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  • Los jardines en la literatura medieval
  • Adriano Duque, Ryan D. Giles, and Cristina M. Guardiola-Griffiths, Guest Editor

En un artículo de 1989 sobre paisajística y jardinería medieval, Javier Huidobro Pérez-Villamil explicaba que el pensamiento alegórico medieval se apropió del locus amoenus para establecer una relación simbólica entre la razón y el espacio físico. Partiendo de la idea de paraíso como el lugar donde el alma estaría en estado de gracia, los escritores medievales interpretaron el valor del jardín como un espacio simbólico que permitía “trasmitir conceptos incomunicables por medio de la palabra o de la escritura” (Huidobro 67). A lo largo de sus representaciones en la edad media, los jardines emergieron como espacios dinámicos, sujetos a cambios constantes. Los jardines son espacios liminales donde los personajes se encuentran, lugares de tensión entre lo práctico y lo placentero, entre la horticultura y la realidad social [End Page 7] como espacios arquitectónicos donde se entrecruzan la naturaleza, la organización del espacio y la historia.

La consagración en 1953 del término locus amoenus por Robert Curtius sirvió para reconocer la existencia del jardín como un espacio cerrado, abierto a todo tipo interpretaciones bíblicas (195). Así, en un artículo de 1952 sobre el poema Razón de amor, Alfred Jacob se refería a las posibilidades interpretativas del jardín donde el árbol se erigía ya en memoria de Cristo, cuyo cuerpo crucificado ofrece el fruto de la vida. El jardín se concibe así como un paraíso que, según Colbert Nepaulsingh, fue tipológicamente anticipado por el jardín en el Cantar de Cantares. La aparición de artículos como el de Alicia C. de Ferraresi “Locus Amoenus y vergel visionario en Razón de Amor”, o “El locus amoenus en la edad media española” de María del Carmen Hernández Varcárcel, permitieron reconocer el desarrollo de un tópico que tendría sus bases en la literatura clásica. De acuerdo con esta idea, María Teresa Rodríguez Bote definía el locus amoenus como una expresión de las ideas platónicas por oposición al loci agresti de la tradición bucólica griega y latina.

Lejos de conformar una imagen estática, los diferentes estudios dedicados a las cantigas galaico-portuguesas (Sodré) o a los Milagros de Berceo (Miranda), han destacado la transformación del espacio natural en un espacio simbólico, expuesto a la burla o la contemplación espiritual. En este sentido, escribe Jacobo Cortines: “la doble tradición bíblica y clásica penetró en la Edad Media hasta vigorizarse, gracias entre otras causas a (…) San Isidoro, en cuya Etimologías alude al “jardín de las delicias”, donde “abunda todo tipo de arboledas y frutales, incluso el árbol de la vida” (94).

De manera general, los autores medievales distinguían entre diferentes tipos de espacio, dependiendo de su utilidad. Así, frente al jardín de encuentro y placer, la literatura medieval oponía la visión de un espacio cerrado destinado a la producción agrícola. En este sentido, y refiriéndose a la Tragicomedia de Calisto y Melibea, James R. Stamm señalaba cómo la descripción del espacio permitía establecer diferentes formas de relación entre Calisto y Melibea, [End Page 8] según se encontraran en la huerta de Celestina o en el huerto de su padre. La exploración del valor simbólico del jardín ha dado lugar igualmente a una serie de estudios que destacan el simbolismo edénico de las plantas (Torcal) de las fuentes (Twomey) o de los elementos arquitectónicos (Manzano) en los jardines medievales y renacentistas.

La publicación en 2008 del libro de D. Fairchild Ruggles Islamic Gardens and Landscapes generó la concepción del jardín no ya como un espacio exótico sino como un espacio de representación capaz de generar diferentes discursos de poder. Entendiendo el jardín como construcciones de espacio (spatial constructions), Ruggles proponía un método de estudio que...

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