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  • Querellas burlescas e ingeniería retórica en el Cancionero de Baena
  • Antonio Chas Aguión

Pocas modalidades literarias han dejado una huella tan indeleble en los cancioneros cuatrocentistas como los géneros dialogados. A cada folio, en cada colectánea, es posible rastrear la impronta de aquellas primitivas tensos, partimens y jeux-partis, ya sea a través de procesos, preguntas o recuestas, a los que nuestros vates cancioneriles mostraron tanta predisposición. Bajo estos y otros géneros dialogados, los poetas mantuvieron viva una tradición que se perpetuará andando los siglos y de la que han dejado abundante muestra en el Cuatrocientos hispano, desde el Cancionero de Baena hasta la recopilación que Hernando del Castillo lleva, por vez primera, a la imprenta valenciana en su Cancionero general de 1511.

Ningún tema fue ajeno a este placer por la disputa; cuestiones políticas, satíricas, religiosas y teológicas, filosóficas, amatorias e incluso asuntos intrascendentes y circunstanciales sirvieron como punto de partida para la indagación en verso. Y, sin duda, el Cancionero compilado por Juan Alfonso de Baena constituye un buen punto de partida para mostrar la pluralidad de contenidos y aun de formas y géneros que adquirió el diálogo en estos [End Page 191] inicios de la poesía de cancionero. Precisamente, en este trabajo me propongo abordar un tipo concreto de esta muestra dialogal que cruza transversalmente la antología de Baena: la poesía de burlas, instituida, así lo veremos, como ejercicio lúdico cortesano, a la vez que exquisito tamiz de virtuosismo técnico, llegando a configurar auténticos ejemplos de ingeniería retórica.1

Nada mejor que la poesía de burlas para constatar las relaciones entabladas en el parnaso poético cancioneril; cualquier motivo es adecuado: las rivalidades y envidias entre poetas, la censura de vicios y costumbres más o menos aceptadas, las modas y corrientes (incluso literarias), o el ansia por medrar en el universo áulico tienen cabida en estos versos, donde tantas veces es posible percibir los ecos de aquellas cantigas de escarnio e maldiçer que, a la sazón, todavía no se habían apagado. Pero, sobre todos ellos, incluso sobre las invectivas ad personam, ya sea por el aspecto físico, nivel social, adscripción religiosa, condición sexual o linaje, sin duda, los dardos más afilados de nuestros poetas van encaminados a refutar el “mal trovar” que, podríamos decir, se convierte en el principal blanco de ataque en estos versos de burlas.

Ya en el prólogo a su compilatio el propio Juan Alfonso de Baena había ponderado el arte de la poetría e gaya ciencia, definida, en sus palabras, como “una escriptura e compusiçión muy sotil e bien graçiosa, e es dulçe e muy agradable a todos los oponientes e respondientes d’ella, e componedores e oyentes” (Dutton y González Cuenca 7).2 De este modo, y al tiempo que nos ofrece su concepción literaria, exponía los estrechos vínculos que, a su juicio, entablan la habilidad técnica, imprescindible para lograr la sutileza a la que se aspira y una finalidad placentera, y hasta lúdica, de la poesía, [End Page 192] algo a lo que los géneros dialogados no podían ser ajenos.3 Y, precisamente, los debates burlescos a los que Juan Alfonso se mostró tan aficionado, como compilador y como autor, nos brindan buena prueba de la trascendencia de ambos conceptos.4

Un análisis detenido de la poesía burlesca recogida por Juan Alfonso de Baena permite constatar que, tras la pluralidad de voces, temas, formas y aun de categorías poéticas, están, casi sin excepción, tres poetas: Alfonso Álvarez de Villasandino, Ferrán Manuel de Lando y el propio Baena. Los tres, con probabilidad los más asiduos contendientes en la corte –y no me refiero exclusivamente a la poesía burlesca, aunque en esta es donde más cómodos parecen sentirse– y buenos conocedores de la práctica dialéctica, hacen gala de su dominio técnico y de su habilidad para...

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