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Callaloo 26.4 (2003) 1069-1075



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Mentía usted mejor en París

Rafael Antúnez

[English Version]

Era muy alta y yo no suelo resultar del agrado de estas mujeres, a pesar de que Diego afirme que las altas los prefieren bajitos. Soy del tipo que ellas repelen. A más de ser bajo de estatura, tengo el pelo muy lacio y amarillo y los ojos de un deslavado color azul que me otorga cierto aire de malignidad que las intimida. Carlos dice que soy an angel with dirty face e insiste en que me parezco a James Cagney. En realidad soy buena persona y si no fuera por mi timidez, tendría mejor suerte con ellas. Conozco a muchas personas que, como yo, son tímidas y prefieren oír que hablar. Aunque a escuchar prefiero mirar. Por eso suelo tomar en la barra, me da cierta seguridad puesto que uno puede sentarse en los altos bancos que hay junto a ella y Jaime, el cantinero, me atiende rápido y bien, a más de que, como en casi todos los bares que conozco, hay un espejo tras la barra en el que uno puede observar a placer los movimientos de los que entran o salen y de todo el que se encuentra en el bar, es como estar soñando: se ve a los demás y se ve uno mismo realizar movimientos comunes y a la vez novedosos: la expresión que se tiene al dar el primer trago, la pose que se adopta al pedir una cerveza más . . . A mí me gusta mirar rostros, leerlos, imaginar la historia que hay detrás de cada uno, quién trae la máscara puesta y quién su verdadera faz. Gran parte de los que estaban esa noche en el bar parecían profundamente aburridos. Por eso me llamó la atención esa mujer: su manera de reír, fácil y sin afectaciones, daba la impresión de estar muy contenta. En contraste, el tipo que la acompañaba era uno de esos hombres oscuros y sigilosos como reptiles (o al menos esa impresión me dio). A veces su rostro adoptaba una mueca que lo hacía parecer un zapato viejo y sucio. Fumaba cigarros sin filtro y usaba una corbata de seda de muy mal gusto. Yo sé mucho de corbatas. Paso horas enteras ante los aparadores, entro en los almacenes y las acaricio e imagino las posibles combinaciones que puedo realizar con ellas. Para el trabajo uso corbatas tejidas de un solo color (te dan un aire de seriedad que infunde confianza en la gente), pero para salir a cenar o tomar una copa con los amigos, suelo usar una buena corbata italiana. Son las mejores: bien combinadas, ni muy brillantes ni muy opacas. El único defecto que les encuentro es que son demasiado largas. Pero ello obedece a que, como ya he dicho, soy bajo de estatura. El tipo aquel encendía un cigarrillo tras otro, pero sólo les daba tres o cuatro fumadas y los apagaba en seguida. Sin duda era un hombre prepotente. No me costó trabajo adivinar que estaba enamorado de ella. Daba la impresión de suplicarle algo, puesto [End Page 1069] que ella apenas le prestaba atención. De pronto se puso de pie y se acercó a la barra, muy cerca de donde yo estaba sentado. Hice como que no la miraba. El hombre la siguió y le empezó a decir que lo perdonara.

—No fue mi intención, te lo juro.

—¿Entonces?

—No sé, a veces pierdo la cabeza, pero tú sabes que yo no soy así. Dame otra oportunidad . . .

—Sabes que no te creo. ¿Por qué insistes?

Jaime me miraba divertido y señalaba al pobre hombre, que a cada momento iba tornándose más débil. En cambio, ella parecía muy segura de sí misma. Esto me hizo comprender que él estaba perdido, sin ninguna oportunidad. Me hubiese gustado decírselo, acompañarlo a la salida y tratar de consolarlo (yo, como casi todos...

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