-
La Primera Mujer Presidenta De Chile¿Qué explicó el triunfo de Michelle Bachelet en las elecciones de 2005–2006?*
Por primera en vez Chile una mujer triunfó en las elecciones presidenciales. Sugerimos que la victoria de Michelle Bachelet se explicó, en primer lugar, por sus atributos personales. Los chilenos la evaluaron como la candidata más confiable y con mayor cercanía, valorando además sus condiciones como posible gobernante. En segundo lugar, se vio favorecida por un ambiente político y económico derivado de la reconocida gestión del ex presidente Ricardo Lagos. Un tema crucial que atraviesa todo el escrito corresponde a la solidaridad de género. Se sostiene que el apoyo de las mujeres fue determinante para el triunfo de Bachelet, cuestión que se corrobora tanto a nivel de encuestas en términos de intención de voto como de resultados electorales finales por comuna.
Según las perspectivas de género, las mujeres tienen más obstáculos y barreras de entrada a la actividad política que los hombres (Paxton y Kunovich 2003; Norris 2004). Por tanto, son las dificultades de acceso las que impiden un incremento en su participación en cargos públicos (Ai Camp 1996). Además, las mujeres conviven con otras restricciones asociadas, principalmente, a la obtención de recursos económicos y a la disposición del tiempo necesario para dedicarse a la política (Norris y Lovenduski 1995). A pesar de todos estos obstáculos, Chile se presenta como un caso excepcional. Michelle Bachelet Jeria accedió al cargo más importante del país: la presidencia de la república.1 [End Page 7]
Bachelet es médico cirujano con especialidad en pediatría y, además, tiene estudios en ciencias militares. Separada de su marido, con tres hijos y agnóstica, enfrentó la elección presidencial a los cincuenta y cuatro años. Su militancia en el Partido Socialista (PS) la llevó, durante el régimen de Pinochet, a sufrir la persecución, la tortura y el exilio. Su padre, Alberto Bachelet, fue general de Brigada Aérea y, al momento del golpe militar de septiembre de 1973, fue recluido y torturado. Producto de estos apremios murió meses después.
Fue ministra de salud durante el gobierno de Ricardo Lagos desde el 11 de marzo de 2000 hasta el 7 de enero de 2002, momento en que fue nombrada ministra de defensa. Este cargo lo ejerció hasta el 1 de octubre de 2004, fecha en que abandonó el ministerio para dedicarse a la campaña presidencial luego de su indiscutido liderazgo en las encuestas de opinión.
En la primera vuelta de diciembre de 2005 Bachelet enfrentó a tres candidatos. Dos de ellos pertenecían a la coalición de derecha Alianza por Chile, integrada por Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), que fueron representadas por Sebastián Piñera y Joaquín Lavín, respectivamente. El tercer candidato fue Tomás Hirsch del pacto Juntos Podemos Más, perteneciente a la izquierda extraparlamentaria. En esta instancia Bachelet obtuvo mayor votación en las mesas de mujeres, a diferencia de lo que había ocurrido con los otros candidatos presidenciales de la Concertación. Este hecho no es menor considerando su militancia en un partido de izquierda y la tradición conservadora del voto femenino.2
Al obtener sólo un 46,5 por ciento de los votos en la primera vuelta, Bachelet debió competir en el ballotage frente a la segunda mayoría, Sebastián Piñera.3 En esta segunda vuelta, llevada a cabo el 15 de enero de 2006, triunfó con un 53,5 por ciento, dándole a la Concertación de Partidos por la Democracia la cuarta victoria consecutiva.4 Esta coalición ha gobernado desde el inicio de la redemocratización—con Patricio Aylwin [End Page 8] Azócar (1990–1994), Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994–2000), Ricardo Lagos Escobar (2000–2006) y, ahora, Michelle Bachelet Jeria (2006–2010)—en total, veinte años.
El trabajo se divide en cuatro partes. En la primera, damos cuenta de los antecedentes del sistema de partidos en Chile y su tradicional división en tercios. La segunda aborda la presencia de Bachelet en las encuestas y la evaluación que los chilenos hicieron respecto a sus atributos y condiciones para gobernar, enfatizando en sus determinantes de apoyo con variables de largo plazo y con particular énfasis en el mayor respaldo de las mujeres ("solidaridad de género"). La tercera parte analiza los determinantes de voto por Bachelet atendiendo a variables de corto plazo, que restringimos a la aprobación presidencial y las opiniones sobre la economía. Finalmente, se estudia el desempeño electoral de Bachelet a nivel de comunas y en comparación a los otros candidatos, evidenciando nuevamente la solidaridad de género, en especial cuando se considera el porcentaje de familias en situación de pobreza extrema encabezadas por una mujer. Fuera de responder la pregunta que encabeza este trabajo, damos cuenta de las razones de la popularidad de Bachelet y los sectores donde obtuvo mayor apoyo.
Partidos, Coaliciones Y Tendencias IdeolÓGicas
Sin perjuicio de la mayor competitividad de las elecciones presidenciales chilenas desde 1999, la Concertación ha ganado las veintiun contiendas que ha tenido el país, desde las presidenciales hasta las de senadores, diputados, alcaldes y concejales. Además, durante el régimen de Pinochet (1973–1990) fue el bloque opositor que impulsó el proceso de liberalización y apertura política desde 1983, y que concluyó con una salida pactada-institucional hacia la democracia (Godoy 1999; Huneeus 1986; Otano 1997).
