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LOS NUEVOS NARRADORES HISPANOAMERICANOS Y EL SESENTAYOCHISMO WILFRIDO H. CORRAL HACE más de tres décadas se presentó en la University of North Carolina , Chapel Hill un simposio cuyas actas fueron publicadas en 1973 con el título Narradores hispanoamericanos de hoy. El “hoy” significaba examinar la obra de Alfonso Reyes, Cortázar, Asturias, García Márquez y Puig, y los jóvenes de entonces, Vargas Llosa y Sarduy. Toda historia literaria posee ese tipo de relativismo cronológico, y es superfluo detallar por qué esos autores pertenecen al canon hoy. Los análisis a la sazón, obligatoriamente presentaban la obra en ciernes de Puig y Sarduy . Así, en su artículo sobre el cubano, Ana María Barrenechea se refiere a la “aventura textual” de él, indudablemente el narrador más experimental de esa nómina y momento. Para la época de ese congreso había pasado un lustro del famoso 68 mundial y su reconocida gran tergiversaci ón de la cultura tradicional, y los actos asociados con ese subterfugio crearon un neologismo: el sesentayochismo.¿Qué sigue siendo ese sesentayochismo más allá de la consabida miscelánea de rebeldía, nihilismo, revolución, poder para el “pueblo”, izquierdismo intransigente, amor libre, politización de todo para todos y, en sus momentos más poéticos, “una ráfaga de libertad”? Si no hay duda de que para la expresión cultural el sesentayochismo significó un utopismo que permitió cuestionar la autoridad y que se exculparan ciertos niños bien de los excesos y abusos de sus “viejos”, tampoco hay duda de que las generaciones actuales pagan los excesos de sus padres, entre ellos una transmisión cultural acumulativa que no significa nada para su propia y renovada “contracultura”. En Los 68. París-Praga-México (2005), Carlos Fuentes se pregunta si el 68 fue una derrota pírrica. Tal fue el efecto de esos excesos que hoy 271 se da por sentado que las nuevas generaciones son apolíticas, que el concomitante marchitarse de las aspiraciones socialistas académicas culmin ó en los noventas, y que para el entresiglo, incluso a la mejor crítica literaria política le faltaba convicción. Así, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2007, en más de un reportaje periodístico se argüía que los nuevos autores se despegan de lo político y recurren a otros lenguajes, lo cual dice mucho pero no significa gran cosa. Paralelamente , si no se sienten atraídos a lo que se entiende como teoría o crítica entre los académicos hiperespecializados es porque no conciben ambas ocupaciones como un remedio que le daría nuevo vigor a las ideas democráticas. Si es imposible precisar cuál es la “política” de los novísimos, la mayor ía de ellos todavía sigue identificada con antologías como McOndo, Líneas aéreas, grupos como el Crack, y en menor grado con la compilaci ón Se habla español. Hasta hoy sabemos que la política aceptada les parece menos importante que la estética, por decir una mala palabra crítica . Aunque la tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia ha sido rechazada repetidamente en este entresiglo de creciente inestabilidad global, un retoño de esa teoría ha influido más: la ideología política contempor ánea ha superado la división entre Derecha e Izquierda, sobre todo en estas fechas en que un presunto baluarte del derechismo como los Estados Unidos está nacionalizando sus instituciones financieras. Dentro de ese desarrollo global hay una consideración cultural y generacional pertinente, que Carlos Monsiváis, partiendo del término “las alusiones perdidas” de José Emilio Pacheco, define como sigue: Desaparece la mayoría de las referencias que han sido el código compartido de los países de habla hispana, y los autores, lo reconozcan o no, se dirigen a los lectores desde la incertidumbre. ‘¿Qué sé yo de lo que en verdad leen, y cómo enterarme de si leen lo que escribo con datos incontrovertibles ajenos a los índices de ventas?’ Los puntos de acuerdo y recuerdo se van...

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