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  • Los humanistas y sus herramientas filológicas: De polianteas, florilegios y otros útiles similares
  • Teresa Jiménez Calvente

A la hora de acometer este trabajo, pensado desde el principio para este volumen monográfico, me asaltaron ciertas dudas sobre la oportunidad de dedicar mi colaboración a un tipo de literatura considerada menor. Me refiero a la literatura (en el sentido amplio del término literatura) que se encarga de recopilar, ordenar y ofrecer al público excerpta, frases, adjetivos, loci communes, sentencias o anécdotas de los autores clásicos para un uso y disfrute inmediato. ¿Qué función tenían (y tienen aún, por supuesto) estas obras? ¿En qué momento de la vida intelectual de un individuo cabe situarlas? ¿Cómo se advierte su presencia dentro de la “Literatura” con mayúsculas? Las respuestas a estas sencillas preguntas nos permiten ofrecer un cuadro bastante completo de uno de los aspectos que más han atraído la atención de los eruditos en los últimos tiempos: el problema de la educación en el Renacimiento y, más en concreto, el de la recuperación y enseñanza del latín clásico; en dicho proceso intervinieron, como es bien sabido, los humanistas, que idearon métodos de estudio y analizaron los diversos cauces por los que obtener un mejorconocimiento lingüístico y literario. [End Page 217]

El estudio de todas estas herramientas de trabajo se ofrece, al mismo tiempo, como un buen método para comprender el proceso de creación de un texto, pues desde este elevado sitial es posible adentrarse con mayor facilidad en los complejos vericuetos de la inventio e incluso de la elocutio, basamentos fundamentales de la creación literaria.

La verdad es que, durante largas décadas, se nos ha dicho que los florilegios, las antologías y las enciclopedias son unos instrumentos de trabajo típicamente medievales, como también se nos ha dicho que son el fruto característico de las épocas de decadencia cultural; en tales momentos, la falta de aliciente o capacidad para el estudio directo de los autores (acaso por un interés centrado exclusivamente en la literatura del pasado, elevada a la categoría de modelo absoluto) estaría en el origen del hecho de que los escolares y los lectores en general se viesen obligados a recalar en estos puertos, donde la materia se ofrecía sabiamente ordenada y previamente clasificada y resumida. Pienso ahora en lo que solemos decir a nuestros estudiantes en torno a la literatura latina del siglo III y parte del siglo IV, rica en epítomes y compilaciones, que reflejan una práctica que se extendió hasta los tardíos siglos V y VI;1 pienso también en un caso de lo más revelador, fruto de una periodización ramplona e insatisfactoria: el fenómeno del enciclopedismo del siglo XIII tras el formidable impulso del Prerrenacimiento del siglo XII.

No cabe duda de que la elaboración de antologías, florilegios o libros de citas y lugares comunes fue una tarea ampliamente difundida en la Edad Media; no obstante, tampoco hemos de olvidar que era una práctica habitual sancionada ya por los clásicos, con Quintiliano a la cabeza:

Nam ut scribere pueros plurimumque esse in hoc opere plane velim, sic ediscere electos ex orationibus vel historiis aliove quo genere dignorum ea cura [End Page 218] voluminum locos, multo magis suadeam. Nam et exercebitur acrius memoria aliena complectendo quam sua.

(2, 7, 2–3)

Pues al igual que yo quiero que los niños escriban y gasten la mayor parte del tiempo en esta tarea, aconsejo mucho más que aprendan pasajes elegidos de discursos, historias o de cualquier otro tipo de libros dignos de esta afición, pues la memoria se ejercita mucho mejor recogiendo lo ajeno que lo propio.

Junto a Quintiliano, la otra gran autoridad esgrimida fue Séneca, quien en su famosa epístola 84 desarrollaba ampliamente la no menos célebre metáfora de las abejas, capaces de recolectar el néctar en muy diferentes flores para luego fabricar la dulce miel. Como ha mostrado Ann Moss de forma magistral, la...

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