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  • La construcción del personaje en los primeros relatos de Onetti (1933-1939)
  • Nestor Ponce (bio)

Juan Carlos Onetti ha sido una compañía grata, trágica, comprometida y apasionada en mi experiencia de lector, de crítico y de escritor. Una escritura de tal tipo no puede dejar indiferente. Desde mis primeras lecturas en los años 70 —los Cuentos completos en una edición del Centro Editor de América Latina y El Pozo, en una de Arca de Montevideo—, firmé con Onetti un pacto implícito de fidelidad. Años después fue uno de los tres autores estudiados en mi tesis doctoral (junto a Fuentes y a Marechal). Siguieron luego los artículos, la organización de un homenaje en 2001 en la UNESCO en París, junto a los compañeros del Centro de Estudios y de Literaturas del Río de la Plata (CELCIRP), la publicación de las actas en nuestra revista Río de la Plata al año siguiente. Por fin, tengo la convicción de que es uno de los escritores que más me ha influenciado en el sentido de una forma de compromiso con la escritura, con la búsqueda de un imposible cuyo mayor encanto reside en arañarlo.

Tal fue la génesis de este artículo, toma de posición de un escritor, de un crítico y también de un lector: reflexionar acerca del por qué de la eficacia novedosa, transgresora y fascinante del narrador uruguayo en la configuración de su sistema actancial. Para ello, decidí concentrarme, por razones de espacio de publicación, pero también por motivos analíticos, en los primeros textos de Onetti, aquellos que van de 1933 a 1939. El objetivo es observar los criterios y las modalidades que priman en los primeros años de experiencia de Onetti como escritor, y particularmente en las modalidades de elaboración del personaje, en la medida en que estos primeros escritos constituyen una especie de laboratorio de experimentación que van a permitirle elaborar un proyecto literario en las décadas posteriores. La hipótesis es entonces estudiar hasta qué punto se manifiestan en las ficciones de este periodo constantes narrativas alrededor de sus personajes, que va a desarrollar y a descartar en los años posteriores para concretar la obra memorable que todos conocemos.

El corpus de análisis se constituye de los relatos "Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo" (La Prensa de Buenos Aires, el 1/1/1933); "El obstáculo" (La Nación de Buenos Aires, el 6/10/1935); "El posible Baldi" (La [End Page 157] Nación de Buenos Aires, el 20/9/1936); "Los niños en el bosque" fue redactado en abril de 1936; la novela inconclusa Tiempo de abrazar, también ese mismo año. Por fin la novela corta El pozo en 1939.

Los protagonistas de estos textos primerizos buscan, indagan, se cuestionan. Encerrados en un ambiente urbano hostil, se mueven como fieras enjauladas por la selva ciudadana1 —en "El posible Baldi", Buenos Aires es una "isla de cemento" como la New York de John Dos Passos en Manhattan Transfer—, caminan, recorren kilómetros, andan y, cuando se detienen, lo hacen con un ademán ansioso de angustia reflexiva. Se detienen para volver a ponerse en marcha. De hecho, cuando se mueven, ejecutan esta tarea para inscribirse en una monotonía alienante y para elaborar el sueño de una aventura posible (ver más abajo) e inalcanzable, ya que expresan de tal modo su incapacidad para transformarse en héroes. El movimiento a la manera de James Joyce escribe en el espacio la falta de heroicidad. Como ésta es imposible para el personaje onettiano, sólo le queda la imaginación para salvarse. Ahora bien, si estos hombres se salvan en la aventura imaginada, lo consiguen gracias a la ensoñación —el "suceso" al decir de Eladio Linacero en El pozo—, el recuerdo deformado —"Acaso el recuerdo había sido creado por el tiempo", piensa Jason en Tiempo de abrazar— o el sueño, y para ello, como un escritor que busca también su propia...

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