En la elección presidencial de 1989 no hubo sorpresas. Patricio Aylwin ganó con un 55,17 por ciento y la Concertación alcanzó la mayoría en la Cámara y en el Senado. La elección se efectuó un año después de que la opción "no" venciera en el plebiscito sucesorio, impuesto por el régimen autoritario, dando paso así al proceso de redemocratización (Huneeus 1994). Luego, la elección presidencial de 1993 tampoco tuvo incertidumbre. La fuerza electoral de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que obtuvo un 57,98 por ciento, fue incontrarrestable frente a una débil candidatura de la derecha (Godoy 1994; Navia 2005a).
Todas las elecciones presidenciales en Chile se han definido entre la Concertación y la coalición de derecha, dejando poco espacio para candidaturas independientes o de la izquierda extraparlamentaria. De hecho, Lagos y Lavín, para la elección de 1999, concentraron más del 95 por ciento de los votos, cifra similar a la sumatoria de Bachelet, Piñera y Lavín para la presidencial de diciembre de 2005. En este contexto ha surgido nuevamente [End Page 9] la discusión respecto a los alineamientos de la política chilena. Es decir, si son los partidos, coaliciones o tendencias (centro, izquierda o derecha) los que explican el comportamiento electoral de los ciudadanos. Si bien no existe evidencia contundente respecto a la primacía de alguna de ellas, sí podemos afirmar que la política chilena ha girado en torno a partidos con altos grados de institucionalización y capacidad de penetración territorial, y que estuvieron (y están) agrupados en los tradicionales tercios (Drake 1978; Gil 1969; Mainwaring y Scully 1995).
Luego del quiebre institucional de 1973, los partidos se realinearon en dos grandes coaliciones que surgieron al alero de la división política autoritarismo-democracia (Carey 2002; Ortega Frei 2003; Torcal y Mainwaring 2003; Valenzuela 1999). Prácticamente fueron los mismos partidos del período pre-1973 los que se reestrenaron con el retorno de la democracia. Así el sistema de partidos cuenta con más evidencia de continuidad que de cambio. Las excepciones, en términos de discontinuidad, fueron la UDI y el PPD, que agruparon a una élite que, en su mayoría, no participó del proceso político pre-1973 (Valenzuela 1995; Siavelis 1997).
Un aspecto de diseño institucional que se ha presentado como variable explicativa de la agrupación en coaliciones de los partidos es el sistema electoral binominal. Situado dentro de la familia de los proporcionales y con magnitud de distrito 2, este sistema castiga a todos aquellos partidos que intenten competir por fuera de las principales coaliciones o listas electorales (Navia 2005b). A esto se suman los efectos centrífugos del binominal: el margen absoluto de seguridad electoral es de un 33,3 por ciento periódico más un voto, por lo que cada candidato requiere asegurar sólo ese tercio de la votación ya sea con electores de izquierda o derecha. De esta forma, no habría incentivos para buscar al votante mediano (Magar, Rosemblum y Samuels 1998).
Los Atributos De Bachelet: Evaluando Su Llegada Al Electorado
La elección de Bachelet obedece tanto a factores políticos como culturales. En este trabajo y coincidiendo con la postura de Ríos (2006a) enfatizamos en las variables de orden político. Si bien en Chile ha existido una especie de sentido liberalizador de las mujeres y que ha coincidido con un incremento de su participación en cargos públicos, el ritmo ha sido mucho más lento que en otros países de América Latina como Costa Rica, Argentina, Perú y México (Ríos 2006a, 31). De hecho, Chile ocupa el lugar trece en la región considerando el porcentaje de mujeres en el congreso, y está por debajo del promedio mundial y continental (Ríos 2006b, 11). El avance ha sido sustantivamente más rápido en la Cámara de Diputados que en el Senado. Así, el porcentaje de mujeres en la Cámara se ha incrementado del 5,8 por ciento para las elecciones de 1989 al 15 por ciento para las de 2005, mientras que en el Senado el cambio ha sido sólo del 2,6 al 5,3 por ciento [End Page 10] en igual período (Ríos 2006b, 12). A pesar de tales avances, aún existe una clara subrepresentación de las mujeres, más aún si consideramos que sobrepasan el 50 por ciento de la población y del padrón electoral.
A estos cambios políticos debemos adicionar algunos factores de orden cultural que nos ayudan a comprender el contexto de la elección de Bachelet. Hasta hace pocos años Chile se caracterizaba por una cultura machista, con alta legitimidad de la Iglesia Católica y con menor fuerza laboral de las mujeres (Franceschet 2005). Hoy, producto de una serie de cambios, esta caracterización ha perdido vigencia. Existe una mayor valoración de las mujeres dentro de la actividad política (Franceschet 2006, 19), se han desarrollado tendencias que apuntan a la igualdad de género en el mercado laboral, educación y, muy importante, el incremento de hogares encabezados por una mujer (Norris 2004). Finalmente, asistimos a un ambiente internacional que ha promovido la igualdad de género y que se ha expresado en políticas gubernamentales principalmente orientadas a temas de pobreza (Franceschet 2006, 15).
No obstante el incremento de la elección de mujeres como congresistas y su mayor inserción laboral y social, existen algunas trabas políticas que les impiden un acceso más expedito a cargos de representación popular. Una de las más relevantes es la tendencia a la rigidez de las estructuras partidarias para el ingreso de mujeres. Los partidos invierten pocos recursos en sus campañas y sólo incrementan su financiamiento cuando sus expectativas de triunfo son altas (Navia y Sandoval 1998). Otras perspectivas profundizan en las causas de la subrepresentación femenina resaltando los elementos restrictivos de algunos sistemas electorales (Siavelis 2005). Además, las cuotas de género no cumplirían un papel significativo, pues muchas veces están asociadas al interés de la élite partidaria por mantener el control (Baldez 2004). Luego, en el caso de Chile se observa, al menos en las elecciones de diputados, que los partidos compiten con mujeres en aquellos distritos donde existen candidatos incumbents fuertes. Por tanto, las posibilidades de éxito electoral de las mujeres se ven en extremo reducidas (Navia y Cabezas 2005).
