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  • La voracidad de la escritura
  • Adriana Mancini
Cartón lleno I y II: Breve muestra de la microficción en la Argentina. Selección de Esther Andradi y Sandra Bianchi. Primera edición, Eloísa Cartonera, 2012. Pp. 100. ISBN 978-950-774-216-3.

En sus reflexiones sobre el sentido de los fotogramas que anuncian las películas de Eisenstein, Roland Barthes asevera que el fotograma “nos entrega el interior del fragmento” (Lo obvio y lo obtuso, 1992, pp.66–7). Como el comic, la fotonovela u otras expresiones desprestigiadas por la cultura dominante, el fragmento propone una lectura instantánea y vertical, desafía el tiempo lógico -“se ríe” ironiza Barthes- y postula “una auténtica mutación de la lectura y su objeto, texto o película”. Las formas breves que cuidadosamente seleccionaron Sandra Bianchi y Esther Andradi parecen tener desde la palabra escrita las características de los fotogramas de Eisenstein.

Bianchi, impecable en cada una de sus intervenciones en las que presenta este género antiguo e indeciso al que responden los textos y al que se declara adicta, lo define como “una carcajada intelectual”. Difícil sería encontrar un sentido tan plural en su condensación que una carcajada estridente entre resquicios de silencio, cualesquiera sean las gargantas que la emitan. Brevedad, humor, exabrupto pasional, polisemia, provocación, audacia, per-versión. Aún más; Bianchi observa que dada la coincidencia de sus nominaciones, una femenina y otra masculina – micro (ficción) o micro (relato) – estas miniaturas, que saludablemente la literatura engendra, tienen un plus de sentido que derriba barreras y paradigmas.

El título de la edición–Cartón lleno- dispara, como piedra sobre espejo de agua, círculos concéntricos que se expanden y el lector recoge antes de entregarse a la lectura. Sugiere juego, humor, desazón, éxito o fracaso: la vida plena y su aliada, la muerte. Asimismo, cumple con la necesaria cuota de complicidad, otro requisito de supervivencia para los textos. El título alude a Eloísa Cartonera, que con la imaginación que despabila la carencia, impuso ediciones cuyo prestigio se desentiende de tapas acicaladas y pegamentos traicioneros. El cartón reciclado de las tapas, con rastros de origen y letras coloridas subrayan la metamorfosis y acompasan las microficciones.

“(…) reutilizados [los cartones], se resignifican a sí mismos como un fragmento de la contemporaneidad tal como las tapas que hojaldran con nuevos sentidos a toda única y a la [End Page 198] vez diversa microficción”, asegura Bianchi. Y Andradi, alma mater del proyecto, afirma: “(…) no era posible identificar el origen del cartón pintado a mano que hacía la tapa única y multicolor, pero era la prueba contundente de una producción global y alternativa. Justo como la microficción: internacional, democrática y sin fronteras.”

Más allá, las voces de Andradi y Bianchi, aunadas, suman al prólogo las cualidades de una obra diseñada como homenaje al recordado escritor y respetado académico David Lagmanovich.

Pero Cartón lleno se traiciona antes de mostrar sus fichas; o mejor, muestra que la vida plena a la que metonímicamente refiere, abre fisuras por donde se cuela la ficción para, paradójicamente, completarse. Montada sobre el oxímoron, la ficción resuena cuando sus autoras con humildad señalan que “[Cartón lleno] es apenas una selección incompleta que conlleva el deseo de mostrar la vitalidad, diversidad y belleza de este género literario en la Argentina”. Sin embargo, los cartones se llenan abarrotados de sentido. Las mínimas ficciones conocen el secreto que Barthes descubre en los fotogramas. Desnudan su interior. Se abisman y hablan de sí y muestran el misterio de la escritura en su pulseada entre la vida y la muerte: un verdadero Aleph resistente a ser develado en su totalidad. Quizás esté allí “el centro aglutinador”, “central”, “oculto”, “incierto” que Maurice Blanchot reclama a todo libro, aunque sea fragmentario. ¿Su “Caleidoscopio” (Hidalgo)?

El bellísimo “Madre música” (Neuman), por ejemplo, revela un sueño que el lector acompaña y debe desentrañar mientras lo lee como si fuera propio para, finalmente...

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