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RESEÑAS Albert Edelfelt: Cartas del viaje por España (1881). Edición, estudio preliminar , traducción y notas de María Carmen Díaz de Alda Heikkilä. Madrid: Ediciones Polifemo, 2006. 284 pp. LA ALHAMBRA, DESDE LA LUZ DEL BÁLTICO (LA VISIÓN DE ESPAÑA DE UN PINTOR FINLANDÉS) Al aludir, un siglo después, al célebre viaje a Samarcanda de los embajadores de Enrique III de Castilla – en los albores del siglo XV –, apunta un comentarista que el relato de su aventura “causó admiración” y que quedaron “los Embajadores en grande veneración con los demás vasallos por lo mucho que avían visto, padecido y vencido en tierras bárbaras” (López Estrada, “Ruy Gonzalez . . .” 532). Y señalo, como dato de posible interés, que el relato de González de Clavijo fue objeto de la atención de Blanco White en los albores, ahora, del Romanticismo (López Estrada, “La revisión”). Dos épocas – comienzos de la Edad Moderna y siglo XIX – que se vinculan, en su afán viajero, por motivos no tan distintos: A finales del XV, porque el hombre quiere extender sus conocimientos más allá del mundo conocido, como signo de modernidad ; y en el siglo XIX porque el hombre occidental quiere buscar – y preservar en imágenes y textos – la alteridad de culturas que el racionalismo del XVIII ha tendido a anular. Contrastes ya acuñados en ficticias cartas – Montesquieu, Cadalso. . . – que crearon todo un género literario y se acomodaron al tipo más usual del artículo periodístico del XVIII y del XIX. Son todos ellos aspectos ampliamente tratados por historiadores y filólogos y no insisto en el tema. Pero aquella “admiración” por lo que unos castellanos del XV “avían visto” subsiste en la intención y deseo de ver otros usos y costumbres – ya que no otros mundos – que animan a los intrépidos viajeros que recorren Europa desde finales del XVIII. Y junto a Europa – Francia, Italia, Grecia, España . . . –, escenarios más lejanos y exóticos donde la cultura musulmana , principalmente, no fuese sólo el recuerdo hecho piedra de unos monumentos , aunque éstos se conviertan en símbolo de aquélla, como fue el caso de los espacios de la Alhambra. Recordemos que, buscando esa cultura, Domingo Badía, transformado en 99 Alí Bey el Abasí, iniciaba, en junio de 1803, el sueño logrado de llegar hasta la Meca.1 O que, buscando esta vez al desparecido morisco que habitó las Alpujarras , se alistaba Pedro Antonio de Alarcón como soldado y cronista en el Ejército español que combatía en tierras africanas en la campaña de 1859-60. El granadino – “Al-Arcón-Ben-Al-Arcón / Perico entre los cristianos”, firma humorísticamente un poema – va buscando el sueño vivido de su adolescencia en Guadix, pero es un sueño compartido por gran parte de los cronistas y voluntarios europeos, no precisamente andaluces, como Charles Iriarte, que asisten a la denominada “última guerra romántica”. Recordemos, asimismo, que, enviado por la Diputación de Barcelona, Mariano Fortuny fue el pintor encargado de plasmar al óleo las batallas hispano-árabes. Y que, enamorado del exotismo contemplado, cubrió Europa – y Estados Unidos – de apuntes, bocetos , acuarelas y óleos de temática marroquí, hasta erigirse en el líder de una escuela orientalista que llegó a constituirse en una “secta fanática”, en la irónica denominación de Pérez Galdós (680).2 En ese afán de exotismo musulmán – fue algo derivado de la misma lógica – el interés despertado por España como país que, tópicamente, se caracterizaba por la supervivencia en su suelo de lo musulmán, de sus gentes y su cultura. Si Francia e Italia atraen a los viajeros – muy didácticamente – por su cultura art ística pasada y presente, España aporta, además, el atractivo de su supuesto estancamiento en hábitos del pasado, distintos a la civilizada Europa, junto a la pervivencia de una cultura arábigo-andalusí: Velázquez y la Alhambra a partes iguales...

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