Estos antecedentes culturales y políticos conviven con otro proceso que, si bien no forma parte central del artículo, sí es importante mencionarlo para iniciar el análisis de los atributos de Bachelet. Nos referimos a los estudios de cobertura noticiosa en candidatas. Desde los trabajos de Eckstrand y Eckert (1981) hasta las visiones más actualizadas de Kahn (1994a, 1994b, 1996), Braden (1996) y Bystrom y otros (2004), entre otros, se da cuenta de cómo los medios de comunicación realizan coberturas de prensa diferenciadas según el sexo del candidato, marcando ciertos estereotipos en las mujeres y cuestionando sus capacidades para gobernar. En cambio, destacan elementos de su personalidad y vida privada en lugar de focalizarse en sus propuestas programáticas (Douglas 1994). Esta labor de los medios tiene un impacto directo en la imagen que los candidatos proyectan [End Page 11] al electorado (Kahn 1994a, 155). El estudio basado en un análisis de contenido, elaborado por Valenzuela y Correa (2006), señala precisamente la alta asociación entre los componentes de la agenda mediática y la percepción de la opinión pública respecto a los atributos de Bachelet. En su trabajo identifican como temas recurrentes en los medios, el carisma de la candidata, su empatía con el electorado y su honestidad, evaluando de manera negativa su "preparación para el cargo de Presidente" (Valenzuela y Correa 2006, 93). Esto es consistente con la teoría, respecto a que los medios de comunicación tienden a privilegiar los atributos personales de las candidatas mujeres más que las aptitudes para asumir un cargo público.
A pesar de tales antecedentes, la candidatura de Bachelet logró penetrar en el electorado sobre la base de sus condiciones como gobernante. Si bien ha tenido una larga trayectoria política en el PS, su imagen como candidata estaba lejos de las "trenzas de poder partidarias" (Ríos 2006a, 32). En un contexto de desafección política, Bachelet fue capaz de reencantar al electorado, que la percibió como una candidata confiable y cercana a los ciudadanos. Además, y a pesar de los cuestionamientos a sus capacidades como gobernante, emanados desde las otras candidaturas, Bachelet fue bien evaluada en todas las áreas de gestión presidencial.
Así, el ascenso de Bachelet en las encuestas fue rápido y efectivo (ver figura 1). Rápido porque en un lapso de sólo cuatro años pasó desde una nula presencia pública hasta convertirse en la candidata a la presidencia más fuerte del país. Efectivo porque dejó en el camino a todos los precandidatos de la Concertación.
El ascenso de Bachelet fue casi constante y sostenido en todas las mediciones desde diciembre de 2002, llegando a su punto más alto en junio de 2005. De ahí en adelante fue experimentando leves caídas que si bien nunca amagaron su opción presidencial, sí pusieron una cuota de incertidumbre [End Page 12] respecto al resultado. Acá también es posible advertir el incremento en los apoyos hacia Piñera y la baja permanente de Lavín, quien finalmente estabilizó sus apoyos entre septiembre y noviembre de 2005, pero quedando en el tercer lugar de las menciones.
Bachelet estuvo siempre con la más alta imagen de triunfo. Según los resultados del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC) en la medición de noviembre de 2005, un 67 por ciento de los encuestados creía que Bachelet sería electa presidenta. Además, en los resultados de una eventual segunda vuelta, Bachelet derrotaba a Lavín con un 57 por ciento y a Piñera con un 54 por ciento. Otro punto a favor de la abanderada oficialista era su bajo nivel de rechazo, que sólo alcanzaba el 15 por ciento, casi insignificante frente al 50 por ciento de Joaquín Lavín, pero superior al 4 por ciento de Piñera. De hecho, el candidato de RN basaba en este tipo de resultados su esperanza de triunfo para la segunda vuelta.
La encuesta preelectoral del Centro de Estudios Públicos (CEP) en noviembre de 2005, en la pregunta sobre intención de voto, dio cuenta de la mayor disposición de las mujeres a votar por Bachelet (ver los resultados en la cuadro 1).
Luego, el CEP consideró los atributos de los candidatos. Bachelet apare-ció como la más capacitada para resolver los problemas de empleo, salud, educación, entre otros (ver cuadro 2). Fue superada por Lavín frente al problema de la delincuencia y por Piñera en el tema del crecimiento económico. Esto es totalmente comprensible considerando que el candidato de la UDI siempre tuvo al tema de la delincuencia como prioritario dentro de su agenda programática desde la elección de 1999, mientras que Piñera, por su condición de empresario, probablemente haya sido percibido como más capacitado para resolver los problemas económicos del país. [End Page 13]
Respecto a los atributos personales, Bachelet alcanzó importantes menciones considerando la cercanía con el electorado, la confianza y la credibilidad. Los porcentajes más bajos se presentaron en las evaluaciones de su capacidad de gobierno, siendo las mujeres las que mayor valoración tuvieron de Bachelet respecto a esta característica.
Para cerrar esta sección, mostramos los resultados de algunos modelos logísticos binomiales que comparan los determinantes de adhesión de Bachelet, Piñera y Lavín con variables de largo plazo (ver cuadro 3). Esto nos ayudará a identificar el tipo de elector que probablemente sufragó por cada uno de estos candidatos. Seleccionamos variables sociodemográficas (sexo, edad, religión) y socioeconómicas (clase, escolaridad), adicionando una de orden político que es la escala de autoidentificación en el eje izquierda-derecha. Luego, en el siguiente apartado y como complemento, construimos otros modelos con variables de corto plazo, introduciendo el impacto de la aprobación presidencial y de las opiniones sobre la economía en la intención de voto por Bachelet.
