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  • Paco y Onetti:Una amistad en la frontera1
  • Ana Inés Larre Borges

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1o de Octubre de 1937. La víspera del estreno de Pan criollo, el poeta y dramaturgo César Tiempo y el actor y director Elías Alippi visitan la redacción del diario El País en Montevideo.

De izquierda a derecha: Hugo Rocha, Juan Carlos Onetti, César Tiempo, Elías Alippi y casi oculto Francisco Espínola.

En 1939, cuando Juan Carlos Onetti publica El pozo, Francisco Espínola ya había realizado el grueso de su narrativa y consolidado un mundo propio. Los ocho años de diferencia de edad (Espínola es de 1901 y Onetti de 1909) fueron bastantes para ubicarlos en generaciones distantes dentro de la historia [End Page 181] de la literatura uruguaya. Espínola entre los regionalistas del centenario junto a Morosoli, Dotti, Amorim, Zavala Muniz; Onetti, el solitario, como precursor de la generación del 45 (como postula Ángel Rama) o según su burlona confesión como "generación del 44".2

Si Espínola parece culminar el ciclo de la narración regionalista dentro del cual se acomoda sin fricciones, Onetti inaugura con El pozo, como el propio Espínola vio antes que nadie, el advenimiento de un estremecimiento nuevo, la exploración del escenario urbano; el protagonismo del antihéroe que él llamó "indiferente moral", la asunción en la literatura del existencialismo y el desencanto. Esa distancia ha sido ratificada por las periodizaciones recientes de la historia literaria, que coinciden en datar la ruptura en esa precisa fecha.3

La imagen que crearon, también es antitética. Espínola encarnó al "último escritor nacional" o al "escritor institución", como lo llamó Carlos Martínez Moreno.4 Conferencista, profesor, delegado ante la Unesco, autor de un libro que leen en la escuela todos los niños uruguayos, fue además, Paco, el íntimo, el gran conversador de seducción apaisanada capaz de reivindicar persuasivamente los valores de una tradición criolla. Onetti, en cambio cultivó la figura del huraño, el inaccesible, prototipo asfáltico del escéptico hombre de la ciudad. Temido y tímido, saboteador de homenajes y congresos, cultivó el sarcasmo, la ironía, la piedra en el charco.

A pesar de esas distancias, la vinculación de estos dos nombres tuvo su tradición en la historia cultural uruguaya. Fueron dos elegidos contra quienes las parricidas huestes del 45 se detuvieron. La generación crítica los convirtió en sus maestros. Carlos Maggi los llamó "Los dos maestros paradojales del 45"5 y ese título adquirió con el tiempo el carácter de un testimonio generacional. La paradoja que apunta Maggi señala la falta de continuidad en la obra escrita por el propio 45, pero puede extenderse a la extraña unión de dos escritores que significaban cosas diametralmente opuestas tanto en la figura de escritor que encarnaron como en su literatura. Ese respeto se ha sostenido en las nuevas generaciones. Si el prestigio de Onetti ha crecido internacionalmente de un modo notable, Espínola con un perfil más acotado, ha mantenido su ascendencia entre los escritores uruguayos hasta por lo menos la generación de narradores que irrumpe en la segunda mitad de los años 80.6

Curiosamente la visión de los otros ha ocultado la relación que existió entre dos escritores que compartieron un mismo tiempo histórico, más de un proyecto y, acaso más significativamente, una amistad. El lazo personal que unió a Onetti y Espínola fue haciéndose invisible en el imaginario público, aunque el contacto entre ellos constituya una frontera, y acaso una bisagra, de la narrativa uruguaya que merece ser explorada.

En 1971, al hacerle una larga entrevista a Espínola, Jorge Ruffinelli corrobora tácitamente esa desmemoria o borramiento cuando interroga a Paco sobre su relación con Felisberto y con Onetti. La sensación es que el entonces joven crítico eligió simplemente los dos nombres más destacados y consensuados [End Page 182] de la narrativa uruguaya sin tener noticia...

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