Eras de olvido

Se apaciguan las horas, el afán o la pena.

José Ángel Valente

Había en el tiempo
una rara cualidad leguminosa.
En vainas de prodigio se entregaba
y tendía sus ramas paralelas al suelo.

Filtrado de sorpresas
en el confín de las caricias prematuras,
agitaba el aire su cárdena melena,
framboyán de los besos apenas esbozados
incapaces de atar en los sabores
el ayer al instante,
el tacto a la mañana inconclusa.

Cuanta raigambre exalta
luz antigua y remota
ha de callar al paso de una sombra,
al grito sofocado de un nenúfar en vuelo.

Esa penumbra sabe de destellos distintos,
de ángulos y surcos tallados a buril
que en la infancia desnuda
trazaron el dentro y el afuera
pretendiendo con ello confinar
los ámbitos del miedo,
la combustión del canto, la órbita del sueño.
Ni cómo recordar. Han pasado sin duelo
recias horas de niebla,
pero también sequías, meses, eras de olvido.
Y si el dolor, la infamia
sin remisión se asfixian en sus propios herrumbres,
al hombre le ha bastado
reclinar en su voz el báculo del tiempo.