La decisión de utilizar modelos con variables de largo y corto plazo es consistente con la teoría. Por un lado, están las escuelas de Columbia y Michigan que defienden modelos sociológicos y sicológicos, respectivamente, [End Page 14]
donde las variables de largo plazo explicarían mejor la intención de voto. Para los teóricos de Columbia las variables centrales corresponden a la pertenencia a ciertos grupos de clase, raza o religión. Luego, para Michigan el acto de votar es totalmente individual, y en él influyen variables de orden familiar y de socialización política (López y Morales 2005). Las variables de corto plazo, en tanto, se asocian comúnmente al modelo de votación propuesto por la escuela de la elección racional. Tales variables se refieren fundamentalmente a las evaluaciones prospectivas y retrospectivas de la economía (Fiorina 1991). Así surge el concepto de voto económico (Grofman 1995; Popkin 1995), que sostiene que los votantes reaccionan a cambios de corto plazo que se producen a nivel país (versión sociotrópica) pero sin descartar las condiciones económicas individuales (versión egotrópica). De esta manera, los electores realizan la evaluación de los diferentes candidatos de acuerdo a los intereses que potencialmente pudieran éstos satisfacer, lo que representaría una función de utilidad en el acto de votar (Enelow y Hinich 1984).
Lo primero que destaca es la fuerza electoral de Bachelet en las mujeres, particularmente al compararlo con Piñera. Esto se repite en un modelo binominal comparando a Bachelet con el resto de las candidaturas. Además, el género no es un determinante de adhesión a la Concertación, por lo que el alto apoyo recibido por Bachelet en las mujeres es atribuible sólo a su candidatura (modelo no mostrado). En el resto de las variables hay un comportamiento más similar entre la candidata y el pacto. Así, observamos con mayor claridad la solidaridad de género. En efecto, fueron las mujeres las que en mayor medida respaldaron a Bachelet. Esto es consistente con los resultados de la primera vuelta. De esta forma, queda en entredicho la afirmación respecto a que las mujeres serían más "conservadoras" que los hombres, más aún si consideramos el perfil de la candidata.
Respecto a edad, no se observan diferencias significativas, aunque existe una tendencia de los jóvenes para apoyar en mayor medida a la candidata de la Concertación. Luego, la otra variable donde encontramos cierta significancia estadística es en el nivel socioeconómico, particularmente al comparar a Bachelet con Piñera. Se observa una menor disposición a votar por Bachelet en los encuestados de estratos más altos, en especial de los ABC1.5 Con Lavín no encontramos diferencias significativas, cuestión que se puede explicar por su penetración en los estratos más bajos y la captación de lo que él denominó como voto popular.
Por educación también hay diferencias, particularmente al comparar a Bachelet con Piñera. La mayor disposición a votar por Bachelet estuvo en los encuestados con educación básica y media. Las bases de apoyo de Piñera estaban fundamentalmente en los universitarios, cuestión que se [End Page 17] explica por el desarrollo de una campaña electoral enfocada en la importancia de la educación como clave del éxito económico.
Finalmente, de acuerdo a la escala política, advertimos su robusto peso explicativo dentro del modelo. Ya señalamos que la división en tercios de la política chilena permite dar cuenta no sólo del sistema de partidos y la formación de coaliciones, sino también de la intención de voto. Las bases de apoyo de Bachelet se incrementaron en la medida en que se avanzó en la escala política. Fueron los encuestados de centro- izquierda e izquierda los que mayor disposición mostraron para votar por Bachelet. Los coeficientes de los modelos con Lavín son de mayor magnitud, lo que estaría evidenciando que fue el candidato más estrictamente opositor.
Los determinantes de voto son más claros en la comparación Bachelet-Piñera particularmente respecto a género, educación y escala. En esta última, Piñera recibió menos rechazo que Lavín en los votantes autoubicados desde el centro a la izquierda. Si bien es muy temprano para aseverar una penetración de Piñera a estos sectores, no es menos cierto que su candidatura presentó mayores posibilidades de crecimiento respecto a la de Lavín.
La Aprobación Presidencial Y Las Opiniones Sobre La Economía: Variables De Corto Plazo En El Voto Por Bachelet
El análisis de las variables de corto plazo respecto a la intención de voto, particularmente en referencia a la aprobación presidencial y las opiniones sobre el estado de la economía, se enmarcan teóricamente en lo que se ha denominado como Función Voto-Popularidad (Panzer y Paredes 1991; Nannestad y Paldman 1994).
