publicó sus Veinte poemas …, y allí, Puedo escribir los versos . … Hace noventa años, y desde entonces ¿cuántas vidas incendiadas? ¿y cuántas más se incendiarán mañana y pasado mañana, y así miles de mañanas hasta el infinito? No es casual que la comunicación, palabra subestimada o estigmatizada por los discursos filosóficos represivos, esté re-emergiendo como uno de los conceptos más importantes en nuestro siglo. Los ‘gobernantes de la palabra’ y los gobernantes lo han sabido desde siempre. Comunicarse con la imaginación del pueblo en el espacio emotivo e inscribir en éste figurativamente, metáforas semánticamente abiertas a diferentes registros5, u organizar en él, la heterogeneidad en lo compartible, es alcanzar la inmortalidad y es gobernar—en su sentido primigenio de encauzar, de pilotear—no sólo a las palabras, sino también a la estructura del pensamiento y a la construcción de la realidad.

El poeta se pluraliza en la palabra que lo trasciende. Se hace dueño del “cerca y del junto”, pero también se adueña del “después y el más allá”, gobierna el “porvenir”. Late ahí el potencial de re-descripción y re-narración de su existencia intemporal, ligada a la palabra desde los segundos de la imaginación y la articulación adscrita, a la acción misma. Acción que trascenderá el tiempo de la mortalidad, funcionará por similitud, rebasando premisas ideológicas y abriendo puertas al encuentro de culturas heterogéneas y de estratos epistemológicos. El poeta es inmortal. Amarrado a un esquema fuera de las ciencias naturales. Instalado en el espacio autonómico de las ciencias del espíritu6, lucha con el ángel como el primer Jacobo de mi estirpe, por la bendición de un poema perdurable, porque los grandes poemas son incendios que se propagan por todas partes, iluminando eternamente sus consumaciones con estremecimientos de placer o de...

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