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  • María Epifania: tragicomedia de soledades
  • Sonia Enríquez

María Epifania: tragicomedia que plasma aquella estrofa agorera laudada dos siglos ha, a honras de la nueva nación mexicana: “que en el cielo tu eterno destino por el dedo de Dios se escribió”.


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Cía. Actores con autor, Teatro R. Usigli, SOGEM. Foto: Aureliano Amezcua.

De este modo, la joven y ya no tan joven Patria se desangraba, en medio del saqueo de la plata, sin principios ni final. Así lo vaticina Bocanegra, el autor de nuestro Himno Nacional en su letra.

Y Actopan, un pequeño pueblo del actual Estado de Hidalgo, se ofrece como escenario de esta historia que es espejismo de la Nación toda. [End Page 205]

La noche, las ceras, el pulque y un velorio brindan la ocasión para traer a cuentas algunas vidas que permean la hiel de la discriminación, de la impunidad.

Y también, por qué no, para refrescarnos con el néctar de los magueyales, la memoria de aquellas sagas insurgentes, cuando México se animó a independizarse.

En la presentación de María Epifania, Juan Tovar apunta: “Son los tiempos de las batallas de Morelos y de Rayón, los que laten en este hecho de sangre que congrega a los personajes en torno a la víctima”.

Sin embargo, al hablar del pasado, cuestionamos nuestro presente. María Epifania presenta la historia de una india, a quien su marido Arnulfo un buen día así nomás, a puros golpes la mató. Nos pone a pensar también sobre la evolución o involución social durante dos centurias.

Los teatros donde esta tragicomedia se ha presentado han sido el Rodolfo Usigli, de la Sociedad General de Escritores de México, el Teatro del Centro Cultural la Libertad, en Apizaco, Tlaxcala y el Teatro Centenario, del Municipio de Nicolás Romero, en el Estado de México.

La temporada en el Teatro Usigli ha fundamentado esta puesta en escena, con su foro isabelino, donde los personajes entran y salen de la pulquería de doña Altagracia, subiendo y bajando pequeñas escalinatas. Ellos son la imagen de los campesinos mexicanos, porque su andar no es fácil, y más cuando se camina en suelo disparejo.

La pulquería de doña Altagracia, como las pulquerías de Actopan aún en nuestros tiempos, es un jacal humilde. Estilizado escenográficamente en el nivel superior, se ornamenta con papel picado de colores brillantes; en el nivel medio, un solo tinacal guarda el preciado líquido que descansa sobre una pequeña mesa de madera; jícaras para beber (así era la costumbre), tres bancos de madera y en el nivel inferior, el piso cubierto por aserrín. Los arcos del área de las butacas en el Usigli también se adornan con el colorido de las tiras de papel picado. Al centro de la escena, el cadáver petateado de la india María Epifania; a su alrededor algunas luces. Son las velas de sebo que se consumen mientras pasa la noche, en tanto la vida de los personajes se va, apurando a sorbos su café y a tragos su pulque.

El velorio de la india Epifania refleja la costumbre mexicana que prevalece al paso de los años: frente al difunto, se platican episodios de su vida, heroicos y antiheroicos, el alcohol se mezcla con el café1, el dolor con las risas y los chistes colorados2. Pero en el caso de esta india, no hay proeza [End Page 206] alguna. Ella malamente vendía sombreros en la pulquería que recibe su cuerpo, antes de encaminarla al camposanto.

Altagracia: En esta inmunda pulquería habías de ser velada. Pero ésta es tu casa, aquí nunca faltabas.

Trascender el texto como autora e interpretarlo en la dirección escénica, fue el camino para subrayar dos atmósferas sobre las que descansa la representación: el contrastante entre: eros y thanatos. Integramos así al Grupo Actores con Autor y al grupo musical Zacatuche3. Altagracia y Amparo, la mujer sola, alimentan la atmósfera...

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