La alta aprobación presidencial de Lagos tuvo un impacto directo en la elección de Bachelet. Sumado a su alta popularidad, el gobierno mostró un correcto desempeño en materia económica, cuestión que se vio reflejada en indicadores de desempleo, crecimiento e inflación. Son notables las diferencias con la última fase del gobierno de Frei, que en 1999 presentó una tasa negativa de crecimiento. Para el año 2005 la tasa de desocupación se redujo en siete décimas con respecto al año anterior, totalizando un 9,3 por ciento y siendo la más baja desde 1998 de acuerdo a los datos del Banco Central de Chile. La tasa de crecimiento (Producto Interno Bruto) llegó a 6,2 por ciento considerando como año base 1996 y, según la misma fuente, fue la más alta desde 1997, lo que marcó importantes diferencias con el crecimiento promedio de América Latina (Navia 2006a). Respecto a la inflación, el gobierno de Lagos fue el más exitoso desde que se comenzó a registrar este indicador, con un promedio de 2,8 por ciento (Navia 2006b). Si bien para 2005 el Índice de Precios al Consumidor acumulado se incrementó en 1,3 puntos con respecto al año anterior llegando a 3,7 por [End Page 18] ciento, esto no puso en duda la destacada gestión macroeconómica del gobierno.6
Lo anterior no sólo es atribuible a la gestión del Presidente Lagos. En realidad, ha sido un trabajo de largo plazo elaborado por todos los gobiernos de la Concertación, que en la primera parte de la década de los noventa exhibieron altos niveles de crecimiento hasta la denominada crisis asiática que estalló en 1997 (Cortázar y Vial 1998; Meller 2006; Torche 2001). La pobreza se redujo en más de 15 puntos hasta 1996, gestión notable si se considera que el Presidente Aylwin recibió al país con un 38,6 por ciento de pobres. Para 2005 la suma de pobres e indigentes fue, aproxima-damente, de 18,4 por ciento. Sin embargo, la distribución del ingreso sigue siendo deficiente (Larrañaga 2001; Meller 2000).
Toda esta evolución en el ámbito económico ha impactado notoriamente en las opiniones de los chilenos. Es sobresaliente el incremento de la opción "progresando" cuando se les pregunta a los encuestados sobre el estado actual del país. Otra observación relevante es que el incremento de esta opción se dio marcadamente desde el segundo año de administración del Presidente Lagos. Esto marca la diferencia con el contexto que debió enfrentar el mismo Lagos al momento de la elección, donde la característica central era un pesimismo generalizado producto de los problemas políticos y económicos que enfrentó Frei al finalizar su mandato. Bachelet, en cambio, compitió en un contexto económico altamente favorable y con opiniones optimistas sobre la evolución del país.
Es en este escenario donde la popularidad de Lagos llegó a niveles incluso superiores a los alcanzados por Patricio Aylwin al inicio de la redemocratización (ver figura 2). El alza fue sostenida desde diciembre de 2002, sobrepasando el 60 por ciento al finalizar su mandato. Este contexto favorecía ampliamente a Bachelet en comparación a los candidatos de derecha. La oposición intentó en varias ocasiones dañar la imagen del Presidente Lagos, pero esto no hizo mella en los apoyos recibidos en las encuestas.
Para complementar este set de variables de corto plazo, ingresamos otros posibles determinantes del voto por Bachelet (ver cuadro 4). Nos referimos a las opiniones sobre el estado de la economía tanto desde la versión sociotrópica como de la versión egotrópica. Teóricamente, las preferencias electorales de los ciudadanos serían mejor explicadas por aquellas que por éstas (Nannestad y Paldman 1994).
Respecto a la aprobación al gobierno se advierte claramente su fuerza explicativa dentro de todos los modelos, marcando notorias diferencias entre Bachelet y los candidatos de derecha. Así, son altas las probabilidades relativas de que un encuestado que haya aprobado la gestión del [End Page 19] gobierno también respaldara la candidatura de Bachelet. Esto no implica ninguna novedad considerando que Piñera y Lavín pertenecen a la oposición, pero de todas formas es una variable que incide, casi de manera decisiva, como determinante de intención de voto. Es decir, Bachelet contó con un capital político heredado de la administración Lagos que le permitió, en todo momento, mantener certeza respecto a su triunfo, aunque fuera en segunda vuelta.
Luego, considerando las opiniones sobre la economía, se corrobora el hecho de que las variables de orden egotrópico no explican de manera significativa las preferencias electorales. En segundo lugar, se advierten diferencias en las variables sociotrópicas, particularmente al comparar los determinantes de apoyo de Bachelet y Lavín. El modelo evidencia las mejores expectativas de los votantes por Bachelet respecto a la situación económica del país a futuro, sin perjuicio que la categoría significativa sea "regular". Entre Bachelet y Piñera no existen diferencias significativas en ninguna de estas dos variables. Esto viene a respaldar nuestro planteamiento respecto a las candidaturas de la Alianza. Los votantes por Lavín manifestaron una crítica más intensa hacia el estado de la economía, cuestión que va en la línea de un estricto votante de oposición. Con Piñera, en cambio, sucede algo distinto. Como quedó en evidencia en el modelo de largo plazo, sus bases de apoyo estuvieron principalmente en los sectores de mayores recursos, y en el modelo de corto plazo las opiniones hacia el estado de la economía se asimilan más al votante de Bachelet que al de Lavín.
Además, las expectativas de los votantes de Bachelet no son similares a la de los adherentes de la Concertación. Cuando se realiza el mismo [End Page 20]
modelo considerando al pacto, los coeficientes en las variables de percepción económica no son significativos. Por tanto, y al igual que en el caso de género aunque con menor fuerza explicativa, las expectativas de los encuestados obedecen más a la candidata que a su coalición (modelo no mostrado).
Como conclusión general a este apartado, observamos que el triunfo de Bachelet no sólo se explicó por la serie de atributos que mostró en su desempeño como ministra y candidata presidencial. Hubo factores de contexto que favorecieron su supremacía en las encuestas. Bachelet no se vio obligada a defender la obra de Lagos ni de la Concertación, pues la opinión pública ya era favorable al ex presidente y al pacto. Esto no desconoce que sus atributos hayan tenido incidencia, más aún si consideramos el ambiente de desafección política. En consecuencia, la interacción entre variables de largo y corto plazo nos entregan los elementos explicativos de su éxito, conociendo parte de las razones de su popularidad. A continuación identificamos dónde estuvo esa popularidad a nivel de resultados electorales.
