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  • El infierno tan temido y los problemas de la composición narrativa
  • Pablo Rocca (bio)

Parcas fueron las observaciones de Onetti sobre sus novelas y aun más escuetas sobre el cuento. Nunca explicitó la distinción entre una y otro, y nunca redactó una nota explicativa a sus recopilaciones del último género. Acerca de este podría haber coincidido con la luminosa afirmación de Mário de Andrade, datada en 1938: la pregunta qué es un cuento no tiene una respuesta taxativa. O sólo tiene una: el cuento es una forma, y como tal se piensa cada vez que se lleva a cabo; en todo caso –agrega Mário– esta forma tiene algo seguro, un lugar, y ese lugar es la revista.

El cuento le sirve a Onetti como el lugar de la prueba para la posterior o simultánea experimentación novelística. Por ejemplo, "La total liberación" se publica como historia independiente en 1935 y luego se recicla en Tiempo de abrazar; "La larga historia" (1944) es el preoriginal de La cara de la desgracia (1960); "La casa en la arena" (1949) prefigura la fundación de Santa María, cuya topografía y cuyos seres imaginarios se dibujan nítidamente en La vida breve, continúa desarrollándose a lo largo de media docena de novelas hasta que es destruida en otra (Dejemos hablar al viento, 1979); pero poco antes de este incendio había renacido en el cuento "Presencia" (1978), ahora "contaminada" por su cercanía a Madrid y por la contemporánea historia rioplatense en tiempos de ominosas dictaduras; en ese mismo cuento se recupera el "palacio de Latorre", fundado en El astillero (1961), cuando se situaba "en una isla, próxima al puerto de Santa María". Por otra parte, nunca cesa el trasiego de personajes de un cuento a otro, de una novela a un cuento y a la inversa: el inglés Owen de "Avenida de Mayo…" reaparece en La vida breve; el nombre de María Eugenia del mismo cuento vuelve en "Justo el treintaiuno" (1964); Nené, de "El posible Baldi", renace con otros dones en Tierra de nadie, y así sucesivamente.

Para rastrear este proyecto de circulación continua de significados y personajes –en suma, de su escritura–, hay que leer en los márgenes o en las entrelíneas. Sobre todo en la época de madurez, cuando se va abriendo paso hacia la consagración, digamos entre 1950 y 1962. O, mejor, hay que recurrir al archivo, en la doble raíz etimológica, griega y latina, en cuanto arkhé (originario), en el sentido [End Page 91] de capas que componen un texto de ficción que, al examinarlas, desnudan sus trazas; y en tanto archivum (depósito de documentos), segmentos de textos ficcionales o metaliterarios que se ordenan de determinada manera y que, explorados, pueden aportar escolios para el proceso de creación o para su historia.

El duelo entre Cordes y Linacero en El pozo (1939) es, para la primera acepción de archivo, el principio manifiesto de una reflexión que sale como al descuido, y sin embargo sigue desarrollándose, sin economizar indicios para comprender los mecanismos de construcción del relato. Las pistas comparecen cuando se recorre la diacronía. Así, al concluir el cuento "La larga historia", el narrador omnisciente detalla las reacciones del protagonista, Capurro, quien es advertido por uno de sus compañeros sobre la presencia del cadáver de una procurada mujer. Entonces, y sin saber bien cómo ni por qué, este empieza a contar:

"Sólo tenía para contarles una historia larga, entrecortada, llena de momentos brillantes y misteriosos que nada tenía que ver con aquello que interesaba a los hombres de pie en el galpón, mirándole la boca, que acaso tampoco tuviera relación con nada concreto que él pudiera imaginar […]".

Esa narración epifánica, entrecortada y "brillante", emana de la imaginación del personaje, aunque sus receptores esperen otra cosa y, además, no la comprendan. Esto abre otra posibilidad a la habitual interpretación acerca de que los narradores de Onetti tienen la paradójica...

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