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  • Postdata
  • Jerry Hoeg (bio)

Después de leer este número especial del Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, se me ocurren varios comentarios y una pregunta. En primer lugar, lo que sobresale es la relación casi inversa entre la envergadura del objeto de los estudios en el presente volumen, o sea, las nuevas tecnologías y lo literario, y el tratamiento que dicho campo de investigación recibe en nuestras universidades. El impacto, y la simple presencia, de las nuevas tecnologías digitales, desde la hipermedia del Internet hasta los iPhones, iPads e iPods, es evidentemente ubicuo en el mundo de hoy en día. Sin embargo, al repasar la lista de clases de literatura latinoamericana, española y portuguesa ofrecidas en cualquier universidad del mundo, es difícil, cuando no imposible, encontrar clases sobre literatura digital. Y de ahí surje mi pregunta, ¿Por qué es así?

Ahora bien, dejando de lado el argumento contra cualquier movimiento nuevo—el de cierto tipo de ancien régime que oprimiría a los jóvenes genios de la última onda teórica—creo que es posible que el problema radique en el hecho de que la literatura digital todavía no ha tenido a su Cervantes o a su Shakespeare, por decirlo así. Es decir, que todavía le hace falta una obra digna del mote "gran obra," un bestseller, una obra de innegable mérito artístico y de gran alcance entre el público. Al leer los ensayos reunidos en este volumen, uno nota la ausencia de obras literarias (digitales [End Page 361] o alusivas a las nuevas tecnologías) de gran divulgación. Hay obras teóricas y de crítica literaria que todos citan, nombres como Hayles, Moulthrop, Landow, Martín-Barbero, y Jáuregui, entre muchos, pero la escasez de autores creativos de gran renombre, hasta ahora, resalta. Y de ahí la misma pregunta, ¿Por qué es así?

Al escribir sobre literatura digital, es casi de rigor mencionar lo de la estructura rizomática del Internet y, por ende, de la hiperliteratura, y el nombre del padre francés del concepto, Gilles Deleuze. Y en verdad, la naturaleza del Internet se presta a una literatura rizomática, el ejemplo por excelencia es el programa de software Storyspace, de Eastgate Systems. En todo caso, el concepto de hipertexto involucra mucha navegación por el ciberespacio, requiere de un lector "rearticulando del caos virtual una lectura individualmente estructurada . . . que suture los campos textuales y visuales en una búsqueda constante por la significación . . . " (Ledesma, en este volumen). En pocas palabras, la narrativa hipertextual necesita de un nuevo tipo de lector en función de su nueva forma de ser, de presentarse y operar en el ciberespacio. Según este planteamiento, la ciberliteratura es algo distinto, en forma y en función, de la literatura tradicional. ¿Puede ser, entonces, que esta nueva forma de narrativa simplemente no capte al lector de la misma manera que la antigua forma de narrar lo hacía? Yendo más al grano: ¿podría ser que haya preferencias y predilecciones innatas en el ser humano, las cuales hubiesen evolucionado con el propio Homo sapiens sapiens a lo largo de los seis millones de años de nuestra existencia como especie? ¿sería factible pensar que la falta de atracción hacia el lector de masa por parte de la ciberliteratura se deba a la posibilidad de que el lector promedio no encontrase algo realmente fascinante en los hipertextos?

Sabemos que el ser humano nace con la predilección de producir y consumir relatos, historias. Los niños de entre dos y tres años automáticamente comienzan a producir historias para insertarse en el mundo social que les rodea (Tomasello; Nelson "Memory;" Bauer y Mandler; Nelson y Grundel; Nelson "The Emergence;" Hess). No hay ningún ser humano que no lo haga—las narraciones siempre cobran las mismas formas y estructuras independiente de la cultura en la cual se forman, sin que nadie les enseñe nada a los niños—de tal manera que parece que todos nacen con una Gramática Universal Narrativa (Bruner). Al aprender a manejar su...

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