¿Dónde Estuvo El Voto Por Bachelet?
Como señalamos, la Concertación ha ganado todas las elecciones desde el retorno de la democracia. La excepción justamente la marcó la primera vuelta presidencial de 2005, donde la votación de Bachelet fue superada por la suma de los candidatos de derecha. Así, la Concertación ha sido la coalición incumbent en cada una de las contiendas presidenciales, lo que le otorga ventajas al momento de enfrentar la elección, desde la visibilidad pública del presidente hasta la tenencia de recursos para satisfacer las demandas ciudadanas (Gelman y King 1990; King 1991; Carey, Niemi y Powell 2000; Desposato y Petrocik 2003). Si bien un incumbent no garantiza la elección, sí incrementa las posibilidades de éxito. El problema se produce cuando los candidatos incumbents, en elecciones sucesivas, comienzan a perder votación produciendo finalmente la alternancia. Este es un tema recurrente en la élite política de la Concertación, más aún si consideramos que en 1999 la derecha ya estuvo al borde de la victoria.
La confianza del equipo de Bachelet para triunfar en la segunda vuelta se basaba en que la derecha no tenía más posibilidades de crecimiento, que las bases electorales de Piñera y Lavín no sumarían perfectamente, que la votación de Hirsch jamás iría hacia Piñera, y que la Concertación había alcanzado un triunfo relevante en la elección de diputados.
En esta instancia se evidenció un incremento sustantivo de la votación de Bachelet que casi iguala el porcentaje de la Concertación en los comicios de diputados de 2005 (ver figura 3). Esto se pudo deber a dos razones. Primera es la recuperación del electorado concertacionista que votó por otro candidato en la primera vuelta y que probablemente en esta misma instancia [End Page 23]
hizo voto estratégico. Como las encuestas señalaban que el triunfo de Bachelet en primera vuelta era prácticamente imposible, algunos votantes concertacionistas cuya opción de mayor rechazo era Lavín, votaron en primera vuelta por Piñera, a fin de dejar fuera de carrera al abanderado de la UDI. Segunda es el respaldo de los votantes de la izquierda extrapar-lamentaria que quedaron sin candidato luego de la derrota de Hirsch.
En cambio Piñera, si bien aumentó su respaldo electoral, no fue capaz de agregar las preferencias de Lavín. En todas las regiones estuvo por debajo de esa suma, lo que ya nos entrega noticias respecto a la debilidad de los partidos de derecha para consolidar la votación de sus candidatos.
Otra cuestión relevante que se deriva del gráfico 3 se refiere a la menor cantidad de votos que logró Bachelet en la primera vuelta con respecto al desempeño de la Concertación en la elección de diputados. De acuerdo a esto podríamos suponer una alta magnitud de voto cruzado. Es decir, electores que sufragaron por algún candidato a diputado de la Concertación pero que votaron por un candidato a la presidencia de la Alianza o del pacto Juntos Podemos Más. La evidencia de voto cruzado es contundente al observar los datos. Bachelet alcanzó en la primera vuelta un 46,5 por ciento, mientras que la Concertación alcanzó un 51,77 por ciento. Este voto cruzado bien pudiera ser explicado por la falta de lealtad de los electores hacia los partidos, o por la existencia de candidatos incumbents capaces de captar votación de ciudadanos que no necesariamente se adscriben a su partido o tendencia ideológica. Incluso, este voto cruzado puede ser entendido en la lógica de los electores para establecer contrapesos entre los distintos componentes del sistema político (Campbell y Miller 1957; Garand y Lichtl 2000; Carsey y Layman 2004). [End Page 24]
En la Alianza también se advirtió la existencia de voto cruzado. La suma de Piñera y Lavín fue de 48,64 por ciento, mientras que en diputados la lista alcanzó un 38,72 por ciento. Es decir, no todos los electores de la Alianza que respaldaron a sus candidatos presidenciales también lo hicieron con los aspirantes a diputados.
Ya vistos algunos elementos del contexto electoral, pasamos a revisar las variables precisas que incidieron en el éxito de Bachelet. Para ello ocupamos la unidad territorial electoral mínima que es la comuna, introduciendo datos electorales y sociodemográficos. Al tener presente los peligros de la falacia ecológica, cuidamos en extremo nuestras interpretaciones: no podemos efectuar inferencias individuales a partir de una unidad más general ni viceversa. Es decir, no podemos inferir la conducta electoral de los individuos a partir de los resultados comunales.
A pesar de lo anterior, y dada la altísima varianza entre los pesos poblacionales de las comunas de Chile, hemos decidido ponderar nuestros datos de acuerdo a los votos válidamente emitidos en cada una de estas unidades. Tal decisión se fundamenta en que, por ejemplo, en la comuna de Tortel votaron 262 personas, mientras que en La Florida lo hicieron 151.984. En caso de pesar todos los casos de la misma manera sin efectuar ninguna clase de ponderación, estas comunas estarían igualadas: Tortel tendría el mismo peso relativo que La Florida. Para evitar esta distorsión procedemos a ponderar. No obstante, la ponderación también tiene puntos en contra. Precisamente, en nuestro alegato acerca de la falacia ecológica estaban contenidos algunos elementos de la ponderación. Al efectuar este proceso prácticamente rompemos la unidad de análisis inicial (la comuna) para trabajar con votos (electores). De esta forma, se producen mayores riesgos de cometer falacia ecológica, pero es la única salida que encontramos para pesar de manera correcta todas nuestras comunas. Otra alternativa, a fin de disminuir la varianza, consistiría en seleccionar las 100 comunas con mayor número de electores (Altman 2004). Si bien esta alternativa es óptima para realizar un análisis general sobre el desempeño de las coaliciones, deja fuera a 245 comunas que representan alrededor del 24 por ciento del electorado, en conjunto con una serie de candidatos y votaciones por partido. Por ende, para una elección presidencial de carácter nacional resulta más adecuado trabajar con el total de comunas.
