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  • Amonestando, alumbrando y enseñando: Catolicidad e imaginarios del Purgatorio en la Castilla bajomedieval
  • Ángela Muñoz Fernández

Hacia 1437 Alonso Fernández de Madrigal ofrecía a doña María de Aragón, esposa de Juan II, Las cinco figuratas padadoxas, un denso tratado teológico ajustado al modo disputandi propio de la escolástica. Escrito en castellano, incluía materiales forjados en el ámbito universitario salmantino, nuevamente elaborados, traducidos y adaptados a la demanda de esta reina castellana que le solicitaba información sobre “algunas ocultas metáforas” aplicadas a la Virgen María y a Cristo (Fernández de Madrigal 1–10).

La Paradoxa quinta, la última del tratado, iba destinada a desentrañar la proposición metafórica que asociaba a Cristo con el águila. Una de sus partículas (“fue el águila que voló”), nos interesa aquí especialmente por suscitar una interesante secuencia de argumentos que parten de la ascensión de Cristo a los cielos en cuerpo y alma (caps. 345–88) y desembocan en un [End Page 181] amplio compendio de temáticas escatológicas. Cielo, Infierno y Purgatorio se someten al escrutinio sistemático de las quaestiones disputatae de este prolífico maestro en artes y bachiller en teología.

Iniciamos con este tratado un recorrido analítico en el que cruzan tres cuestiones: una, los imaginarios del Purgatorio que se abren paso en Castilla entre la segunda mitad del siglo XV y la primera década del siglo XVI; dos, cómo interactúan dichos imaginarios con las nuevas nociones de catolicidad que se van reformulando en este espacio y tiempo; y tres, el papel que cumplen las agencias culturales femeninas de signo visionario en este proceso.

Como conjunto, los contenidos de La Paradoxa quinta constituyen un buen referente de las diversas tradiciones culturales, enfoques coyunturales y problemas doctrinales que suscitaron los espacios del Más Allá en las décadas que preceden a 1450. Parece quedar atrás el ciclo de las visiones y viajes al otro mundo que dominaron el panorama escatológico de los siglos precedentes.1 Todo indica que durante la primera mitad siglo XV se aviva el interés por el Purgatorio en los círculos de la alta cultura laica. Las traducciones de Enrique de Villena de la Divina Comedia a petición del Marqués de Santillana o de la Eneida de Virgilio (c. 1427–1428), lo ponen de manifiesto. También el Concilio de Florencia de 1434 confería actualidad al Purgatorio y las problemáticas anexas. Cabe pensar que los contenidos de la Paradoxa quinta salían al paso de una batería de cuestiones de viva actualidad que surgían del cruce de inquietudes muy diversas.

En sus consideraciones preliminares el tratado esboza diferentes problemáticas. Asuntos como la conducción de las almas a sus diversos destinos se plantean en clara analogía con el tema de la Ascensión de Cristo. Pero las almas de los simples mortales no van solas al Purgatorio o al Paraíso, las conducen los ángeles. También ellos son los encargados de dirigirlas al Paraíso cuando terminan de pagar sus penas (cap. 393, 617). En cambio, las que van al Infierno, como por sí solas no querrían ir, son llevadas por los [End Page 182] demonios (cap. 389).

Puesto que Infierno y Purgatorio son dos lugares de castigo, se aclaran sus similitudes y diferencias (cap. 390). Hay equivalencia en la dureza de la pena pero difieren en la duración. Mientras las penas del Infierno son eternas, las del Purgatorio no se prolongarán más allá del día del Juicio Final. No obstante, esta premisa es sutilmente matizada por otras variables. Las almas del Purgatorio disfrutan de la consolación angélica. Los ángeles las visitan muchas veces con noticias de las cosas que se hacen en el mundo, les hablan de sus familiares y de otros asuntos de interés. Y la esperanza de alcanzar el Paraíso les hace más liviana la pena. A su vez, las penas infernales se radicalizan con nuevas figuras. Alonso de Madrigal nos habla del gusano de la conciencia...

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