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Hispanic American Historical Review 84.1 (2004) 121-122



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François-Xavier Guerra (1942-2002)


François-Xavier Guerra se ha ido para siempre a fines del 2002 en París, en cuya universidad había sido catedrático de Historia de América Latina desde 1986. Se fue a sus escasos 70 años el gran profesor, el gran historiador—tan grande como modesto. Fue elegante de modos, generoso, católico tan profundo como tolerante, siempre invariable y atento a la pregunta. Pulcro en el decir, nunca se le quitó su acento español, ni en francés, ni en castellano. Preciso y eficiente en el hacer, al dar clase, al comentar un documento, al publicar sus textos, siempre fue de palabra y escritura medida, con una gran exigencia en el desarrollo y en el sustento de las hipótesis de trabajo.

Vivió para su trabajo, que consideraba un "estado", para la docencia y para la ciencia histórica, pero sin renunciar a la vida y a la bonhomía que reflejaban sus ojos siempre sonrientes. Sus alumnos y sus discípulos son ya legión, diseminados por toda Europa y América Latina; sus colegas, en una geografía más ancha aún, saben que su obra innovadora es imprescindible para entender a la Revolución Mexicana y al siglo XIX mexicano e hispanoamericano.

Después de tantas obras publicadas por él, hay que recordar que la primera fue su tesis de doctorado, Le Mexique de l'Ancien Régime á la Révolution (publicado en México en 1988 por el Fondo de Cultura como México: Del Antiguo Régimen a la Revolución). Entonces el nombre de Guerra no era muy conocido, pero el impacto fue inmediato; en México fue saludado con entusiasmo tanto por historiadores y politólogos de todas las escuelas como por los políticos de todos los partidos. Esa poco frecuente unanimidad se debía al hecho de que, en palabras del propio Guerra, "Escribir la historia fue, y sigue siendo, en muchos países de Hispanoamérica, más que una actividad universitaria, un acto político en el sentido etimológico de la palabra: el ciudadano defendiendo su polis, narrando la epopeya de los héroes que la fundaron y exponiendo los planes que le darán prosperidad". 1

Después hubo polémicas, más bien con colegas anglosajones, pero nadie puso en duda, ni cuestionó, la enorme investigación empírica o la metodología [End Page 121] empleada para interpretarla—un corpus prosopográfico de ocho mil individuos y cien mil datos—para dibujar e interpretar el sistema político mexicano, la clase dirigente porfirista y las reglas escritas y no escritas del juego político. Fue mucho más que una historia política; fue una sociología y una politología histórica del poder y de los actores tanto colectivos como individuales, tomando en cuenta un sin fin de variables sociales, mentales, culturales, geográficas y institucionales.

Para desentrañarnos la dinámica del ejercicio del poder en México y las causas de la Revolución de 1910, Guerra se montó sobre la historiografía practicada en Francia y en otros países, en diálogo permanente con otras disciplinas. Si la influencia de François Furet (y de Tocqueville) es muy cierta, no lo es menos la de Maurice Duverger, cuya politología es muy diferente de la norteamericana. Sin desconocer al funcionalismo y al rational choice, Guerra privilegia la historia de las instituciones y de las constituciones, así como la sociología de los actores, especialmente de los actores colectivos como el ejército, la iglesia y los "pueblos".

Es imposible decir todo lo que debemos a nuestro colega, pero no se puede olvidar que él planteó por primera vez en forma indiscutible la naturaleza hispánica del liberalismo mexicano en sus raíces gaditanas: la Constitución de Cádiz. En 1993, en su Modernidad e Independencia: Ensayo sobre las revoluciones hispánicas (México, Fondo de...

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