Hecha esta aclaración pasamos a describir nuestro modelo (ver cuadro 5). La variable dependiente es la votación de cada uno de los candidatos presidenciales de la primera vuelta de 2005. Las independientes las hemos agrupado de acuerdo a criterios socioeconómicos y sociode-mográfi cos. Respetando los parámetros que nos ofrece la teoría respecto a que es posible un análisis de este tipo de variables en conjunto con datos electorales (Fiorina, Abrams y Pope 2004; Rosentone y Hansen 2002; Niemi y Weisberg 2001; López 2004), hemos incluido las siguientes variables independientes. En las socioeconómicas, ingresamos las variables [End Page 25] porcentaje de desempleados, dato que disponemos a nivel comunal sólo para el año 2003, y porcentaje de familias en situación de pobreza crítica encabezadas por una mujer. Esta última variable la hemos incluido en el afán de incorporar cuestiones de género, aproximándonos a ciertos elementos de solidaridad que se pudieron dar al momento de la votación. En términos de campaña, Bachelet explotó las capacidades de las mujeres para dirigir empresas, gobiernos y hogares, apelando fundamentalmente a su condición de ex ministra de salud y defensa. No sería sorprendente que su apoyo se incrementara en la medida en que también lo hiciera el porcentaje de mujeres jefas de hogar en condiciones de pobreza. En las sociodemográficas, hemos seleccionado las variables porcentaje de población rural y escolaridad promedio. El ingreso de estas variables se justifica considerando nuestro intento por cubrir los aspectos característicos más generales de cada comuna (la cuadro 5 muestra los resultados).
Existe, ceteris paribus, una relación positiva entre la votación por Bachelet y el porcentaje de familias en situación de pobreza crítica encabezadas por una mujer, tendencia que también se da con la votación de la Concertación pero con coeficientes claramente menos robustos (modelo no mostrado). Esto, como dijimos, fortalece la denominada solidaridad de género en conjunto con la característica socioeconómica de la pobreza. Tal hipótesis se fortalece al analizar los coeficientes de esta misma variable en los dos candidatos de derecha, que presentan pendientes negativas.
Esta solidaridad de género convive con la variable pobreza. De ahí que su peso relativo dentro del modelo nos conduzca a hipotetizar sobre el impacto de la campaña electoral en comunas con alto porcentaje de mujeres pobres y jefas de hogar. De hecho, la valoración que Bachelet dio en su campaña a las mujeres ocupó gran parte de su agenda, y uno de sus principales eslóganes fue, precisamente, "Palabra de Mujer". En este sentido, es muy probable que Bachelet, por su condición de jefa de hogar y madre separada, haya sintonizado de manera más intensa con un electorado de similares características. En otras palabras, si una mujer podía liderar y administrar un hogar, era perfectamente factible que lo hiciera a nivel de gobierno. Así, la identificación de las electoras con la candidata en función de sus características personales, resulta ser otro elemento a considerar dentro de la solidaridad de género. Tal interpretación se ajusta al planteamiento teórico respecto a la cobertura que realizan los medios de comunicación sobre la vida privada de las candidatas, pero no esconde la valoración que, particularmente este tipo de electoras, pudo hacer respecto a las capacidades de gobierno de Bachelet y su estilo de liderazgo.
Otra cuestión relevante es que la votación por Bachelet se incrementa levemente en la medida en que lo hace el desempleo, pero decae al consi-derar la escolaridad promedio y el porcentaje de población rural, también ceteris paribus. La salvedad para este caso consiste en las variaciones que se producen al considerar los datos ponderados. Los resultados muestran [End Page 26]
[End Page 27]
un notorio incremento en el coeficiente ponderado de la escolaridad pro-medio. Esto nos indica el efecto que generan las comunas más grandes sobre el total. Probablemente, Bachelet tuvo un mejor desempeño electoral que el resto de los candidatos en aquellas comunas grandes y con baja escolaridad promedio. Esta hipótesis queda aún más en evidencia al considerar los coeficientes de los candidatos de la Alianza, que son positivos y también varían en los datos ponderados.
Una tercera conclusión respecto al modelo es que todos los coeficientes de Bachelet y Lavín son opuestos en términos de dirección de las pendientes. Cuando Bachelet presenta coeficientes de signo positivo, con Lavín tenemos, en esos mismos coeficientes, signos negativos. Esto nos retrata de mejor manera la competencia electoral que se dio en la primera vuelta. Con Piñera la situación es similar, aunque la intensidad inversa de sus coeficientes no es de la misma magnitud que la de Lavín. Sin embargo, a pesar de que sus votaciones fueron fronterizas no se sumaron perfectamente en la segunda vuelta. Esto se explica, en parte, por la falta de disposición del electorado más extremo de Lavín a votar Piñera, un candidato que en 1988 había optado por el "no" en el plebiscito, marcando distancia con los electores más apegados al régimen de Pinochet.
La diferencia más sustantiva entre ambos candidatos es que la votación de Piñera se relaciona positivamente con el porcentaje de desempleados. Esto puede ser explicado por los contenidos de la campaña, donde explotó su condición de empresario, resaltando sus conocimientos y capacidades para generar empleo. De hecho, es el único que presenta un coeficiente positivo en los datos no ponderados, el que se robustece levemente cuando ponderamos los casos.
