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  • Des/armonía como provocación creadora
  • Guillermo Schmidhuber de la Mora

Tras la búsqueda de su vocación creadora, los dramaturgos mexicanos han enfrentado mayormente la desarmonía que la concordia. Bien es sabido el terrible desacuerdo en que vivió la generación 1924 del teatro mexicano.1 Las desavenencias fueron grandes, principalmente porque el llamado grupo Contemporáneos fue poco incluyente. Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, organizadores del Teatro de Ulises, disfrutaban del escarnio de quienes no eran sus amigos, como la llamada Comedia Mexicana o el Grupo de los Siete. A éste lo apodaron los “Pirandellos” a consecuencia de una representación de este autor italiano por Alfredo Gómez de la Vega, como lo recuerda un artículo publicado bajo el nombre de Marcial Rojas, conocido seudónimo que compartían, y que en este caso esconde posiblemente la pluma de Xavier Villaurrutia. La opinión es derogatoria y sin ningún reconocimiento para el Grupo de los Siete:

Existe en México un pequeño grupo de hombres dedicados en cuerpo y pluma, o en intención al menos, a la producción dramática. Autores de obras que hace años no lograban subir a la escena, su actividad, que coincidió con la representación de los Seis personajes en busca de autor de Pirandello, los hizo merecedores de una denominación graciosa, hecha por un autor anónimo tal vez o por uno de ellos mismos: los pirandellos.

(Rojas 4)

El artículo termina vitriólicamente al sugerir que los hermanos Lázaro y Carlos Lozano García, pertenecientes al Grupo de los Siete, “Eran una sola persona”, por lo que el grupo estaba integrado por “seis personajes en busca de autor porque ninguno lo parecía así de pronto” (4). Otra mofa en parodia del soneto quevediano satiriza a Gómez de la Vega: “Érase un hombre a una peluca asido, / érase un hombre en un tacón metido / érase que se era un afamado / actor de salto, moco y alarido…” (cit. en Rodríguez Chicarro 7). Nunca incluyeron en sus ensanchados artículos sobre su nuevo teatro las aportaciones de otros. La noche [End Page 191] del estreno de El gesticulador (1947) fue un zipizape orquestado por Novo, en el que Rodolfo Usigli acabó rodando escaleras abajo con los lentes por el suelo en el teatro de Bellas Artes. Usigli nunca volvió a pronunciar el nombre de Novo y guardó esa animadversión por el resto de su vida. El ambiente en que escribieron los integrantes de la generación fundadora del teatro mexicano podría calificarse de retante pero nunca de nutriente.

Pasados los años, el mismo Usigli guardaba temor a la palabra hiriente de sus contemporáneos, tanto que cuando preparó la edición de su Teatro completo dejó fuera de la compilación su pieza breve Estreno en Broadway (1970), escrita antes de ¡Buenos días, Señor Presidente! (1971). ¿Acaso la razón fue el temor a la mofa pública? La trama de Estreno presenta a un autor que sueña con estrenar en Broadway y que esa noche imaginariamente lo cumple. El personaje del dramaturgo tiene elementos que pueden considerarse autobiográficos, como lo prueba el siguiente párrafo:

Viví años enteros en un mundo de espaldas indiferentes, heladas y aceradas. Entonces creé un teatro mío y formé, con mis manos, a jóvenes actores que en cuanto pudieron piar y hacer un ejercicio de vuelo, me dejaron porque no tenía yo teatro y no podría pagarles, y, sobre todo, porque no entendían mi obra, mi tragedia del hombre, la misma que acabáis de aplaudir vosotros.

(202)

Usigli no alcanzó en vida a ver un estreno suyo en Broadway. Sin embargo, no fue un imposible para otros dramaturgos hispanos.2

La animadversión de la generación 1924 fue heredada por la generación de 1954. Novo fue el maestro y promotor de Sergio Magaña y Emilio Carballido y bajo su tutela los dos estrenaron en el Palacio de Bellas Artes, apoyo no tan desinteresado porque era una forma de impedir que brillaran Usigli y sus...

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