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  • Exilios, desplazamientos, narraciones:Pasiva gesta de Onetti
  • Noé Jitrik (bio)

En la historia de la constitución de las literaturas nacionales en América Latina el viaje desempeña un papel decisivo: cambiar de país, al cambiar de aire, permite respirar de otro modo u otra vez, habida cuenta de un sentimiento preliminar de ahogo. Así sucedió con Esteban Echeverría —caso notorio—, con Rubén Darío —fundamental—, con Martí —conocido—, con Huidobro —portador de una buena nueva—, con Vallejo.

Hay matices, por cierto: en algunos casos el viaje se hace porque en un sentido estético o moral conviene, en otros empujados por el exilio y su cuota de sufrimiento, en algunos casos se lleva al nuevo país una historia, en otros, el nuevo país abre un camino inesperado, que permite construir una obra no prevista; también se hacen viajes ideológicos, porque hay un prejuicio que obliga o induce a hacerlos, como el trasegado viaje a Francia, tan típico, y, por fin, viajes que no rinden ningún fruto visible. En conjunto, el mapa del mundo, recorrido por los viajeros, constituye un principio activo, parece poseer una fuerza que, si gravitó en la constitución de las literaturas, se sigue produciendo todavía aun cuando las literaturas nacionales parecen estar ya constituidas.

En algunas circunstancias, el viaje se ve como tal en sus consecuencias, en otras pasa inadvertido tal vez porque se ha hecho costumbre o porque merece juicios de valor desvalorizantes o porque, en fin, no ha producido ningún cambio. Borges viajó mucho, sin duda, y en un primer momento su viaje —en la tradición echeverriana— remodeló un modo de escritura pero luego, los siguientes, no hizo variar en nada un programa sólidamente configurado. Lo mismo ocurrió, tal vez, con José Juan Tablada, prueba de ello son los haikús que introdujo en la poesía mexicana. Las incidencias, como se ve, pueden ser muchas y la red que se traza puede dar cuenta de una topología tan compleja como es la literatura latinoamericana actual, que quizás haya olvidado el viaje aunque se lo siga haciendo, me refiero al éxodo hacia Barcelona de numerosos escritores que acaso busquen el soplo renovador, o acaso sólo la posibilidad de actuar en un escenario más vasto que el mero de sus lugares de nacimiento y formación. [End Page 41]

En un desplazamiento quizás más modesto y nada programado, Juan Carlos Onetti viajó de Montevideo a Buenos Aires a comienzos de la década del 30 y se quedó un tiempo en esta ciudad. La crítica, en sus más diferentes expresiones, no lo ha ignorado pero tampoco ha puesto en ese hecho el énfasis que ha puesto, por ejemplo, en el viaje de Quiroga a Misiones o en el de Cortázar a París. Se dirá, siguiendo el razonamiento anterior, que esos célebres desplazamientos son de índole muy diferente, así como en otro sentido lo fueron el de Octavio Paz a España o el de García Márquez a México o los de Victoria Ocampo por el mundo entero. Para nosotros, vale la pena ingresar en una reconsideración de algunos aspectos de la obra de Onetti a partir de esa mudanza.

En primer lugar, hay que señalar que Onetti trae a Buenos Aires imágenes, que podemos considerar como primigenias, de un Montevideo que perdura durante toda su obra, de cerca, cuando vuelve a su ciudad; de lejos, cuando está en la Argentina o, mucho después, en España. Pero es en Buenos Aires donde debe haberse producido la "alquimia del verbo", o sea el lugar en el que ese mundo imaginario se reordenó mediante un mecanismo de condensación que creó el fundamento de toda su obra.

Buenos Aires podía ser propicia para esas operaciones: la ciudad vivía todavía los efectos y resplandores de la llamada "década infame" y, ante la inminencia del desastre universal, se preparaba para grandes cambios: la literatura, en su doble vertiente —vanguardia y realismo social— parecía estar haciéndose cargo de una representación...

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