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Reviewed by:
  • Death by Effigy: A Case from the Mexican Inquisition by Luis R. Corteguera
  • Solange Alberro
Keywords

Mexico, Inquisition, Jew, Stake, Love Affairs, Revenge

luis r. corteguera. Death by Effigy: A Case from the Mexican Inquisition. Philadelphia: U of Pennsylvania P, 2012. 222 pp.

El de Luis R. Corteguera no es un banal libro de historia. Siguiendo la metodología adoptada por las numerosas películas norteamericanas de tema judicial y recordando también el clásico Montaillou, village occitan de 1296 a 1324 (1975), del historiador francés Emmanuel LeRoy Ladurie, el autor nos invita a asomarnos a un tenebroso y extraño affaire que durante cuatro años (de 1578 a1582) implicó a medio centenar de personas (48 exactamente) y movilizó al tribunal del Santo Oficio novohispano recién establecido en la capital (en 1571) y a la justicia civil. El acontecimiento que suscitó tantas diligencias tampoco fue banal. Así, en la pequeña ciudad de Tecamachalco, situada en la región poblana, unos individuos colgaron cierta mañana del portón de la iglesia un muñeco de factura tosca, de doble cara, provisto de dos largas y afiladas lenguas y revestido de un sambenito, a cuyos pies se había colocado un montón de leña que figuraba una hoguera. Unas plumas negras de pollo le hacían de cabello al muñeco que sostenía en sus manos un huso y una rueca, mientras unas inscripciones infamantes se referían a un tal Hernando Rubio Naranjo, acusándolo de ser judío. A ambos lados de la fachada, también fueron colocados dos sambenitos de menor tamaño. Estos, junto con la efigie colgada, significaban que el individuo representado por el muñeco había sido o debía ser sentenciado por el Santo Oficio y algunos aspectos del muñeco junto con los objetos que lo acompañaban indicaban que el infamado era un deslenguado—lo habían dotado de dos [End Page 235] lenguas muy afiladas—, aunque cobarde, como lo delataban el huso y la rueca que sostenía, de uso exclusivamente mujeril. Además, el letrero infamatorio, redactado con saña, declaraba claramente que Rubio Naranjo era judío.

El acusado, un comerciante relativamente próspero, tenía fama de fanfarrón, de mujeriego y de hacer comentarios muy chuscos acerca de sus múltiples conquistas femeninas, lo que le había granjeado la enemistad, la envidia y hasta el odio de muchos de sus congéneres, que eventualmente también compartían con él—o aspiraban a hacerlo—, los favores de no pocas mujeres. El descubrimiento de la efigie, de los sambenitos y del letrero infamatorio causó un escándalo mayúsculo en Tecamachalco, que se extendió a todas las poblaciones de la región y dio pábulo a elucubraciones y comentarios durante los cuatro años que tardó el Santo Oficio en dilucidar el asunto. Se desataron murmuraciones, sospechas y acusaciones, sobre todo por parte de los mismos autores del escándalo, dos individuos de nombre Molina y Yañez, responsables de la acción infamatoria, deseosos de entorpecer lo más posible las pesquisas para impedir que se descubriera su culpabilidad. El Santo Oficio intervino inmediatamente. Lejos de dar fe a las burdas acusaciones implícitas en los sambenitos, la leña y el libelo infamante, no se interesó por la supuesta identidad judía de Rubio Naranjo—de hecho, cristiana nueva y criptojudía—, sino por descubrir y castigar a quienes habían usurpado las funciones del Santo Oficio y además habían hecho un uso desviado de sus símbolos. En consecuencia, el tribunal se movilizó con energía, constancia y congruencia para defender su autoridad, castigar a los culpables e impedir que otros actores pudiesen, de allí en adelante, usurpar impunemente sus atribuciones y símbolos con fines ajenos a los de la institución. De no hacerlo, el tribunal se exponía a perder su autoridad y a aparecer manipulable en función de intereses particulares.

De inmediato, los comisarios locales del Santo Oficio junto con las justicias civiles llevaron a cabo interrogatorios múltiples de testigos y sospechosos, y las...

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