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  • Té-cena con los Onetti en MadridJorge Onetti, Andrea, Andreíta
  • Jorge Ruffinelli

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Idea Vilariño y Jorge Onetti

A comienzos de los 90s…

La amistad comenzó en los setentas, y fue familiar, con vacaciones en Las Toscas, Uruguay, y largas conversaciones sobre literatura, política y… Juan Carlos Onetti. Después de residir varios años en La Habana, trabajando para Prensa Latina, Jorge y su familia radicaron en Madrid. Jorge Onetti (Buenos Aires, 16 de junio de 1931 – Madrid 1 de enero de 1998) obtuvo en Cuba el Premio Casa de las Américas 1965 en la categoría Cuento por su libro Cualquiercosario, y fue finalista, en España, del Premio Biblioteca Breve por su novela Contramutis, en 1968. Estos dos libros fueron publicados, labrándole la fama de escritor original y diferente. Su tercer libro fue publicado póstumo: Siempre se puede ganar nunca (Madrid: Alfaguara, 1998). [End Page 277]

Andrea:

Sacame ese bicho [la cámara] de encima…

Ruffinelli:

Si tuvieras que resumir tu experiencia de Buenos Aires, de Montevideo, de La Habana, ¿con qué ciudad te quedarías para vivir?

Onetti:

Yo me quedaría en Madrid… "Morir en Madrid"… Madrid me gusta, Buenos Aires nunca me gustó. Es una ciudad que te impone un ritmo externo… Y además no me gustan las argentinas, su tono de voz. Cada día me choca más el tono argentino… Y es el que yo tengo.

Andreíta:

No lo tenés tanto.

Onetti:

Como en todo, es que hay diversos niveles de pronunciación… La Habana es muy linda, ¿qué querés que te diga? El único inconveniente grande es el calor que mata.

Ruffinelli:

Como ahora Madrid.

Onetti:

No, no, mucho peor.

Andrea:

Sensación térmica, 55 grados…

Onetti:

Y Montevideo… pienso que estará muy deteriorado.

Ruffinelli:

¿Tenés nostalgias?

Onetti:

No. De la gente, sí.

Ruffinelli:

¿Pensás en tu infancia?

Onetti:

No. A veces me vienen recuerdos, flashes, pero no una cosa continua. Además, yo vivía de la puerta para adentro, en una casa que era un matriarcado, endogámico en muchos aspectos. Y estaba protegido por una muralla que hacía mi madre alrededor mío. Porque en un momento hubo dieciocho personas viviendo ahí… Había comunistas, oficiales de policía, gente del ejército…

Andrea:

Prostitutas…

Onetti:

No, prostituta no era. Una tía segunda… estaba loca. Yo estuve hasta los tres años en Montevideo, que es cuando se separaron mis padres. Me acuerdo que yo estaba agachado, y Juan me hizo creer que me había puesto un ovillo de lana. Y me lo creí. En la casa de mi abuelo paterno eran pro-bolches… No sé si mi abuela, pero Juan y Raquel sí que eran. Compraban El Popular, que traía la foto de Lenin, y yo, que tenía dos años (esto no lo recuerdo, me lo contaron) lo reconocía. Después me fui a vivir a Buenos Aires —o me llevaron… Ah, vi el Zeppelin, cuando pasó por Montevideo… Y fuimos a la casa de mi abuela, que quedaba afuera, en Ituzaingó; todavía vivía mi abuelo. Me acuerdo (o me lo hicieron acordar) que un día estábamos chupando naranjas la hija de la sirvienta y yo, entonces la guacha esta, que era mayor, chupaba rápido la suya y me la cambiaba por la mía… Entonces vino mi madre y la reputió. Después nos fuimos a Carrasco… la calle Carrasco, de Buenos Aires. Una de esas casas largas…

Ruffinelli:

¿Veías a Juan, con alguna frecuencia?

Onetti:

No. El vivía en Montevideo. Desde que se separaron hasta que yo tenía unos 16 años lo habré visto tres veces. Me regalaba linternas. Y pesos uruguayos.

Ruffinelli:

¿Qué?

Onetti:

Pesos uruguayos, que a mí me parecían muy mágicos porque valían [End Page 278] el doble o más que el peso argentino, y además se podían lavar. Yo me hacía lavar todos los pesos, para comprobarlo.

Ruffinelli:

¿Se lavaban con coca-cola? Era la fórmula...

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