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  • Los sueños de Kitiar
  • María Clara Sharupi Jua

Promotora, expositora, poeta, y narradora de la nación Shuar. Es coautora de Mi voz, Collar de historia y lunas, Amanece en nuestras vidas, y revista Survival. Ha participado en varios congresos nacionales e internacionales como delegada de la nación Shuar.

Los sueños de Kitiar

Era un atardecer de verano húmedo, los olores de humo y viento acariciaban los pensamientos de Awachá1, quien se encontraba sentada cerca al fuego pelando la yuca para hacer la chicha. De inmediato, llega dando saltos y brincos de alegría, aplaudiendo y silbando a la vez Kitiar2, un niño shuar de aproximado 12 años.

—¡Mamá, mamá! ¡Tengo algo que contarte! le dice, mirándole fijamente a los ojos. La madre detiene un momento su actividad y muy atenta a su gesto emocionado le dice: Dime, amado hijo, te escucho, ¿te sucede algo? Con sonrisas picarescas y misteriosas Kitiar le dice: Mamita querida, en estos últimos días de mi vida yo me siento muy extraño, me di cuenta que ando silbando a cada momento y siento volar; parece que en mi otra vida yo fui un colibrí!

Los hermanos mayores que estaban en el patio practicando con la cerbatana para ir de cacería se acercan curiosos a espiar por las hendijas y escuchan la conversación cómplice que se mantenía entre la madre y el hijo menor. Incrédulos y burlones continúan con sus prácticas sin darle mayor importancia.

La madre le mira fijamente y le dice: Hijo mío, yo nunca he escuchado silbar a un colibrí. Kitiar insiste e insiste hasta lograr que le crea el único ser en quien podía confiar; en su madre. La madre Awachá no supo qué responder, muy en sus adentros piensa en viajar de inmediato para consultar y pedir consejos sabios a los mayores; por lo tanto, decide viajar a la comunidad muy en la mañana antes que nazca el sol.

Al atardecer, se reúne con las abuelas y abuelos de su comunidad, Kintia panki3, y pregunta si ellos habían escuchado alguna vez silbar a un colibrí. Los abuelos se miran entre si y desean saber el porqué de su pregunta. La madre de Kitiar, un poco avergonzada, cuenta lo que días atrás el hijo menor le había preguntado sobre la otra vida y la posibilidad de ser un colibrí por el hecho de andar silbando.

El abuelo más anciano contestó: Hija mía, observa cuando vuela un colibrí, mira cómo mueven sus alas de colores que se parecen al paisaje del arco iris, el pico y su lengua larga son como dos hojas que aplauden entre sí y emiten silbidos casi invisibles y le cantan a la vida por volar sobre el territorio y tierras del viento. De igual forma, antes de posarse en las flores, los colibríes silban y bailan para que ellas abran sus pétalos; es una señal de que son invitados a beber de sus mieles.

Sin parar el hilo de la conversación, le tocó el turno a la abuela más anciana y le dijo lo siguiente:

—Todos los seres humanos procedemos de otras vidas, poco a poco dejamos el pasado para ser el presente, que somos y seguiremos transformándonos así como la madre tierra y el universo. Ahora, vuelve a tu casa antes de que llegue la otra vida de Kitiar y se vaya a volar y a silbar como los colibríes.

Awachá agradeció a las abuelas y abuelos, se despidió y muy de prisa inició el viaje de regreso a su casa, cada paso que daba pensaba en su amado hijo, en llenarle de besos y caricias y decirle que creía en sus palabras. Con profunda tristeza encontró dormidos a todos y no pudo complacerse de los pensamientos que llevaba en el alma de su Ser.

Al otro día, como de costumbre, muy en la mañana, la madre llama a Kitiar para darle a beber el agua de guayusa, cual es costumbre en las familias shuar, y...

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