Lo anterior nos conduce a la conclusión final para este modelo: la votación por Bachelet presenta ciertos elementos asociados a la solidaridad de género, a comunas preferentemente urbanas y con escolaridad promedio más baja que el resto de los candidatos. Luego, es importante considerar su cercanía con la base electoral de Hirsch. Si bien el aporte de esta votación es bajo considerando que sólo fue de un 5,4 por ciento, tal porcentaje pudo haber sido decisivo en la segunda vuelta. De hecho, la interpretación del modelo nos conduce a este resultado. Es muy probable que parte importante de la votación por Hirsch haya tenido como destino el caudal electoral de Bachelet. Si a esto le sumamos las restricciones y techos a la votación de los candidatos de derecha, podemos explicar el triunfo de la abanderada oficialista de manera suficiente y robusta.
Conclusiones
El triunfo de Bachelet en las presidenciales 2005–2006 se explicó por la valoración de sus atributos personales que realizó el electorado y por la buena evaluación que obtuvo respecto a sus capacidades de gobierno, más allá de la dura crítica de sus adversarios. Luego, el rol de las mujeres fue [End Page 28] elemental. En la primera vuelta quedó de manifiesto que Bachelet había logrado un mejor desempeño en las mesas de mujeres, cuestión que ya se había anticipado en los resultados de las encuestas de opinión. Además, como vimos en el modelo lineal, la votación por Bachelet estuvo efectivamente relacionada con el porcentaje de familias pobres encabezadas por una mujer. Concluimos que el mayor apoyo femenino como determinante de votación por Bachelet se debió casi exclusivamente a su candidatura, pues la intención de voto por la Concertación no presentó asociación significativa con la variable género.
En un plano estrictamente político, detectamos el evidente impacto de la aprobación presidencial como determinante de la intención de voto. Dimos cuenta de la alta popularidad del Presidente Lagos y cómo este tipo de opiniones inclinó las preferencias electorales por Bachelet.
Los resultados arrojados en esta investigación nos permiten comprender de mejor forma cómo una mujer de izquierda, separada y agnóstica llegó a la presidencia en un país supuestamente conservador. Los factores de orden cultural no tratados profundamente en este artículo también nos ayudaron a explicar su éxito electoral. El ambiente de baja credibilidad en los partidos y en la política, el desgaste de la Concertación como coalición de gobierno, la noción de cambio que se venía imponiendo desde la elección de Lavín, el rol cada vez más preponderante de las mujeres en política y la creciente demanda por igualdad de género fueron sólo algunos de los factores que dieron cuenta del triunfo de Bachelet.
Mauricio Morales Quiroga es investigador del Instituto de Ciencias Sociales (ICSO) de la Universidad Diego Portales de Chile y profesor en la Escuela de Ciencia Política de ésa casa de estudios. Es magíster en ciencias sociales de la FLACSO-México, cientista político de la Pontificia Universidad Católica de Chile y periodista de la Universidad Nacional Andrés Bello. Sus áreas de interés son partidos políticos, análisis electoral, conducta electoral y métodos cuantitativos de investigación.
Referencias
Footnotes
* Este artículo recibió financiamiento del Proyecto Fondecyt Número 1060479 (Evolución histórica y determinantes sociales, étnicos, culturales y coyunturales del comportamiento electoral de los chilenos, 1989–2005) y del Fondo Semilla Número 160325018, financiado por la Universidad Diego Portales. Agradezco a Patricio Navia, a los tres evaluadores anónimos de Latin American Research Review y, muy especialmente, a Teresa Pérez Cosgaya por los comentarios a la versiones preliminares del texto. Los errores y omisiones, no obstante, son de exclusiva responsabilidad del autor.
1. Bachelet se inscribe dentro de los casos excepcionales de América Latina. Junto a Violeta B. de Chamorro en Nicaragua y Mireya Elisa Moscoso en Panamá han sido las tres mujeres electas democráticamente como presidentas de sus respectivos países. Hay otros casos de mujeres en esta misma condición pero donde no ha existido un proceso electoral democrático. Argentina (María Estela Martínez), Bolivia (Lidia Gueiler Tejada), Ecuador (Rosalía Arteaga) y Haití (Ertha Pascal Trouillot) son cuatro ejemplos. También está el caso de Sila María Calderón que fue electa como gobernadora del Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
2. Las mujeres chilenas se han caracterizado por ser más conservadoras al momento de votar. Prefirieron a Alessandri y Frei antes que Allende en 1958 y 1964, respectivamente (Power 2002), y a Lavín antes que Lagos en 1999. Además, fue el Partido Conservador en Chile el que más preocupación mostró sobre el ingreso de las mujeres a la arena política (Maza 1995; Errázuriz 2005). Sobre las mujeres de derecha ver, entre otros, Bacchetta y Power (2002), y sobre el voto conservador de las mujeres Inglehart y Norris (2000) y Norris (2004). Sobre una perspectiva más específica ver González y Kampwirth (2001).
3. Era la segunda vez en la historia de Chile que una elección presidencial se definía en el ballotage. La primera ocasión fue para los comicios de 1999 entre Lagos y Lavín.
4. La Concertación está formada por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Partido Por la Democracia (PPD), el Partido Socialista (PS) y el Partido Radical Socialdemócrata (PRSD).
5. En el contexto chileno se clasifica a las personas según su nivel socioeconómico en quintiles. El más alto se denomina ABC1 y el más bajo E.
6. Estos datos están disponibles en el sitio web del Banco Central de Chile, en http://si2.bcentral.cl/Basededatoseconomicos/951_portada.asp?idioma=E.