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  • Julio el fotógrafo, el sibarita, el intérprete de los sueños
  • Jorge Ruffinelli

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Julio Jaimes, Geraldine Chaplin, y yo

No me acostumbro a pensar que Julio ya no estará en Buenos Aires cuando yo vaya la próxima vez. Creo no haber vuelto a Buenos Aires, en estos últimos veinte años, sin llamarlo, ir a su departamento, o encontrarnos en un café cerca de mi hotel. La última vez que nos vimos aún estaba en el aire la idea de editar la película de 1973, Juan Carlos Onetti, un escritor, en DVD. El proyecto no se concretó.

La verdad es que no sé cuántos proyectos no se concretaron en la vida de Julio, pero algunos sí lo hicieron. Sé que vivió una vida rica en experiencias. Era un magnífico fotógrafo. A veces alimentaba mi ego proponiéndome: "Si me enseñás a escribir, yo te enseño a revelar fotos". Y lo recuerdo escribiendo con gran cuidado y prolijidad, con una precisión infinita, porque le daba un valor inmenso a la escritura. Eso fue lo que lo llevó a filmar, en 1973, el documental sobre Onetti que es, hoy, también, un documento. Entre cosas cosas, un "documento" de cómo a lo largo de las dos horas que duró la filmación, Onetti se las ingenió para acabar la botella de whisky que Julio le había llevado desde Buenos Aires. Sus dos entrevistadores no [End Page 257] gozamos de una sola gota de alcohol en aquella circunstancia, y la película, que iba a ser "editada", ya no pudo serlo: se debía mantener la secuencia cronológica para no contradecir a la botella.

Yo había conocido a Julio en Buenos Aires. Un amigo común, Eduardo Mignogna, me lo presentó. Debo haberle llamado la atención por mi cercanía a Onetti. En algún momento me habló de su propósito de hacer el documental. Julio conocía a varias personas, en Buenos Aires, que le habían servido a Onetti de modelo para sus personajes, ante todo los de La vida breve. Julio estaba realmente fascinado por Onetti.

En 1974 emigré a México, y durante doce años viví en Xalapa, Veracruz. Poco después Julio también llegó a Xalapa. Salvo algunos viajes de regreso a Buenos Aires, para visitar a su familia, decidió radicar en aquella ciudad pequeña y semitropical. Creo que nunca comparamos lo que estábamos sintiendo con aquel trasplante desde una capital poderosa, como era Buenos Aires, a una ciudad que aún no alcanzaba los doscientos mil habitantes, que era Xalapa. Por mi parte, yo había estado compartiendo la vida entre Montevideo y Buenos Aires.

En Xalapa, nos convertimos en la "lost generation".

Sin embargo, cada uno encontró su camino, y pronto Julio, cuya simpatía era notoria y ganadora, comenzó a trabajar como fotógrafo para la Universidad Veracruzana. Vivió años en Xalapa. Cada mañana me preguntaba qué había soñado yo. Fue entonces que comencé a darle importancia a los sueños. Julio, que se había sicoanalizado durante mucho tiempo (yo le hacía bromas al respecto), sabía que en ellos existía una clave. Tal vez por eso escribió en uno de los textos que en el documental lee el director y actor Sergio Renán, que Santa María, había sido "edificada, al igual que los sueños, a partir de los fracasos cotidianos". Había, pues, que vincular la frustración con el deseo.

En 1980 tuvimos la oportunidad de vernos todos los días, en Tlacotalpan, un hermoso pueblo de Veracruz, porque el rector de la Universidad nos había comisionado, a Julio, a tomar fotos de la filmación de La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1980), y a mí, a escribir uno de esos libros "instantáneos" que, en efecto, fue impreso en dos días y agotado en veinte minutos pues se obsequió a los invitados al estreno de la película.

Cuando llegué a Tlacotalpan, tal vez un par de días despu...

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