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  • María Isabel Onetti pekelharing "Litty"Dos semblamzas
  • Ana Inés Larre Borges and María Isabel Onetti

Durante dos intensas jornadas tuvo lugar en Colonia del Sacramento un encuentro en homenaje al escritor Juan Carlos Onetti. Hubo múltiples asedios críticos a su obra, hubo testimonios, diálogos y polémicas. Se hizo presente Tabaré Vázquez y participó Dolly Muhr, viuda del escritor. También estuvo su hija.

LOS OJOS DE LITTY, por Ana Inés Larre Borges

Se la llamó "Movida Onetti" y congregó más público que el que suele asistir a congresos académicos, conferencias y afines. Fue excepcional en su género, pero es seguro que fue la presencia del presidente electo Tabaré Vázquez —que llegó a Colonia solo para saludar a la viuda del escritor— lo que hizo que el homenaje organizado por Helena Corbellini y la Casa del Escritor para conmemorar los diez años de la muerte de Juan Carlos Onetti saliese en los informativos de televisión y en las radios, y que una nube de periodistas llegase al pacífico predio junto al río donde se desarrolló el encuentro.

La presencia de Tabaré Vázquez no estaba prevista y, además de alborotar una ciudad más parecida a Santa María que las capitales cercanas, creó dubitaciones entre algunos participantes del congreso. ¿Seguir con las ponencias o interrumpirlas? ¿Acto académico o político? Hubo algún breve momento de indecisión cuando dentro de la sala los conferenciantes trataban inútilmente de mantener el hilo del discurso mientras desde fuera, llegaba el ruido de los aplausos. Y así el clap, clap, clap, avanzaba y el público desertaba de cualquier concentración y de cualquier panelista y disertaba, insurrecto, con el de al lado. Volteaba la vista, se paraba curioso en puntas de pie, rompía filas en manso desorden. Con tardía "cintura" ocurrió naturalmente lo expectable. Breve pausa, ingreso del presidente electo al local, pero no al estrado. Perfil bajo y distendido. Saludo de Tabaré a Dolly Muhr, viuda de Onetti. Le dice que vino especialmente para agradecerle el anuncio de la donación de los manuscritos y papeles de Onetti para la Biblioteca Nacional. Desde [End Page 247] donde estoy no alcanzo a ver y escucho poco. Junto a Vázquez diviso a Carlos Liscano, presidente de la Casa del Escritor, que es alto. Vázquez llegó acompañado del doctor Gonzalo Fernández, que no es muy alto, y observa a distancia prudente. El malón de periodistas y cámaras sigue a Vázquez, se desplaza con él. Algunos pocos lamentan que no haya hablado (así desde el púlpito), otros pocos que haya interrumpido (aún desde el llano), la mayoría aplaude discretamente (buenos profesionales del ejercicio del criterio no dilapidan fervor). La prensa interroga también a Dolly. "Creo que es importante que el primer acto de un presidente electo sea hacerse presente en el homenaje a un escritor", dice ella con sabiduría. Vuelve la paz y vuelven las ponencias. Era la hora de los argentinos, Noé Jitrik, Roberto Ferro, Liliana Díaz Mindurry, junto a María Angélica Petit como locataria. Alguien comenta que a los argentinos no les gustó demasiado que los interrumpieran, pero la noticia no parece desvelar a nadie. María Angélica propone repatriar las cenizas de Onetti, que estén como las de Quijano en el Panteón Nacional, pero no todos —ni Dolly— están de acuerdo.

Esa ha sido, de todos modos, la escena que de estas Jornadas de homenaje a Juan Carlos Onetti ha tenido la mayoría del país. Para muchos intelectuales, estudiantes, profesores, escritores y algún público puro y duro, fueron además y sobre todo un intensísimo discurrir de lecturas y teorías sobre la literatura del uruguayo, una posibilidad de diálogo entre críticos de tres países —Argentina, Brasil, Uruguay—, una oportunidad de encuentro distendido en una ciudad con santa ritas en flor, jacarandás, y la vista del agua del río más ancho. Lejos de obligaciones fue posible sentirse alternativamente altru...

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