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  • El humanismo áulico valenciano del temprano quinientosEn los límites canónicos del humanismo hispano
  • Óscar Perea Rodríguez

Aunque fuese únicamente por haber albergado en su seno los primeros pasos de Juan Luis Vives, viventem perpetuo en la alabanza de Decio (citado por Rico, El sueño del humanismo 182), el Reino de Valencia merecería un lugar de primer orden no sólo en la historia del humanismo hispano, sino en la del europeo. En términos socioculturales, estaríamos engañándonos si considerásemos al gran maestro valenciano, íntimo amigo de Erasmo y de amplísima influencia posterior, como una figura de surgimiento espontáneo en el entorno geográfico y cultural que lo vio nacer. Quizá no Vives como ser humano –cuyas andanzas, bien es cierto, se alejan del Levante peninsular– pero sí el Vives humanista, erudito y literato, aparece como una figurada, si bien extraordinaria, equivalencia en el ámbito de los studia humanitatis del esplendor vivido por el Reino de Valencia en los años que hacen imaginaria bisagra entre el Cuatrocientos y el Quinientos.1 Este auge económico y social, [End Page 245] pese a toda la amplia gama de matices que se pueden operar sobre él, era evidente sobre todo en los aspectos más cotidianos de la vida, o quizá precisamente con mayor intensidad en éstos.2

Así, al mismo tiempo que fluían los intercambios comerciales entre Italia y los territorios ibéricos de la Corona de Aragón (Igual Luis), en la metrópoli levantina se estaba abonando “un mejor campo de cultivo que en Castilla para que prendiera y germinara la simiente del movimiento humanístico” (Gil Fernández, Formas y tendencias 16–17). No era, pues, de extrañar que viajeros europeos del siglo XV, como von Popplan,3 o del XVI, como Claude de Bronseval,4 se declarasen absortos ante el cúmulo de bondades de Valencia, alabanzas confirmadas y compartidas por el genealogista madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, cuyo testimonio es meridianamente esclarecedor de la admiración que la urbe mediterránea despertaba entre sus coetáneos:

Yo tengo entendido para mí que es la çibdad de Valençia del Çid una de las muy acompañadas de noble vezindad que ay en nuestra España, de señores e cavalleros de título bien eredados, e de ricos çibdadanos, e de todas las maneras de ofiçiales artesanos que a una insigne e muy bien ordenada república son nesçesarios; e aun para poder proveer a otras çibdades. E demás de ser la çibdad rica en sí por el tracto de la mar e de la tierra, es la gente del mundo más bien ataviada, e los ombres prinçipales e cavalleros biven e se tractan en sus casas e fuera dellas con tan ordinario exerçiçio de nobleza, que es otra segunda corte ver aquella república.

(Batallas y Quinquagenas 1: 355)

En ese privilegiado núcleo urbano abierto al mar, en esa ciudad de fiestas y espectáculos, de galanes y damas, de certámenes literarios (Ferrando Francés, Els certàmens poétics valencians) y de variadas actividades líricas y culturales, florecía también una próspera imprenta (Berger), que no sólo suministraba material al recién nacido Estudi General universitario (Teixidor i Trilles; Felipo Orts), al que pronto veremos convertido en principal vehículo de transmisión [End Page 246] del humanismo (Trinkaus), sino que también obtenía suculentos dividendos merced a la producción de todo tipo de obras literarias. No en vano, el primer libro poético impreso en la península ibérica, Les trobes en lahors de la Verge Maria (ca. 1474), muestra a la vez el auge de la lírica de certámenes y el desarrollo de la industria libraria en otros aspectos que no fueran libros de carácter técnico, es decir, puramente litúrgico. La gran culminación de este binomio poesía/imprenta llegaría en 1511 con la publicación del Cancionero general de Hernando del Castillo, en el que además de la gran mayoría de...

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